una relación de solidaridad entre un responsable que pasa el agua y sus beneficiarios. Sin embargo, es usual que a causa de peleas familiares las mangueras se desconecten de un nodo principal o que presenten el flujo de agua interrumpido por huecos hechos intencionalmente o piedras colocadas encima que torpedean el flujo. En últimas, las mangueras, cuales vasos comunicantes de ramificaciones varias, mantienen en circulación (o pasan) no solo agua, sino también envidia, a través de una red que es cambiante en su composición y direccionalidad (a veces quien pasa agua se convierte en beneficiario de alguien más): los alfareros se agregan o disgregan mientras la red se contrae o expande y cambia de orientación. “Por envidia la gente troza las mangueras” dicen los alfareros de manera unánime, lo que hace que el agua se pierda, no llegue o llegue en pocas cantidades. Paradójicamente, estas mangueras que resisten la aridez de esa tierra, contribuyen, a veces, a empeorarla (Castellanos, 2015).
En tierra, las mangueras se envidian, pero no es así cuando van por el aire. Así lo explicaba Teresa mientras me contaba cómo su sobrino y ahijado, y quien le pasaba el agua, había tenido que poner por encima de los techos metros de manguera para conectar sus casas usando soportes de madera, cual postes, para que “volaran” como los cables eléctricos de las ciudades. ¿Y qué es lo especial del aire que hace que no pase la envidia?, pregunté a Teresa, quien mencionando lo del aire como una sentencia sin espacio para dudas, ignoró mi cuestionamiento.
En mis varias visitas a Aguabuena, nunca escuché de otros elementos del mundo que fueran envidiosos. Ni bosques, quebradas o piedras, ni animales de tenencia (como vacas o cabras), ni otros rasgos del mundo material (casas, hornos para quemar cerámica, etc.) fueron referenciados de tal modo. El que las mangueras sí lo fueran puede deberse (tal vez) a su relación con la tierra, que es el medio físico en el que se encuentran frecuentemente. El barro conduce envidia, ya lo veíamos líneas arriba, esto por el contacto con los alfareros. Del mismo modo, la tierra en la que yacen las mangueras (a veces sepultadas varios metros para que no sean pisoteadas por camiones o carros pesados a su paso por las carreteras o en superficie) sería ese medio potenciador según una hidráulica de la envidia, que no funciona así cuando el medio es aéreo.
Tercero: muchas direcciones
Generalmente, la envidia se ha definido como una relación de tres: alguien que envidia (sujeto), otro que es envidiado (rival) y un rasgo, posesión, capacidad o estado psicológico que el sujeto envidia en el rival (objeto) (D’Arms, 2002; Celse, 2010). En esto hay una direccionalidad clara, ya que siempre habrá un blanco, una víctima (Schoek, 1970, p. 7). Pero ¿qué pasa cuando hay muchas víctimas?, es decir, ¿hay una reciprocidad de forma tal que quien envidia es a su vez envidiado y, más aún, cuando no hay distinción clara entre el sujeto, el rival y el objeto de envidia?
Los datos hasta aquí mostrados desdibujan la transitividad de la envidia como acto o, mejor, crean múltiples transitividades. Existe una exacerbación o, como lo dirían en Aguabuena, cadenas que relacionan personas, objetos, deidades y tierra. Y los elementos físicos que participan de este conjunto son en cierto modo transformaciones propiciadas por los mismos alfareros, son sus ensambles.
Los boteros de Helí envidian a las otras vasijas que no son como ellos (y acaso también envidien al mismo Helí). Helí no especifica la fuente de su envidia, como nadie en Aguabuena lo hace (Castellanos, 2015). Allí, es incuestionable que existe(n) la(s) envidia(s), pero nadie se pregunta qué es lo que se envidia. Un modelo clásico (the limited good model) pone la escasez de los recursos y por consiguiente la competencia que se deriva como explicación. Así, en sociedades con bienes limitados –como las campesinas, alfareras o pesqueras–, la envidia aparece como mecanismo nivelador, asegurando que nadie quiera sobresalir, pues sería blanco de brujería (Foster, 1961, 1965, 1972; Bennett, 1966; Kennedy, 1966). Si bien Aguabuena es un mundo de recursos escasos (piénsese en el agua) y, por ende, una explicación como esta tiene cabida, desde lo etnográfico parece más provechoso preguntarse por las posibilidades que mantienen y actualizan un mundo saturado de relaciones envidiosas. En otras palabras, más que las causas, me interesa la experiencia en sí misma, y las condiciones materiales que la hacen posible, o sea su medio y por ende sus vehículos y catalizadores (físicos o no), o lo que la mantiene en movimiento.
La indiferencia por las causas de la envidia contrasta con un sinnúmero de manifestaciones o síntomas que, en cambio, sirven para denotarla (fracturas en vasijas cocidas, delgadez en las personas, aridez de la tierra y huecos en las mangueras son solo algunas). En Aguabuena, importa su performatividad más que su origen (Castellanos, 2015), pues siendo la envidia constitutiva de las relaciones sociales, siempre está fluyendo, así como el agua que transportan las mangueras. El flujo –que, como vimos, es en muchas direcciones– asegura a su vez este gran dinamismo.
De vuelta a los boteros, podemos aventurar varias explicaciones. Por ejemplo, pensar que son envidiosos porque Helí es envidioso. Así lo describen Doris y otros, pero esto es solo una cara. Otra cara es que las vasijas también envidien, además de a las otras vasijas, al mismo Helí. De hecho, hay siempre una falta de confianza o sospecha de los alfareros no solo hacia otros alfareros, sino también respecto a sus vasijas. Nunca se está seguro de los resultados de una hornada. El barro, el horno, el hornero,7 el alfarero y, de manera importante, las vasijas conspiran en contra del éxito de un taller. Y, como si fuera poco, una vez superada la quema vendrán otros riesgos: por ejemplo, el intermediario que no viene, bien sea por el camino polvoriento que en época de lluvia no es transitable, o bien porque no quiere volver a causa de las vasijas que pudieron romperse en su tránsito a los mercados, entre otras razones. Como sea, siempre habrá una responsabilidad que recae en la cerámica misma: hay por lo tanto un campo de acción propio de las vasijas.8
Cierre
Pensar a través de las cosas es la propuesta metodológica de un grupo de autores para hacer de los objetos una estrategia analítica que los aborda en sus propios términos (Henare, Holdbraad y Wastell, 2007). Inspirada en estas ideas, he querido tomar los datos etnográficos como lente analítico. Así, he asumido las cosas como conceptos para no concebir su significado como algo añadido o separado de las cosas mismas (p. 3).
Desde esta perspectiva, el interés no ha sido por las creencias o sentidos que a manera de telón de fondo están detrás de los objetos o les sirven de contexto (Strathern, 1990; Ingold, 2000), sino por las cosas mismas y sus posibilidades.9 Para mi caso, esto implica desviar la atención de las explicaciones del origen o la causa de la envidia en las cosas y, en cambio, partir de que en Aguabuena hay de por sí cosas envidiosas, para luego explorar las posibilidades de ser que tienen dichas cosas o sus realidades, por ejemplo, sus comportamientos, los actos que realizan, los medios en que están presentes, etcétera. Este interés en lo concreto me ha llevado a interesarme por una física de la envidia.10
Y es que la envidia, más que una abstracción, se vive de manera concreta, tanto que incluso tiene atributos físicos, es material. Otra forma de verlo es que la envidia es siempre una experiencia netamente corporal, tiene una anatomía. El cuerpo de un alfarero o de una vasija o de un terrón de barro o de una manguera, incluso de una deidad (como se veía en la sección dos), es la expresión, el medio de este mal.11 Esto contrasta con una visión de la envidia como emoción y, por ende, la tendencia a verla como un fenómeno del mundo de las ideas opuesto al de los cuerpos, perspectiva que incluso puede ser más radical al pensarla como una fuerza irracional o inconsciente (Schoeck, 1970; Rorty, 1980).12
Es claro que el camino elegido reclama una forma distinta de ver las relaciones entre alfareros y vasijas, y, de manera más general, entre personas y objetos. Y algunas de estas preocupaciones no son para nada nuevas. En su ensayo sobre el don, Mauss (1990 [1950]) no asume que el hau de los taonga fuera un asunto de superstición o animismo, sino que lo reconoce como un problema teórico –cuya base es etnográfica– relacionado con la identidad que los maoríes establecen entre las personas y las cosas que hace que los taonga sean hau. Los resultados de esta forma de abordar el problema, como todos conocemos, llevarían al desarrollo de una teoría –todavía hoy influyente– sobre la obligación social basada en la reciprocidad.
Siguiendo estas ideas,