esto como, ¡desdichado!,
triste fin me pronostico.
···············
De mi tierra me sacó
Paulo, diez años habrá,
y a aqueste monte apartó;
él en una cueva está,
y en otra cueva estoy yo.
Aquí penitencia hacemos,
y sólo hierbas comemos,
y a veces nos acordamos
de lo mucho que dejamos
por lo poco que tenemos.
Aquí al sonoro raudal
de un despeñado cristal,
digo a estos olmos sombríos:
“¿Dónde estáis, jamones míos,
que no os doléis de mi mal?
Cuando yo solía cursar
la ciudad y no las peñas
(¡memorias me hacen llorar!),
de las hambres más pequeñas
gran pesar solíais tomar.
Erais, jamones, leales:
bien os puedo así llamar,
pues merecéis nombres tales,
aunque ya de las mortales
no tengáis ningún pesar.”
···············
ESCENA III
[Paulo sueña que la muerte le hiere en el corazón, y al quedar su cuerpo “como despojo de la madre tierra”, el alma libertada se presenta ante el Tribunal de Dios, donde ve con espanto que sus culpas pesan más que sus buenas obras en la balanza del Justicia mayor del Cielo; el Juez santo le condena al Infierno.]
Paulo.
Con aquella fatiga y aquel miedo
desperté, aunque temblando, y no vi nada
si no es mi culpa, y tan confuso quedo,
que si no es a mi suerte desdichada,
o traza del contrario, ardid o enredo,
que vibra contra mí su ardiente espada,
no sé a qué lo atribuya. Vos, Dios santo,
me declarad la causa de este espanto.
¿Heme de condenar, mi Dios divino,
como este sueño dice, o he de verme
en el sagrado alcázar cristalino?
Aqueste bien, Señor, habéis de hacerme.
¿Qué fin he de tener? Pues un camino
sigo tan bueno, no queráis tenerme
en esta confusión, Señor eterno.
¿He de ir a vuestro Cielo, o al Infierno?
Treinta años de edad tengo, Señor mío,
y los diez he gastado en el desierto,
y si viviera un siglo, un siglo fío
que lo mismo ha de ser: esto os advierto.
Si esto cumplo, Señor, con fuerza y brío,
¿qué fin he de tener? Lágrimas vierto.
Respondedme, Señor; Señor eterno,
¿he de ir a vuestro Cielo, o al Infierno?
ESCENA IV
(Aparece el Demonio en lo alto de una peña.)
Demonio.
Diez años ha que persigo
a este monje en el desierto,
recordándole memorias
y pasados pensamientos;
siempre le he hallado firme,
como un gran peñasco opuesto.
Hoy duda en su fe, que es duda
de la fe lo que hoy ha hecho,
porque es la fe en el cristiano
que sirviendo a Dios y haciendo
buenas obras, ha de ir
a gozar de Él en muriendo.
Este, aunque ha sido tan santo,
duda de la fe, pues vemos
que quiere del mismo Dios,
estando en duda, saberlo.
En la soberbia también
ha pecado: caso es cierto.
Nadie como yo lo sabe,
pues por soberbio padezco.
Y con la desconfianza
le ha ofendido, pues es cierto
que desconfía de Dios
el que a su fe no da crédito.
Un sueño la causa ha sido;
y el anteponer un sueño
a la fe de Dios, ¿quién duda
que es pecado manifiesto?
Y así me ha dado licencia
el Juez más supremo y recto
para que con más engaños
le incite agora de nuevo.
Sepa resistir valiente
los combates que le ofrezco,
pues supo desconfiar
y ser, como yo, soberbio.
···············
De ángel tomaré la forma,
y responderé a su intento
cosas que le han de costar
su condenación, si puedo.
(Quítase el Demonio la túnica y queda de ángel.)
Paulo.
¡Dios mío! Aquesto os suplico.
¿Salvaréme, Dios inmenso?
¿Iré a gozar vuestra gloria?
Que me respondáis espero.
Demonio.
Dios, Paulo, te ha escuchado,
y tus lágrimas ha visto.
Paulo.
¡Qué mal el temor resisto! (Aparte.)
Ciego en mirarlo he quedado.
Demonio.
Me ha mandado que te saque
de esa ciega confusión,
porque esa vana ilusión
de tu contrario se aplaque.
Ve a Nápoles, y a la puerta
que llaman allá del Mar,
que es por donde tú has de entrar
a ver tu ventura cierta
o