el aura seductora e invisible que la envolvía y que, como la canción de las sirenas, como un poderoso hechizo, obligaba a quien la veía a no poder apartar su mirada de ella.
Pero a Kirtash los hechizos de las hadas no podían afectarlo.
—He estado ocupado –dijo con frialdad.
—Mmm... –respondió ella–. Me lo imagino.
Le dedicó su sonrisa más encantadora mientras avanzaba hacia Ashran. Al pasar junto a Kirtash, su brazo desnudo rozó al joven, y este sintió el poder embriagador que emanaba de ella.
—Mi señor –dijo el hada, inclinándose ante el Nigromante, pero dirigiendo una última mirada seductora a Kirtash, por debajo de sus sedosas pestañas–. Me has llamado.
—Gerde –dijo Ashran–. Hace tiempo me juraste fidelidad, a mí y a los sheks, y ya es hora de que demuestres hasta dónde llega esa lealtad. ¿Estás dispuesta a viajar a la Tierra?
—Sí, mi señor.
—Ya sabes lo que has de hacer allí –prosiguió el Nigromante–. Kirtash está buscando a un dragón y un unicornio. Pero también, de paso, está acabando con todos los magos renegados que huyeron a ese otro mundo, particularmente con un grupo de jóvenes muy impertinentes que se llaman a sí mismos la Resistencia, y que entorpecen su búsqueda una y otra vez. Irás con él para librarle de esa molestia. ¿Queda claro?
—Sí, mi señor.
—En concreto –concluyó Ashran–, hay una chica humana a la que tienes que eliminar. Se llama Victoria, y es la portadora del Báculo de Ayshel. Quiero a esa muchacha muerta, Gerde. Quiero ver su cadáver a mis pies.
Miró fijamente a Kirtash mientras pronunciaba estas palabras, pero él no hizo el menor gesto. Su rostro seguía siendo impenetrable, y su fría mirada no traicionaba sus sentimientos.
Gerde esbozó una de sus turbadoras sonrisas.
—No te fallaré, mi señor –dijo con voz aterciopelada. A un gesto del Nigromante, Gerde se incorporó para marcharse. Cuando pasó junto a Kirtash, le dedicó una sonrisa sugerente y le dijo al oído:
—Tampoco te fallaré a ti.
Kirtash no reaccionó. Gerde ladeó la cabeza con la gracia de una gacela, y sus sedosos cabellos acariciaron por un momento el cuello del muchacho. Aún sonriendo, el hada salió de la habitación. Su embriagadora presencia permaneció en el aire unos segundos más.
—Es lista –comentó Ashran–. Sabe perfectamente que eres un buen partido.
—Me es indiferente –replicó Kirtash.
—No por mucho tiempo, Kirtash. Pronto olvidarás a esa chica. Al fin y al cabo, no está a tu altura; mereces algo mucho mejor que una simple semimaga humana, ¿no crees? No la echarás de menos. No tanto como piensas.
Kirtash alzó la cabeza para mirar a su señor, pero no dijo nada.
IX
CHRISTIAN
L
O que has hecho es algo completamente estúpido, chico –lo riñó Alexander–. ¿En qué se supone que estabas pensando? Creí que ya se te había metido en la cabeza que no debes enfrentarte solo a Kirtash.
—Pero lo he derrotado, Alexander –protestó Jack–. He roto su espada. Incluso podría haberlo matado, si no hubiera desaparecido de repente.
Alexander negó con la cabeza.
—No puedes matar a un shek. Son muy superiores a los seres humanos, en todos los aspectos.
—Ya, pero... ¿y si resulta que yo no soy humano? –preguntó Jack, en voz baja.
—No digas tonterías. ¿Qué te hace pensar eso?
—Pues... mi poder piroquinético... lo que hago con el fuego –explicó, al ver que Alexander no lo entendía.
—Muchos magos pueden hacerlo. No es tan especial.
—Pero ni siquiera Shail fue capaz de encontrar una explicación a eso. Y, por otro lado... está lo de Kirtash.
—Llevas una espada legendaria, Jack. Te dije que solo Domivat y Sumlaris podrían derrotar a Haiass, ¿no?
—Pero... ¿es verdad que una espada legendaria es como una parte más del guerrero que la porta? ¿Es cierto que Domivat es ya parte de mí?
—De alguna manera. Pero eso no te hace menos humano, Jack.
Jack apoyó la cabeza en la almohada, mareado. Cerró los ojos un momento. Estaba muy cansado. Victoria había sanado su herida, pero el muchacho todavía no había recuperado las fuerzas tras el combate contra Kirtash.
—¿Qué era lo que querías averiguar? –preguntó entonces Alexander.
Jack abrió los ojos.
—¿A qué te refieres?
—Fuiste al encuentro de Kirtash por alguna razón.
¿Qué esperabas sacar en claro?
Jack tardó un poco en contestar. Eran muchos los motivos que le habían llevado a enfrentarse a Kirtash: el odio, los celos, su amor por Victoria... la certeza de que el shek podía responder a muchas de sus dudas... acerca de sí mismo.
Pero se dio cuenta de que había una razón que estaba por encima de todas las demás.
—Quería saber si era verdad que siente algo por Victoria –murmuró por fin–. Y si ha estado jugando con ella... hacérselo pagar.
Alexander lo miró, perplejo.
—Caray, chico, te ha dado fuerte, ¿eh?
Jack enrojeció un poco, pero no dijo nada, y tampoco volvió la cabeza para mirar a su amigo.
—¿Y? –preguntó él, al cabo de unos instantes.
—Parece... parece que le importa. De verdad. Incluso arriesgó su vida para salvar la de ella. Es extraño, ¿no? –añadió, clavando la mirada de sus ojos verdes en Alexander–. Resulta que él, que no es humano, tiene reacciones humanas. Y resulta que yo, que se supone que sí soy humano, hago cosas... sobrehumanas –concluyó, utilizando la palabra que había empleado Victoria–. Me gustaría saber quién soy. Quiénes somos... o qué somos.
Alexander lo miró y se mordió el labio inferior, pensativo, pero no dijo nada. No tenía respuestas para aquellas preguntas.
Él la llamaba otra vez.
Victoria metió la cabeza bajo la almohada, pero la llamada se oía dentro de su mente, y no en sus oídos.
Esta vez resistiría. Se quedaría allí, en la cama, en su habitación. No iba a dejar que él la engañara otra vez.
«Victoria...», se escuchó por segunda vez.
«No voy a ir», pensó. «Ya puedes quedarte sentado esperándome».
Sabía lo que era, lo había visto bajo su verdadero aspecto. Y sabía que Jack había quebrado su espada; Kirtash era impredecible, y Victoria no podía siquiera tratar de adivinar de qué humor estaría después de aquello. Por si acaso, era mejor no acercarse.
Y, sin embargo, deseaba volver a verlo, deseaba preguntarle muchas cosas y, a pesar de todo... deseaba mirarlo a los ojos una vez más y sentir su contacto, sugestivo, electrizante...
«No», se dijo a sí misma, con firmeza. «Ya has causado bastantes problemas».
«Victoria...», la llamó él, por tercera vez.
La muchacha cerró los ojos con fuerza. Tenía pensado ir a Limbhad un poco después, para ver cómo estaba Jack, y se aferró a esa idea: Jack, Jack, Jack... ansiaba volver a verlo, llevaba todo el día echando de menos su cálida sonrisa, y no permitiría que una serpiente retrasara aquel momento.