Tirso de Molina

Tirso de Molina


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de allá (estáme atento)

      un hombre...

      Paulo.

      ¡Qué gran contento

      con tus razones me das!

      Demonio.

      ...que Enrico tiene por nombre,

      hijo del noble Anareto.

      Conocerásle, en efeto,

      por señas que es gentilhombre,

      alto de cuerpo y gallardo.

      No quiero decirte más,

      porque apenas llegarás

      cuando le veas.

      Paulo.

      Aguardo

      lo que le he de preguntar

      cuando le llegare a ver.

      Demonio.

      Sólo una cosa has de hacer.

      Paulo.

      ¿Qué he de hacer?

      Demonio.

      Verle y callar,

      contemplando sus acciones,

      sus obras y sus palabras.

      Paulo.

      En mi pecho ciego labras

      quimeras y confusiones.

      ¿Sólo eso tengo de hacer?

      Demonio.

      Dios que en él repares quiere,

      porque el fin que aquél tuviere

      ese fin has de tener. (Desaparece.)

      Paulo.

      ¡Oh misterio soberano!

      ¿Quién este Enrico será?

      Por verle me muero ya.

      ¡Qué contento estoy! ¡qué ufano!

      ESCENAS V a X

      [Paulo, acompañado de Pedrisco, se dispone a ir a Nápoles. El Demonio ha logrado su plan, pues ha infundido la duda en el espíritu del ermitaño.]

      Demonio.

      Bien mi engaño va trazado.

      Hoy verá el desconfiado

      de Dios y de su poder

      el fin que viene a tener,

      pues él propio lo ha buscado.

      ESCENAS XI y XII

      [Paulo y Pedrisco llegan a la Puerta del Mar, en Nápoles, sitio designado por el Demonio para que conozcan a Enrico.]

      Pedrisco.

      Maravillado estoy de tal suceso.

      Paulo.

      Secretos son de Dios.

      Pedrisco.

      ¿De modo, padre,

      que el fin que ha de tener aqueste Enrico,

      ha de tener también?

      Paulo.

      Faltar no puede

      la palabra de Dios: el ángel suyo

      me dijo que si Enrico se condena,

      me he de condenar; y si él se salva,

      también me he de salvar.

      Pedrisco.

      Sin duda, padre,

      que es un santo varón aqueste Enrico.

      Paulo.

      Eso mismo imagino.

      Pedrisco.

      Esta es la puerta

      que llaman de la Mar.

      Paulo.

      Aquí me manda

      el ángel que le aguarde.

      (Aparece Enrico con sus compañeros.)

      Roldán.

      Deteneos, Enrico.

      Enrico.

      Al mar he de arrojalle, vive el cielo.

      Paulo.

      A Enrico oí nombrar.

      Enrico.

      ¿Gente mendiga

      ha de haber en el mundo?

      Cherinos.

      Deteneos.

      Enrico.

      Podrásme detener en arrojándole.

      Celia.

      ¿Dónde vas? Detente.

      Enrico.

      No hay remedio:

      harta merced te hago, pues te saco

      de tan grande miseria.

      Roldán.

      ¡Qué habéis hecho!

      (Salen todos.)

      Enrico.

      Llegóme a pedir un pobre una limosna;

      dolióme el verle con tan gran miseria;

      y por que no llegase a avergonzarse

      otro desde hoy, cogíle en brazos

      y le arrojé en el mar.

      Paulo.

      ¡Delito inmenso!

      Enrico.

      Ya no será más pobre, según pienso.

      Pedrisco.

      ¡Algún diablo limosna te pidiera!

      Celia.

      ¡Siempre has de ser cruel!

      Enrico.

      No me repliques,

      que haré contigo y los demás lo mismo.

      Escalant.

      Dejemos eso agora, por tu vida.

      Sentémonos los dos, Enrico amigo.

      Paulo

      (a Pedrisco).

      A éste han llamado Enrico.

      Pedrisco.

      Será otro.

      ¿Querías tú que fuese este mal hombre,

      que en vida está ya ardiendo en los infiernos?

      Aguardemos a ver en lo que para.

      Enrico.

      Pues siéntense voarcedes, porque quiero

      haya conversación.

      Escalant.

      Muy bien ha dicho.

      Enrico.

      Siéntese Celia aquí.

      Celia.

      Ya estoy sentada.

      Escalant.

      Tú, conmigo, Lidora.

      Lidora.