Tirso de Molina

Tirso de Molina


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      Cherinos.

      Siéntese aquí, Roldán.

      Roldán.

      Ya voy, Cherinos

      Pedrisco.

      ¡Mire qué buenas almas, padre mío!

      Lléguese más, verá de lo que tratan.

      Paulo.

      ¡Que no viene mi Enrico!

      Pedrisco.

      Mire y calle,

      que somos pobres, y este desalmado

      no nos eche en la mar.

      Enrico.

      Agora quiero

      que cuente cada uno de vuarcedes

      las hazañas que ha hecho en esta vida.

      Quiero decir... hazañas... latrocinios,

      cuchilladas, heridas, robos, muertes,

      salteamientos y cosas de este modo.

      Escalant.

      Muy bien ha dicho Enrico.

      Enrico.

      Y al que hubiere

      hecho mayores males, al momento

      una corona de laurel le pongan,

      cantándole alabanzas y motetes.

      Escalant.

      Soy contento.

      Enrico.

      Comience, seo Escalante.

      Paulo.

      ¡Que esto sufre el Señor!

      Pedrisco.

      Nada le espante.

      Escalant.

      Yo digo ansí.

      Pedrisco.

      ¡Qué alegre y satisfecho!

      Escalant.

      Veinticinco pobretes tengo muertos,

      seis casas he escalado, y treinta heridas

      he dado con la chica.

      Pedrisco.

      ¡Quién te viera

      hacer en una horca cabriolas!

      Enrico.

      Diga, Cherinos.

      Pedrisco.

      ¡Qué ruin nombre tiene!

      ¡Cherinos! Cosa poca.

      De capas que he quitado en esta vida

       y he vendido a un ropero, está ya rico.

      Cherinos.

      Yo comienzo:

      No he muerto a ningún hombre; pero he dado

      más de cien puñaladas.

      Enrico.

      ¿Y ninguna

      fué mortal?

      Cherinos.

      Amparóles la fortuna.

      De capas que he quitado en esta vida

      y he vendido a un ropero, está ya rico.

      Enrico.

      ¿Véndelas él?

      Cherinos.

      ¿Pues no?

      Enrico.

      ¿No las conocen?

      Cherinos.

      Por quitarse de aquestas ocasiones

      las convierte en ropillas y calzones.

      Enrico.

      ¿Habéis hecho otra cosa?

      Cherinos.

      No me acuerdo.

      Pedrisco.

      ¿Mas que le absuelve ahora el ladronazo?

      Celia.

      Y tú, ¿qué has hecho, Enrico?

      Enrico.

      Oigan voarcedes.

      Escalant.

      Nadie cuente mentiras.

      Enrico.

      Yo soy hombre

      que en mi vida las dije.

      Galván.

      Tal se entiende.

      Pedrisco.

      ¿No escucha, padre mío, estas razones?

      Paulo.

      Estoy mirando a ver si viene Enrico.

      Enrico.

      Haya, pues, atención.

      Celia.

      Nadie te impide.

      Pedrisco.

      ¡Miren a qué sermón atención pide!

      Enrico.

      Yo nací mal inclinado,

      como se ve en los efectos

      del discurso de mi vida

      que referiros pretendo.

      Con regalos me crié

      en Nápoles, que ya pienso

      que conocéis a mi padre,

      que aunque no fué caballero

      ni de sangre generosa,

      era muy rico, y yo entiendo

      que es la mayor calidad

      el tener, en este tiempo.

      ···············

      Hurtaba a mi viejo padre,

      arcas y cofres abriendo,

      los vestidos que tenía,

      las joyas y los dineros.

      Jugaba, y digo jugaba

      para que sepáis con esto

      que de cuantos vicios hay

      es el primer padre el juego.

      Quedé pobre y sin hacienda,

      y yo —me he enseñado a hacerlo—,

      di en robar de casa en casa

      cosas de pequeño precio.

      Iba a jugar, y perdía;

      mis vicios iban creciendo.

      Di luego en acompañarme

      con otros del arte mesmo:

      escalamos siete casas,

      dimos la muerte a sus dueños;

      lo robado repartimos

      para dar caudal al juego.

      De cinco que éramos todos,

      sólo los cuatro prendieron,

      y nadie me descubrió,

      aunque les dieron tormento.