las cosas más fáciles, ya que es lo único en lo que Jack y yo estamos de acuerdo: en que queremos que no sufras ningún daño.
—¿Pero por qué... por qué dices que tienes que matar a Jack para salvarme la vida?
—Ashran os tiene en su lista negra, Victoria. Debéis morir. Mi misión consiste en matar a los renegados, ya lo sabes. Eso te incluye a ti... de una manera especial, por una serie de razones.
»Si le ofrezco a mi padre la vida de Jack, podrá perdonarte. No me preguntes por qué; es así.
Victoria calló un momento. Después, dijo:
—¿Y si me voy contigo a Idhún, como me propusiste? ¿Salvaría eso la vida de Jack?
Christian negó con la cabeza.
—¿Por qué? –preguntó ella, desolada.
—Ya es demasiado tarde, Victoria. Antes me parecía la mejor opción para ti. Pero antes no sabía lo que sé ahora. Las cosas han cambiado.
—No entiendo nada –murmuró Victoria–. Yo... estoy cansada de esta guerra, estoy cansada de esta lucha, de tantas muertes. Y –añadió, mirándolo a los ojos– no quiero vivir en un mundo en el que no exista Jack.
—Lo sé –respondió Christian con suavidad–. Me di cuenta el otro día, cuando me viste como shek y, a pesar de eso, estabas dispuesta a morir para protegerlo.
—¿Te molestó?
—Me molestó, sí, porque quiero ver a Jack muerto, pero, por encima de todo, quiero que sigas viva. Y, como ya te dije una vez, eso me puede traer muchos problemas.
Victoria asintió, comprendiendo.
—Quédate con nosotros, entonces –le pidió–. No vuelvas con Ashran –inspiró hondo antes de mirarlo a los ojos y decir–: Ven conmigo.
—¿Que abandone mi bando, dices? –dijo Christian, casi riéndose–. Me pides que traicione a mi gente, a mi señor... a mi padre.
—Lo estás haciendo ya –le recordó Victoria con suavidad–. Ashran me quiere muerta. No sabe que estás aquí.
Pareció que Christian vacilaba.
—Porque, a pesar de todo, no puedo traicionarme a mí mismo –se volvió para mirarla–. Me dejaría matar antes que permitir que sufrieras ningún daño.
Victoria reprimió un suspiro. Sabía que hablaba en serio, sabía que era sincero cuando le decía aquello, y eso la confundía, pero también hacía que sus propios sentimientos hacia él se descontrolasen, como un río desbordado. Y, sin embargo, todavía no estaba segura de querer amar a alguien que no era del todo humano.
Pero deseaba de veras acercarse más a él, sentir su contacto... una vez más...
—¿Puedo abrazarte? –le preguntó, titubeando. Christian la miró, indeciso. Victoria ya se había dado cuenta de que a él no le gustaba que lo tocasen, pero insistió:
—Por favor.
Él asintió casi imperceptiblemente. Victoria lo abrazó con todas sus fuerzas y, tras un instante de duda, Christian la abrazó también.
La muchacha cerró los ojos y disfrutó de aquel roce, y de las sensaciones que provocaba en su interior. Humano o no, comprendió que necesitaba estar junto a él.
Y eso le recordó que Christian había acudido allí para despedirse.
—Cuando te vayas –susurró ella– no volveré a verte, ¿verdad?
—¿Te esconderás en Limbhad, Victoria? ¿Me lo prometes?
—¿Qué pasará con Jack?
—Estamos condenados a enfrentarnos, criatura. Tarde o temprano, volveremos a hacerlo. Sabes que lucharé con todas mis fuerzas para acabar con su vida..., pero ahora, más que nunca, sé que es posible que sea él quien me mate a mí –añadió, contemplando pensativo el círculo de árboles quemados y ennegrecidos que se veía más abajo, en el pinar.
—Pero yo no quiero perderos a ninguno de los dos –protestó ella.
—Si venzo en esa lucha –prosiguió Christian–, volverás a verme, porque estarás a salvo, y podré llevarte conmigo a Idhún, si todavía lo deseas. Pero es muy probable que me odies entonces, porque Jack estará muerto. Puedo asumir el riesgo, no obstante, si con ello consigo que Ashran se olvide de ti.
»Si vence Jack –añadió–, no volverás a verme, porque estaré muerto.
Victoria tragó saliva, y lo abrazó aún con más fuerza.
—Es horrible.
—Lo sé. Pero así son las cosas. Victoria se tragó las lágrimas.
—Entonces –dijo– disfrutemos de este momento. Aún quedan varias horas hasta el amanecer.
Cerró los ojos y apoyó la cabeza en el pecho de Christian, y él la estrechó entre sus brazos, enredó sus dedos en el cabello oscuro de Victoria y la besó en la frente, con ternura.
Lejos de allí, lejos de su percepción, lejos de sus miradas, unos dedos largos y finos se deslizaban sobre un cuenco de agua, y una voz melodiosa susurraba unas palabras mágicas. El agua cambió de color, se oscureció, tembló durante un instante y después, lentamente, se aclaró hasta mostrar una imagen con nitidez.
Era de noche; bajo la luna y las estrellas se apreciaba una mansión; en la parte trasera se extendía un jardín, que acababa en un mirador que dominaba una extensión arbolada. Sobre el banco de piedra del mirador había dos figuras; una vestía de blanco, la otra, de negro. Y los dos se abrazaban con fuerza, como si aquella fuera la última noche de sus vidas.
Los dedos se crisparon sobre la imagen, y la voz melodiosa siseó, enfurecida.
X
EL OJO DE LA SERPIENTE
T
ENGO que irme –susurró Christian, separándose de Victoria con suavidad.
—No –suplicó ella–. No, por favor. Quiero volver a verte... –se calló enseguida, consciente de lo que significaban aquellas palabras–. No quiero volver a verte –se corrigió–. Lo que quiero es que no te marches.
Christian la miró.
—No me iré del todo –dijo–. Quiero hacerte dos regalos. Ven, mira.
Alzó la mano para mostrarle el anillo que llevaba. Victoria se estremeció. Lo recordaba bien; se había fijado en él dos años atrás, en Alemania. Era un anillo plateado con una pequeña esfera de cristal, de color indefinido, engastada en una montura con forma de serpiente, que enroscaba sus anillos en torno a la piedra. Victoria sabía que Christian siempre llevaba puesto ese anillo, pero a ella no le gustaba mirarlo, porque siempre tenía la sensación irracional de que era un ojo que la observaba.
—¿Sabes lo que es esto? –preguntó Christian en voz baja.
Victoria negó con la cabeza.
—Se llama Shiskatchegg –dijo él–. El Ojo de la Serpiente.
Victoria lanzó una exclamación ahogada.
—¡Shiskatchegg! He oído hablar de él. No sabía que fuera un anillo. Pero sé que en la Era Oscura, el Emperador Talmannon lo utilizó para controlar la voluntad de todos los hechiceros –añadió, recordando todo lo que Shail le había contado al respecto.
—Hace siglos que los sacerdotes lo despojaron de ese poder, una vez acabada la guerra. Pero los sheks lograron recuperar el anillo. Dicen que es uno de los ojos de Shaksiss, la serpiente del corazón del mundo, la madre de toda nuestra raza.
—No debe de ser una serpiente muy grande –se le ocurrió decir a Victoria.
—Shiskatchegg es mucho más grande por dentro que por fuera.