monasterio de Nuestra Señora de la Candelaria (Castellanos, 2012).
Otra historia confirma cómo la envidia puede ser un atributo que no impide ir al cielo. “Santa Mónica es una santa muy envidiosa”, contaba Natividad en una tarde. El día que murió y fue al cielo, se encontró con una mujer muy flaca y hambrienta:
Santa Mónica tenía un canasto con comida pero solo le dio una cebolla larga. Ambas murieron, la mujer flaca fue al cielo y Santa Mónica al Purgatorio. En el Purgatorio Santa Mónica vio a la mujer arriba y le pidió ayuda. Ella le alcanzó la cebolla larga pa’ que trepara pero las llamas [del Purgatorio] la quemaron [esto es, la cebolla]. Al rato Dios mandó ángeles y ellos cargaron a Santa Mónica al cielo, mientras las otras almas se le pegaban a la falda de Santa Mónica, pero ella se sacudía para que se cayeran. (Castellanos, 2012, pp. 38-39)
Figura 5. Horno de Aguabuena
Fuente: Tomado de entrevista a Natividad en febrero de 2010.
Lo anterior sirve para ilustrar cómo la envidia es algo de lo que participan seres no humanos y no se restringe a los alfareros, sino que abarca otros aspectos que son significativos de su mundo. Así, vasijas y deidades –además de las personas– componen un conjunto de entidades que envidian, por lo cual la envidia, se puede decir, es un fenómeno de gran flexibilidad.
Segundo: lo natural también es envidioso, pero no todo
Otro elemento que se relaciona con la envidia (y que podemos añadir a la lista de arriba) es la arcilla. En un mundo de alfareros, es obvio que uno de los rasgos materiales imprescindibles de la vida diaria, fuente de vida para las vasijas, es la arcilla. Pero en Aguabuena son pocos los alfareros que tienen minas de arcilla en sus predios. La mayoría compra la materia prima a otros no alfareros que traen el barro de minas ubicadas en otras veredas o incluso en municipios aledaños. Terrones de arcillas grises, blancas y amarillas son traídos en volquetas para después ser mezclados con agua en molinos de tracción animal y obtener una mezcla plástica que después será amasada en rollos grandes (llamados chutacos; ver Laura Holguín, en este volumen), a partir de los cuales se manufacturarán las vasijas. A la mezcla no se le añade ningún desgrasante, pues las vasijas producidas hoy no cumplen ninguna función aparte de la decorativa.
El barro es voluble, según la gente. “Hay barro que merma y otro que no merma”, decía Doris, refiriéndose a lo maleable y en cierto modo caprichosa que resulta la arcilla al contacto con el agua. La razón, aunque no es clara, sí depende de las personas y no tanto de las cualidades intrínsecas del material. El humor desempeña un papel en esto. Por ejemplo, según Doris, y otros alfareros así lo confirmaron, las múltiples hornadas perdidas de Helí fueron a causa de su mal humor y envidia. De la misma manera razonaba Helí, pero con direccionalidad distinta, pues para él se debió, esa vez, sí a la envidia, pero de sus familiares y vecinos (figura 6).
Doris: Alguna vez le dimos regalado un material a Helí pa’ que trabajara. Como tenía tantas pérdidas pues se lo regalamos. Pero ese hombre no hacía sino maldecir, a toda hora de mal genio, la loza se le chitiaba en el horno, el barro no le crecía. Pero es que uno no debe maldecir al material con el que trabaja porque de esto es lo que come.
Helí: Doris me dio una arcilla pero estaba llena de piedras, ¡qué material pa’ malo! Yo que trabajo rápido, no, eso no, me demoraba el doble y era saque y saque piedras… a lo que armaba la loza después mermaba y otra se charrusquiaba [torcía], en ese tiempo no tuve sino pérdidas.
Figura 6. Doris empuja con la mano que está adentro la barriga de la vasija, mientras que con la mano que está afuera controla la fuerza de sus movimientos. Su atuendo, limpio, es deliberado para esta foto
Foto: Daniela Castellanos. Tomada en la enramada del Taller de Evelio Bautista, padre de Doris, en el 2007.
Los fragmentos anteriores fueron extraídos de conversaciones que tuve en días distintos con Doris y Helí, pero están conectados pues se refieren a un mismo evento (Castellanos, 2012). Ambos dan cuenta de los infortunios de Helí a causa de la conductividad del barro, que adquiere una valencia que casi siempre es negativa. Aunque también hay historias en que la arcilla (y por ende las vasijas) toma las virtudes de quien la amasa. De hecho, en otra de mis estancias en Aguabuena, la hermana de Helí, Josefa, contaba que para hacer una vasija “primero hay que consentir el barrito, sobarlo y luego durante la hechura hay que pensar cosas bonitas pa’ que las ollitas salgan bien” (Castellanos, 2007, p. 43).
Lo anterior pone de relieve que el vínculo entre la arcilla (como materia prima o producto terminado en forma de vasija) y su alfarero es muy fuerte en varios sentidos. El barro es el medio de sustento de las familias de Aguabuena y trae prosperidad o escasez a las familias. Es un oficio que imprime identidad cultural a los artesanos pero también carga con un estigma. Por un lado, hay un reconocimiento del valor patrimonial que tiene esta labor, promovido en parte por la identidad de Ráquira como un pueblo de olleros, pero también por las políticas impulsadas por entidades como Artesanías de Colombia, la Gobernación de Boyacá, el Ministerio de Comercio, entre otras, que desde hace varios años vienen desarrollando distintos planes productivos en el municipio. Por otro lado, los alfareros reconocen que es un oficio que enferma (por la alternancia de la arcilla, que es fría, con el calor del horno; por la contaminación por el humo que expiden los hornos, entre otros factores) y que hace que sus cuerpos, sus casas y en general todo el lugar esté impregnado de una suciedad que es física pero también moral.6 La polución del lugar se expresa en los cuerpos, no solo impregnándolos, sino también moldeándolos. En ese sentido hay una suciedad inherente a la persona envidiosa como un rasgo corrosivo de la subjetividad que además mina sus relaciones sociales.
Hay otro nivel más micro, individual. Una vasija es el calco de la anatomía de quien la hizo y esto se aprecia a su vez en detalles anatómicos de la vasija, como la boca o jeta (borde), la barriga (cuerpo), el culo (base) o la oreja (asa), que copian la anatomía del alfarero (Castellanos, 2007). Por ejemplo, Elisa decía de Tránsito que sus vasijas le salían “así como tiene la jeta”, o Doris apelaba a una diferencia de género para hablar de por qué sus vasijas eran más redondas que las de su hermano, incluso cuando ambos habían aprendido el oficio de la misma persona (esto es, su madre), o Helí daba una definición del estilo de hacer vasijas de cada quien al considerarlo como “la huella dactilar” (Castellanos, 2007) (figura 7).
Figura 7. La paila de Tránsito
Foto: Daniela Castellanos. Tomada en el taller de Tránsito Vergel en 2006.
De vuelta al tema de la sección, si el elemento tierra conduce o conecta la envidia (entre una fuente y un receptor), el aire, en cambio, no lo hace. Para explicar mejor este punto, hay que desviar la atención de las vasijas (rotas o completas) que dominan el paisaje de Aguabuena y detallar, en cambio, otro rasgo igual de importante pero menos llamativo: las mangueras que trasportan agua desde las quebradas hasta las casas en un entramado que conforma un acueducto artesanal.
Aguabuena, pese a su nombre, es un lugar con poca agua, más árido que fértil y en donde los alfareros conviven con la carencia de servicios sanitarios. A falta de un acueducto oficial, funciona uno improvisado. Metros y metros de mangueras conectadas o desconectadas deliberadamente conducen o no el agua desde las fuentes hídricas (básicamente, dos quebradas) hasta los tanques de las casas. Hay mangueras principales, más gruesas y largas, que conforman una red primaria, y otras más cortas y de menor grosor, que son las redes secundarias y que se conectan a las mangueras principales en ramificaciones variadas y cambiantes según las alianzas o conflictos de las unidades familiares. Así, es usual que entre varias casas se asocien para comprar metros de manguera