que hay muchas voces parciales en este documento.
1 La misma fuente de Tylor es usada por Gell (1998) y en su versión traducida al castellano en este texto.
2 Aunque sé que adeptos y conversos al giro ontológico afirman un origen parcialmente no europeo, creo que lo metropolitano de las tendencias teóricas se define por el tipo de fuerza que ejercen, como hechos sociales, sobre las academias periféricas. El mismo tipo de fuerza se reproduce gracias a los lugares que ocupan o tienden a ocupar en las jerarquías institucionales locales. En Latinoamérica, esta perspectiva de análisis teórico tiende a llenar parte del lugar de tendencias que lucen menos robustas que en el pasado cercano (p. ej., posmodernos, estudios culturales y estudios poscoloniales). Habría que señalar que la otra gran fuerza teórica de la actualidad está constituida por los autodenominados estudios decoloniales. De hecho, ya existen ontologías decoloniales.
3 Colincharse es una voz colombiana que se refiere a la práctica en desuso de subirse a un automotor sin la anuencia del conductor, generalmente colgándose en el parachoques trasero para transportarse sin pagar pasaje.
4 Se trata de barrios populares y periféricos que quedan sobre los cerros de Bogotá. Sus nombres no hacen más que describir ciertos principios de la ética colonial.
5 Y como el conocimiento antropológico es una mercancía, y una mercancía depreciada por la pérdida de la voz pública de la antropología (a lo cual responde Ingold), no hay quien pague por el tiempo necesario para hacer trabajos prolongados, pero tampoco hay impulso ni ganas para hacerlos. Nuestras carreras están renunciando a formar conciencias y sucumben por las razones que sea (que siempre pueden ser comprensibles dado que las relaciones objetivas son siempre económicas) a formar firmadores del requisito (antropólogo o social), de tal manera que para todos (docentes, administrativos y estudiantes) resulta una pérdida de tiempo hacer trabajo de campo. Mucho menos tener algún compromiso que desborde las razones prácticas de tesistas y directores de tesis. No obstante, siempre y en todos lados hay gente intempestiva.
Preferiblemente objetos
Vasijas envidiosas de Aguabuena: un ensayo etnográfico sobre la vida del mundo material
Daniela Castellanos
Universidad Icesi
Helí Valero, a sus más de sesenta años, contaba sin exaltarse que “los boteros1 son muy envidiosos” y no se les pueden poner vasijas cerca porque “las chitean”.2 Metido en la bóveda del horno, hablaba apilando de manera cuidadosa y metódica la loza cruda, cerciorándose de dejar buen espacio entre los boteros, y entre estos y las demás vasijas. Mientras, afuera, su hijo y esposa hacían una cadena de manos que conducía otras vasijas crudas desde distintos rincones de la enramada del taller hasta la puerta del horno. Su comentario desprevenido fue el punto de entrada en mi trabajo de campo a la posibilidad de que las cosas y no solo las personas fueran envidiosas: ¿cuál es este mundo en el que los boteros pueden ser envidiosos? ¿Hay otras cosas-materia aparte de las vasijas con estos atributos-vicios?3 Y a propósito de esto, ¿qué hay de la vida que ostenta el mundo material? (figuras 1, 2 y 3).
Sobre la(s) envidia(s) en Aguabuena he escuchado muchas historias.4 Por ejemplo, que la gente de Aguabuena es la más envidiosa de Ráquira, un hecho incuestionable incluso para los habitantes de Aguabuena (Castellanos, 2015); que la envidia de los vecinos, a veces transformados en brujas nocturnas, rompe las vasijas mientras se cuecen en el horno (Castellanos, 2007); que a los artesanos los enferma su propia envidia o la de sus prójimos (Castellanos, 2012), entre otras más. La afirmación de Helí, sin embargo, presentaba otra perspectiva a propósito de la exacerbación de la envidia en este mundo: ya no eran las personas sino también las cosas las que envidiaban; era esta una especie de gran conspiración de todos contra todos.
En lo que sigue, quiero explorar la envidia como un problema de las vasijas y no solo de las personas: ¿cómo es la envidia de las vasijas?, ¿por qué las vasijas envidian y cómo es su envidia? y ¿de qué nos habla esta experiencia a propósito de la relación entre humanos y objetos? A continuación, presento algunos datos etnográficos que nos darán pistas al respecto. Para respondernos estas preguntas, más que partir de una definición de envidia por fuera de la experiencia misma de quienes la viven, propongo, en cambio, aproximarnos a las manifestaciones que esta tiene en el mundo material. Los alfareros no cuestionan la saturación que de la envidia hay en su mundo, y más bien lo que les preocupa son sus afectaciones. Por eso, si pretendemos entender lo que hace posible esta experiencia, debemos mirar su desenvolvimiento en el mundo, sus potencialidades, sus resonancias; todas estas manifestaciones concretadas en los cuerpos: la envidia sale del cuerpo, se encarna en el cuerpo, se lanza hacia otro cuerpo que así lo siente y necesita de cuerpos (humanos o no: nótese que las vasijas también tienen una anatomía que implica un cuerpo) que sepan reconocer sus improntas. Los siguientes datos etnográficos e imágenes nos darán pistas al respecto.
Primero: la envidia no es solo cosa de humanos
La envidia es uno de los siete pecados capitales, y entre estos, el más insidioso y sutil (Epstein, 2003, p. 2). Una historia más general, la de la cristiandad, nos dice que Satán, siendo Luzbel, sintió envidia y fue despojado de su condición celestial para pasar a una infernal. En otra historia mucho más local, el Diablo, escondido en el monasterio del desierto de La Candelaria fue sacado a empujones, incluso a puños, por la Virgen, escondiéndose luego en lo alto de un cerro y haciendo de la gente del lugar (esto es, Aguabuena) objeto de permanentes “niguas, pulgas y envidias” (Moreno, 2001; Castellanos, 2012).5
Figura 1. Terminando de cargar el horno, Helí trae un tipo de vasija cuya forma es la apropiada para los espacios que debe llenar en la bóveda. Ninguna de las vasijas que se observan es un “botero”. ¿Acaso su envidia es también con el lente fotográfico?
Foto: Daniela Castellanos. Tomada en el taller de Helí Valero en 2006.
Figura 2. Afuera y parado en frente de la entrada del horno, Jonathan le pasa al Mono, que está adentro, una matera tipo columna de tamaño pequeño
Foto: Daniela Castellanos. Tomada en el taller de Helí Valero en 2006.
Figura 3. En el umbral del horno, Helí da un último vistazo a la loza apilada antes de cerrar la puerta del horno
Foto: Daniela Castellanos. Tomada en el taller de Helí Valero en 2006.
Figura 4. Virgen de la Candelaria en el muro interior de una habitación. ¿Este descuido de la imagen es otra muestra de las faltas mutuas en las relaciones entre divinidades y seres humanos?
Foto: Daniela Castellanos. Tomada en el interior de la habitación de Lilia Bautista en Aguabuena en 2009. La imagen está ubicada al frente de su cama.
Ahora, no es novedad que el Diablo sea envidioso, esa es tal vez la fuente de su mal; sin embargo, que deidades como la Virgen y otros santos de la religiosidad popular de Aguabuena lo sean, sí lo es (figura 4). En principio, siendo la envidia un vicio, podría reñir con lo sagrado, ser su opuesto, pero en Aguabuena su relación es de continuidad. De hecho, la Virgen, según dos alfareras vecinas, Rosa y Flor, es envidiosa. Ella hace que la loza de los que no le rezan se rompa en el horno cuando se está quemando. Así lo cuenta Rosa, católica, de Flor, evangélica (y quien obtuvo su castigo por decirles a los otros que no adoraran