delito, y yo con esto,
de escarmentado, acogíme
a hacer a solas mis hechos.
···············
A treinta desventurados
yo solo y aqueste acero,
que es de la muerte ministro,
del mundo sacado habemos:
los diez, muertos por mi gusto,
y los veinte me salieron,
uno con otro, a doblón.
Diréis que es pequeño precio:
es verdad; mas, voto a Dios,
que en faltándome el dinero,
que mate por un doblón
a cuantos me están oyendo.
···············
No respeto a religiosos:
de sus iglesias y templos
seis cálices he robado
y diversos ornamentos
que sus altares adornan.
Ni a la justicia respeto:
mil veces me he resistido
y a sus ministros he muerto;
tanto, que para prenderme
no tienen ya atrevimiento.
Y, finalmente, yo estoy
preso por los ojos bellos
de Celia, que está presente:
todos la tienen respeto
por mí, que la adoro; y cuando
sé que la sobran dineros,
con lo que me da, aunque poco,
mi viejo padre sustento,
que ya le conoceréis
por el nombre de Anareto.
Cinco años ha que tullido
en una cama le tengo,
y tengo piedad con él
por estar pobre el buen viejo;
y como soy causa al fin
de ponelle en tal extremo,
por jugarle yo su hacienda
el tiempo que fuí mancebo.
Todo es verdad lo que he dicho,
voto a Dios, y que no miento.
Juzgad ahora vosotros
cuál merece mayor premio.
Pedrisco.
Cierto, padre de mi vida,
que con servicios tan buenos,
que puede ir a pretender
éste a la corte.
Escalant.
Confieso
que tú el lauro has merecido.
Roldán.
Y yo confieso lo mesmo.
Cherinos.
Todos lo mesmo decimos.
Celia.
El laurel darte pretendo.
Enrico.
Vivas, Celia, muchos años.
Celia.
Toma, mi bien; y con esto,
pues que la merienda aguarda,
nos vamos.
Galván.
Muy bien has hecho.
Celia.
Digan todos: “¡Viva Enrico!”
Todos.
¡Viva el hijo de Anareto!
Enrico.
Al punto todos nos vamos
a holgarnos y entretenernos.
(Vanse.)
ESCENA XIII
Paulo.
Salid, lágrimas; salid,
salid apriesa del pecho,
no lo dejéis de vergüenza.
¡Qué lastimoso suceso!
Pedrisco.
¿Qué tiene, padre?
Paulo.
¡Ay, hermano!
Penas y desdichas tengo.
Este mal hombre que he visto
es Enrico.
Pedrisco.
¿Cómo es eso?
Paulo.
Las señas que me dió el ángel
son suyas.
Pedrisco.
¿Es eso cierto?
Paulo.
Sí, hermano, porque me dijo
que era hijo de Anareto,
y aquéste también lo ha dicho.
Pedrisco.
Pues aquéste ya está ardiendo
en los infiernos.
Paulo.
Eso sólo es lo que temo.
El ángel de Dios me dijo
que si éste se va al Infierno,
que al Infierno tengo de ir,
y al Cielo, si éste va al Cielo.
Pues al Cielo, hermano mío,
¿cómo ha de ir éste, si vemos
tantas maldades en él,
tantos robos manifiestos,
crueldades y latrocinios
y tan viles pensamientos?
Pedrisco.
En eso, ¿quién pone duda?
Tan cierto se irá al infierno
como el despensero Judas.
Paulo.
¡Gran Señor! ¡Señor eterno!
¿Por qué me habéis castigado
con castigo tan inmenso?
Diez años y más, Señor,
ha que vivo en el desierto
comiendo hierbas amargas,
salobres aguas bebiendo,
sólo porque Vos, Señor,
Juez piadoso, sabio, recto,
perdonarais mis pecados.
¡Cuán diferente lo veo!
Al Infierno tengo de ir.
¡Ya me parece que siento
que aquellas voraces llamas