Teresa Driscoll

Te veo


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deliberada. Ahora bien, una accidental… eso ya es harina de otro costal.

      —Bueno, sea como sea, ahora ya lo sabe todo el mundo. Soy la mujer del tren que no hizo nada.

      —Está siendo duro, ¿verdad?

      —Sí, pero no es nada comparado con lo que ha sufrido la familia.

      —Pero dime, ¿por qué diantres fuiste allí? ¿A Cornualles?

      Se me corta la respiración y dejo la taza de café en la mesa; me tapo la cara con las manos.

      —Soy consciente de que fue una estupidez como una casa. Pero es que, cuando vi a la señora Ballard fuera de la tienda, mirándome, la reconocí gracias a la prensa; salía muchísimo en los periódicos locales. Bueno, al grano. Verla me puso los pelos de punta y, después de reflexionarlo, decidí que lo mejor sería hablar con ella. Se me metió en la cabeza que, si le decía en persona lo mucho que lo sentía, y que aceptaba que estuviera enfadada… Que si supiera que yo también era madre y lo mal que me sentía por lo que estaba sufriendo…

      La expresión de Matthew lo delata.

      —Sí, ya lo sé. Fue una estupidez.

      —¿Y ella se lo tomó mal?

      —Eso es quedarse corto. Se puso hecha una furia. Aunque, claro, ahora lo entiendo: fui una egoísta. Me había imaginado que si ella veía que yo era una persona decente y lo mucho que me arrepentía…

      —¿Había alguien más?

      —No, solo nosotras. Le llevé flores. Un ramo de prímulas, porque había leído que eran las flores favoritas de Anna… Pero ahora creo que seguramente la provocaron. Solo conseguí empeorarlo. Se puso histérica. Me dijo que estaba harta de flores y que yo no tenía que estar allí, que no tenía derecho. Que le llevaba flores como si su hija hubiera muerto. Algo que, por cierto, ella no creía.

      Matthew se echa un poco más de espuma en el café y me ofrece, pero cubro la taza con las manos.

      —¿Crees que es posible que la chica siga viva?

      Matthew aprieta los labios.

      —Es posible, aunque por estadística, es improbable.

      —Eso mismo pensamos nosotros, Tony y yo. —Se me rompe la voz un instante. Ojalá pudiera ser más optimista. Me acuerdo de una película que vimos en televisión en la que encontraban a unas chicas desaparecidas al cabo de unos años. Intento imaginarme a Anna saliendo de un sótano o de algún escondite con una manta policial sobre los hombros, pero soy incapaz de figurármela. Toso, observo la pared llena de archivadores y vuelvo a centrar la mirada en Matthew y agarro la taza de café—. Pero bueno, no importa. Lo de Cornualles fue horrible. Traté de irme y disculparme por haberla molestado. Y lo único que conseguí es que perdiera los papeles.

      —¿Llegó a las manos?

      —No estaba en sus cabales.

      —Pero ¿te agredió, Ella? Porque si te agredió, si es imprevisible, entonces sí que deberías llevarle esto a la policía. Deberían saberlo.

      —No era su intención. Un pequeño altercado en los escalones de la entrada. Fue un accidente más que otra cosa. Solo me llevé un moretón en el brazo.

      Matthew sacude la cabeza.

      —Ay venga, por el amor de Dios, ¡si me lo había buscado yo sola! No es violenta. No fue algo deliberado, y yo no debería haberme presentado en su casa. La provoqué. El problema es que aquello me afectó mucho. A ver, sabía que me culpaba de lo que había pasado y eso era lo que quería arreglar. Pero la profundidad del odio que me profesa… Lo que transmitían sus ojos…

      —Y por eso crees que es ella quien te envía las postales.

      —¿Tú no?

      El detective se encoge de hombros, ladea la cabeza a un lado y a otro.

      —Lo ideal sería que las hubieras guardado todas.

      —Lo siento, es que no quería que mi marido se preocupara. Opta a un ascenso en el trabajo, así que ya tiene suficiente con lo suyo. Señor Hill… Disculpa, Matthew. Si no aceptas el caso, las quemaré. No voy a entregárselas a la policía, eso te lo aseguro.

      Matthew me examina con atención y cambia de postura.

      —Me gustaría que le hicieras una visita, Matthew. Eres una persona neutral, y tienes experiencia en estas cosas. Espero que consigas que deje de mandar más tarjetas sin que se enfade más. Que la convenzas de dejarlo con amabilidad, sin involucrar a la policía ni complicarle más la vida.

      —Y ¿qué pasa si te has equivocado y las postales no te las manda ella? Parece que tiene bastante temperamento.

      —Bueno, entonces me lo replantearé y haré caso de tu consejo.

      —Bien. Entonces, ¿trato hecho, Ella? Intento hacerle una visita a la señora Ballard para ver qué puedo hacer con esta situación, pero, si sigo sin tenerlo claro, ¿te plantearás comunicárselo a la policía?

      —¿Realmente crees que esto está relacionado con la investigación?

      —Si te soy sincero, puede que no. Si no es la madre, lo más probable es que sea algún pobre desgraciado. Pero el equipo de investigación debería saberlo.

      —Pero ¿y lo que te he pedido?

      —Está bien. Volveremos a vernos cuando regrese de Cornualles. —Frunce el ceño y entrecierra los ojos mientras se levanta—. Supongo que has oído las novedades, ¿verdad, Ella? Las de esta mañana.

      —¿Cómo?

      —Lo que han dicho en la radio local esta mañana, después del programa del aniversario.

      —No, ¿qué novedades? ¿Alguien ha contactado con la policía? Me lo he perdido. ¿Qué ha pasado?

      Matthew hace una mueca.

      —No han revelado el nombre, claro, pero supongo que se trataba de la otra chica, la del tren. La amiga.

      —Sarah. Se llama Sarah. ¿A qué te refieres? ¿Qué le ha pasado?

      Capítulo 7

      La amiga

      Esta vez, Sarah también finge que está dormida, pero le está costando. Ahora no solo tiene que vérselas con su madre, sino también con las enfermeras.

      —Venga, Sarah. Tienes que beber algo, por favor.

      La enfermera le da golpecitos en la mano con suavidad.

      «Vete. Vete».

      —¿Por qué no pueden dejarle el suero? —Su madre ha pasado toda la noche junto a la cama, chasqueando la lengua, toqueteándola y llorando—. Tiene muy mala cara y no puede incorporarse.

      —Confíe en mí. Lo mejor para Sarah es que consigamos que esté despierta y que beba un poco por sí misma.

      Están en una UAD, unas siglas que Sarah ha descubierto que corresponden a «Unidad de Alta Dependencia». Ha sido consciente de lo que ocurría a su alrededor desde hace horas, pero está atontada y se ha estado haciendo la sorda.

      Quieren saber exactamente cuántas pastillas se ha tomado. No paran de preguntárselo. Ha oído las conversaciones que ha mantenido el personal médico con su madre. Al parecer, le están haciendo pruebas para determinar la cantidad de pastillas, pero los resultados tardan en llegar, así que todos dicen que sería mucho más fácil si Sarah respondiera.

      Las enfermeras han intentado que su madre duerma un poco en la sala para familiares, y a Sarah le encantaría que les hiciera caso.

      Está demasiado cansada, aturdida e indispuesta como para sentirse culpable. Está hasta las narices de sentirse culpable; lo único que quiere es que la dejen en paz.

      Su madre les dice