Морган Райс

El Despertar de los Dragones


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docenas de aldeanos todos apurándose para preparar el festival.

      Pero Kyra se volteó y miró con nostalgia hacia los campos, hacia el campo de entrenamiento.

      “La comida puede esperar,” dijo. “El entrenamiento no. Déjame ir.”

      Vidar sonrió y dijo que no con la cabeza.

      “¿Segura que eres una chica y no un guerrero?” preguntó Vidar.

      “¿No puedo ser ambos?” respondió.

      Anvin soltó un gran suspiro y finalmente negó con la cabeza.

      “Tu padre me arrancaría el pellejo,” dijo.

      Pero finalmente asintió.

      “No aceptarás un no por respuesta,” concluyó, “y tienes más corazón que la mitad de mis hombres. Supongo que podemos usar a uno más.”

*

      Kyra corrió a través del paisaje nevado siguiendo a Anvin, Vidar y varios de los hombres de su padre con Leo a su lado como siempre. La nieve se volvía gruesa pero no le importaba. Se sintió libre y con gran excitación como siempre se sentía al pasar la Puerta del Peleador, un arco bajo cortado en la cerca de piedra en el campo de entrenamiento. Respiró profundo al ver que el cielo se abría y corrió hacia ese lugar que amaba tanto con sus colinas verdes ahora cubiertas de nieve rodeado por una pared de piedra, con tal vez un cuarto de milla de anchura y profundidad. Sintió como si todo fuera como debería ser al ver a los hombres entrenar; cabalgando en sus caballos, levantando lanzas, apuntando a objetivos distantes y volviéndose mejores. Para ella, esto era de lo que se trataba la vida.

      Este campo de entrenamiento estaba reservado para los hombres de su padre; a las mujeres no se les permitía estar aquí ni a los chicos que aún no cumplían los dieciocho años de edad—y a quienes no se les había invitado. Cada día Brandon y Braxton esperaban impacientes ser invitados—pero Kyra sospechaba que nunca pasaría. La Puerta del Peleador era para guerreros honorables y con experiencia, no para fanfarrones como sus hermanos.

      Kyra corrió por los campos sintiéndose más feliz y más viva aquí que en cualquier otra parte. La energía era intensa y estaba lleno de docenas de los hombres más finos de su padre, todos portando armaduras un poco diferentes, guerreros de todas las regiones de Escalon, todos los cuales con el paso del tiempo habían sido atraídos a la fortaleza de su padre. Había hombres del sur, desde Thebus y Leptis; desde las Tierras Medias, principalmente de la capital, Andros, pero también de las montañas de Kos; había occidentales desde Ur; hombres del río desde Thusis y sus vecinos de Esephus. Había hombres que vivían cerca del Lago de Ire, y hombres de lugares tan lejanos como las cascadas de Everfall. Todos tenían colores, armaduras y armas diferentes, todos hombres de Escalon pero cada uno representando su propia fortaleza. Era un deslumbrante conjunto de poder.

      Su padre, el antiguo campeón del Rey, un hombre que estimulaba respeto, era el único hombre en estos tiempos, en este fracturado reino, en el que los hombres podían confiar. De hecho, cuanto el antiguo Rey había rendido el reino sin luchar, era a su padre a quien el pueblo le pedía que tomara el trono y siguiera la lucha. Con el tiempo, lo mejor de los antiguos guerreros del Rey lo habían buscado, y ahora, con la fuerza volviéndose más grande cada día, Volis estaba consiguiendo una fuerza que casi se igualaba a la de la capital. Kyra se dio cuenta que quizá fue esto por lo que los Hombres del Rey sintieron la necesidad de humillarlos.

      En cualquier otro lugar de Escalon, el Señor Gobernador de Pandesia no permitía que los caballeros se reunieran con tanta libertad por temor a una sublevación. Pero aquí, en Volis, era diferente. Aquí, no tenían elección: tenían que permitirlo porque necesitaban a los mejores hombres disponibles para cuidar de Las Flamas.

      Kyra se volteó y miró más allá de las paredes, más allá de las blancas colinas y, en el horizonte a la distancia, incluso a través de la nevada apenas alcanzaba a ver el tenue resplandor de Las Flamas. El muro de fuego que protegía la frontera oriental de Escalon, Las Flamas, un muro de fuego de cincuenta pies de profundidad y varios cientos de altura, ardía tan brillante como siempre, iluminando la noche, con su contorno visible en el horizonte y volviéndose más pronunciado con el caer de la noche. Alargándose casi cincuenta millas de ancho, Las Flamas era lo único que se interponía entre Escalon y la nación de troles salvajes al este.

      Aun así, suficientes troles rompían a través cada año para sembrar el caos, y si no fuera por Los Guardianes, los valientes hombres de su padre que cuidaban de Las Flamas, Escalon sería una nación esclava de los troles. Los troles, que temían al agua, sólo podían atacar a Escalon por tierra, y Las Flamas era lo único que los mantenía a raya. Los Guardianes hacían guardia por turnos, patrullaban en rotación, y Pandesia los necesitaba. Otros también estaban estacionados en Las Flamas—reclutas, esclavos y criminales—pero los hombres de su padre, Los Guardianes, eran los únicos verdaderos soldados entre el montón y los únicos que sabían mantener Las Flamas.

      En compensación, Pandesia le permitía a Volis y a sus hombres algo de libertad, como campos de entrenamiento y armas reales; un poco de libertad para que se sintieran como guerreros libres, incluso si era una ilusión. No eran hombres libres, y ellos lo sabían. Existían en un balance extraño entre libertad y esclavitud que a nadie le agradaba.

      Pero al menos aquí, en la Puerta del Peleador, estos hombres eran libres como alguna vez lo habían sido, guerreros que podían competir y entrenar mejorando sus habilidades. Representaban lo mejor de Escalon, mejores guerreros que los que Pandesia podía ofrecer, todos ellos veteranos de Las Flamas—y todos sirviendo aquí a sólo un día de distancia. Kyra no deseaba nada más que unirse a sus filas, probarse a sí misma, estacionarse en Las Flamas, pelear con troles reales mientras pasaban y ayudar a proteger su reino de la invasión.

      Pero sabía que esto nunca sería permitido. Era muy joven para ser elegida y además una chica. No había otras mujeres en las filas, e incluso si las hubiera, su padre no lo permitiría. Sus hombres también habían empezado a cuidarla como una niña desde que empezó a visitarlos hace años, les divertía su presencia como si fuera un espectador. Pero después que los hombres se iban siempre se quedaba atrás, sola, entrenando día y noche en los campos vacíos con sus armas y blancos. Se sorprendían aún más al llegar el siguiente día y encontrar marcas de flechas en sus blancos—y más sorprendidos aun de ver que estaban en el centro. Pero con el tiempo se acostumbraron a ello.

      Kyra empezó a ganarse su respeto, especialmente en las raras ocasiones en las que le habían permitido unirse. Ahora, dos años después, todos sabían que podía darle a blancos que la mayoría de ellos no—y la tolerancia que tenían hacia ella se convirtió en algo más: respeto. Claro, no había participado en batallas como estos otros hombres, ni había matado a un hombre o sido guardia en Las Flamas, ni había peleado con un trol. No podía blandir una espada o hacha o alabarda, o luchar como estos hombres podían. Ni siquiera se acercaba a su fuerza física, lo que la decepcionaba mucho.

      Aun así Kyra había aprendido que tenía talento natural con dos armas, las cuales la hacían a pesar de su tamaño y sexo un formidable oponente: su arco y su bastón. El primero lo había tomado de manera natural, mientras que se había topado con el segundo de manera accidental hace algunas lunas cuando no pudo levantar una espada ancha. En aquel entonces los hombres se rieron de su incapacidad de levantar una espada y, como insulto, uno de ellos le dio un bastón burlonamente.

      “¡Trata mejor de levantar este palo!” le gritó y los otros rieron. Kyra nunca olvidó su vergüenza en ese momento.

      Al principio, los hombres de su padre vieron su bastón como una broma; después de todo, lo utilizaban como arma de entrenamiento, estos hombres valientes que cargaban espadas y hachas y alabardas, que podían cortar un árbol con un simple golpe. Miraban a su palo de madera como un juego, y esto le había dado menos respeto del que ya tenía.

      Pero había transformado una broma en una inesperada arma de venganza, un arma a la que temer, un arma contra la que muchos de los hombres de su padre no se podían defender. Kyra se había sorprendido con su peso ligero, y se sorprendió aún más al descubrir su talento natural con este—tan rápido que podía conectar golpes mientras los soldados aún estaban levantando sus espadas. Más de uno de