la vigilia hasta que Sarah tenga suficientes fuerzas para asistir, pero le he dicho que no era buena idea, que lo más importante es que Sarah se centre en recuperarse. Creo que deberíamos seguir con lo que habíamos planeado.
—Pero ¿sigues pensando que la vigilia es una buena idea?
—No lo sé, Henry. Pero la gente está siendo amable y parece que quieren hacer algo. Además, la prensa hará fotos, y eso ayuda a que se siga hablando del caso. Cathy dice que es positivo. Que se siga hablando del caso.
—¿Cómo está Sarah? ¿Sigue diciendo que fue un accidente? Lo de las pastillas…
«Nadie sufre una sobredosis sin querer», piensa Henry. Trata de sentir cierta compasión por Sarah, pero es incapaz.
Capítulo 10
La testigo
—Cariño, ¿por qué no dejas que haga yo el té? Date un respiro para variar.
Oigo la voz de mi marido, pero no me doy la vuelta. Desde el rellano superior de las escaleras, no aparto los ojos de las cartas que están tiradas sobre el felpudo. Lo diviso entre el abanico de facturas y sobres blancos; me llama a gritos. El sobre negro que ya me es tan familiar. Esta vez, la dirección está impresa en una etiqueta de color crema.
—Estoy bien, no te preocupes. Ya me conoces, prefiero ponerme ya en marcha.
Bajo deprisa para recoger las cartas del suelo y amontonarlas; noto la postal dura dentro del sobre y la meto en el centro justo cuando Tony comienza a bajar las escaleras.
—¿De verdad que estás bien, Ella?
—¿Te apetecen unos sandwichitos de beicon? Dile a Luke que en quince minutos están listos, por favor.
El corazón me va a mil por hora y evito mirarme en el espejo con tal de no ver lo evidente. Tengo la cara roja.
De verdad que creía que al llamar a Matthew todo esto se solucionaría; creía sinceramente que podía evitar que Tony tuviera que preocuparse por esto también, porque ya ha aguantado suficiente.
En la cocina, rebusco entre el correo para pasarle a Tony las circulares del club vinícola y las del banco. Sé que tendría que decírselo, y me he prometido que lo haré, pronto. Muy pronto. Pero primero quiero hablar con Matthew. Además, sé que volverá a disgustarse, y está agobiado con todo el tema del ascenso. Me siento culpable, porque me había repetido una y otra vez que no fuera a Cornualles. ¡Ay, no! De verdad que tenía todas mis esperanzas puestas en que Matthew lo solucionara.
—¿Hay algo que valga la pena? —Tony está mirando las cartas que tengo en las manos.
—Una de la aseguradora, con una oferta para varios coches.
Esboza una mueca y gira sobre los talones, mientras yo enciendo el horno y me mantengo ocupada preparando el pan y el beicon; justo en ese momento, suena el teléfono.
—Ya lo cojo yo —le digo: quizá es Matthew. Aunque creo que le pedí que me llamara a la tienda.
—Pasa algo, Ella, ¿verdad? Algo que no me has dicho.
—Ahora no, Tony, por favor. Estoy bien. —Joder. Si al final resulta que no es la madre de Cornualles, tendremos que entregar las cartas a la policía. Bueno. En ese caso, se lo tendré que contar a Tony igualmente.
Mientras con una mano abro el paquete de beicon, con la otra descuelgo el teléfono, y me preparo para decirle a Matthew que me llame más tarde, a la tienda.
—¿Está la madre de Luke?
—Sí, soy yo, Ella Longfield. ¿Quién es?
—Rebecca Hillier, la madre de Emily. Solo quería confirmar la hora de la reunión.
—¿Qué reunión? Creo que me he perdido.
Se produce una pausa larga.
—¿Luke no le ha dicho nada?
—No, ¿ha ocurrido algo?
—Mire, no voy a hablar de esto por teléfono. Se lo he dicho claramente a Luke. Al grano: ¿están libres mañana o no?
Tony me está haciendo preguntas en silencio: «¿Quién es? ¿Qué pasa?».
—Bueno, la cosa es que mi marido ha quedado con unos amigos para jugar a póquer, así que…
—Pues a las 19:30, en nuestra casa. Luke tiene la dirección.
Y me cuelga.
—Qué rara… Y qué mala educación. Dile a Luke que baje, por favor.
—Pero ¿qué pasa?
—Ojalá lo supiera.
Coloco media docena de lonchas de beicon en una bandeja, un poco montadas entre sí para que quepan todas. Al oír los pasos de Tony subiendo por las escaleras, abro con rapidez el temido sobre.
vigila lo que haces. yo no te pierdo de vista…
—¡Ella! Será mejor que subas.
«Madre de Dios…».
En la habitación de Luke, enseguida me doy cuenta de que algo va mal, y al instante dejo de sentir miedo por la postal y lo tengo por mi hijo. En estas últimas dos semanas ha llegado cada vez más tarde, tanto a trabajar en la tienda como al instituto. Hemos recibido una carta en la que se nos notificaba que también se ha saltado clases. El tutor nos ha pedido hacer una reunión. Mi intención era tratar de aclarar qué ocurría, pero con todo lo que ha sucedido últimamente…
—¿Se puede saber qué pasa, Luke? —Tony está más enfadado que preocupado.
Luke está hecho un ovillo bajo las sábanas, vestido con la ropa de ayer. Unos tejanos y una sudadera gruesa turquesa. Está sudado y huele mal.
—¿Tienes frío? ¿Te encuentras mal? —le pregunto, intentando mantener la calma. Me siento culpable por haber estado tan ciega.
—Contesta, Luke. ¿Qué ocurre? —Tony descorre las cortinas.
Luke, con la mirada sombría y la capucha puesta, no responde.
—Acabo de hablar con la madre de Emily. Me ha dicho no sé qué de una reunión. Ha sido un poco maleducada y, al parecer, creía que yo sabía de qué me hablaba. ¿Qué reunión, Luke? —intento no sonar enfadada.
Luke sigue sin abrir la boca.
—¿Qué ocurre, Luke?
En ese momento, el pánico se adueña de mí. Empiezo a pensar en qué puede ser: ¿drogas?, ¿robo?, ¿algún altercado con la policía? No, mi pequeño no sería capaz de algo así. Mi niño, que saca dieces en todo, que se supone que tenía posibilidades de entrar en Oxford o en Cambridge hasta que hemos llegado a esta época en la que le ha entrado la tontería. Es una fase, según Tony. Solo se ha rebelado un poco porque el año de los exámenes finales de bachillerato ha sido mucho más duro de lo que nadie esperaba. A lo mejor solo está hasta las narices de los exámenes. ¿Será eso?
—Por favor, Luke. Dinos qué pasa. Quizá podemos ayudarte. —Tony ha suavizado el tono.
En ese momento, Luke nos sorprende a ambos y se echa a llorar. Berrea como un bebé, algo incongruente e histriónico y, al mismo tiempo, es aterrador que ese llanto lo emita un chaval de metro ochenta vestido de pies a cabeza y cubierto con un edredón de rayas azules de Marks and Spencer.
Al instante reparo en dos cosas: sea lo que sea lo que haya ocurrido, es muy serio; y he estado tan trastornada con el caso de Anna Ballard que no me he dado ni cuenta de esto.
Capítulo 11
El padre
Henry está dando marcha atrás con el tractor cuando Barbara asoma la cabeza por la puerta.
—¿Qué