José Luis Martín

El lado oscuro del rock


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primera fila que enloquecía mientras Millie se pavoneaba en el escenario en ropa interior. Ese pavoneo es el que quería describir Willie Dixon en el tema, compuesto para un atractivo Waters, que fue el primer galán del blues.

      Otro concepto que introduce el tema es John The Conqueror, la raíz del tubérculo de la Ipomoea Jalapa, que al secarse tiene la forma de los testículos de un hombre de color. El nombre le viene de un héroe africano esclavizado en Luisiana que nunca se doblegó y siempre fue un espíritu libre. También se le conoce como High John, John o Jack The Conqueror, y se le atribuyen poderes de encantamiento de buena suerte y de atractivo sexual, particularidades que Muddy Waters volvió a tratar en el tema «My John The Conqueror Root»; «Fui acusado de asesinato en primer grado / La esposa del juez gritó: ¡Dejen a ese hombre en libertad! / Estaba frotando mi raíz de John The Conqueror / Sabes que no hay nada que ella no pueda hacer».

      En 2011 se formó un trío de indie blues en Misisipi con el nombre de la raíz, que ha editado dos discos hasta la fecha, John The Conqueror en 2012 y The Good Life en 2014.

      El poder maligno del siete

      Por último, otro de los conceptos que introduce el tema «I’m Your Hoochie Coochie Man» es el del poder del siete: «A la séptima hora, del día siete, del mes siete, siete doctores dijeron que nació para la buena suerte. Tengo 700 dólares, así que no juegues conmigo».

      Está hablando de otro mojo llamado Lucky 7, que se creaba con dados y cartas de juego, siempre pensando que el siete es el número perfecto, uniendo las tres caras de un triángulo y las cuatro de un cuadrado, las figuras perfectas. Es por eso que la semana tiene siete días, que un gato cuenta con siete vidas, que las artes y las ciencias son siete y que sólo hay siete pecados capitales.

      Willie Dixon nos habló de este extraordinario mojo en el tema «The Seventh Son»: «Puedo predecir tu futuro, puedo hacer cosas que conseguirán que tu corazón sea feliz./ Mirar al cielo y predecir la lluvia o decir cuando una mujer conseguirá otro hombre./ Todos lloran por el séptimo hijo./ En todo el mundo sólo hay uno y soy el único./ Yo soy el que llaman el séptimo hijo».

      Rory Gallagher en 1973, dentro del disco Blueprint, nos deja una explicación del poder de «Seventh Son Of A Seventh Son»: «Fue el séptimo hijo de un séptimo hijo,/ la gente decía que podía curar a cualquiera./ Él tenía el poder y de sus manos sanadoras brillaba la luz. No hay poción mágica ni palabras místicas... pronto toda la nación supo su nombre».

      La banda británica de heavy metal Iron Maiden, editó en 1988 uno de sus mejores discos bajo el título de Seventh Son Of The Seventh Son, donde incluye un tema del mismo nombre que nos habla de los poderes del séptimo hijo: «Hoy nace el séptimo. Nacido de mujer, el séptimo hijo. / Y él a su vez de un séptimo hijo / Él tiene el poder de curar, tiene el don de la segunda vista / Él es el elegido».

      Hay infinidad de fetiches mágicos, conjuros, hechizos y contrahechizos en el hoodoo, que marcaron un género musical como el blues, que nació en la misma tierra donde se germinó esa magia popular. La lista es interminable, Foot Track Magic, The Hot Foot, The Ejector, son algunos de ellos, tampoco hemos hablado de las Gypsy Woman, las Voodoo Woman o Hoodoo Woman, figuras que han marcado fuertemente en las raíces de la música, como iremos viendo a lo largo del libro. Curioso es el caso del Magical Poppets o muñeca Voodoo que comercialmente siempre se ha unido al vudú de Luisiana y como translación a discos recopilatorios de blues o música de Nueva Orleans, cuando es un fetiche que poco tiene que ver con el vudú o el hoodoo, siendo una práctica habitual de las brujas europeas que el marketing ha pervertido.

      Tal como decía Muddy Waters en 1980, «cuando estás escribiendo esas canciones no puedes dejar de lado la magia del hoodoo. Era lo que realmente creían los negros de ese momento, aunque incluso cuando hoy en día tocas esos viejos blues no logran entenderlos».

      Los cruces, las encrucijadas, siempre han sido puntos misteriosos donde el camino se bifurca y debemos elegir qué sendero seguir, con la consiguiente incógnita del resultado. En muchas culturas son lugares de creencias religiosas y hay un rico folclore lleno de supersticiones, maldiciones, hechizos, mal farios y demás leyendas esotéricas, que con razón o sin ella les conceden un valor digno de mención, aunque seas un incrédulo.

      El catolicismo más conservador ve las encrucijadas como momentos de crisis que nos ponen en alerta, y vienen acompañadas de cierto temor que no es nada extraño, pues su etimología, de cruz, pone de manifiesto su componente doloroso y traumático. Para un buen cristiano la encrucijada es sinónimo de peligro y prueba de fe, presentándose en cualquier momento de la vida.

      El pueblo celta tenía la creencia que los cruces de camino eran parajes vinculados a la muerte y la oscuridad y eran descritos como puntos de intercambio entre los demonios y las almas que vagan sin rumbo. Por eso colocaban piedras en las encrucijadas que terminaban siendo mausoleos para las divinidades a las que rezaban y demandaban protección, en especial al dios Lug o Lugh.

      Algunas de esas tradiciones se importaron al Imperio romano, que se decantaban porque los dioses usaban los cruces para transportar las almas de los muertos al más allá, siendo Mercurio la divinidad dedicada a tales menesteres.

      Para los griegos los cruces estaban protegidos por el dios Hermes, quien velaba por el buen paso de los viajantes y era el encargado de indicar a los muertos el camino correcto al Hades. Colocaban piedras una encima de otra levantando un enorme altar vertical, que con el paso del tiempo se convirtieron en columnas con el busto de Hermes. Durante el siglo vi en el noreste de Península ibérica se arrojaban piedras o se encendían antorchas y farolillos contra los demonios en los cruces de camino. En la actualidad sigue habiendo pueblos que mantienen ese ritual como folclore.

      El crossroad del infierno

      En el Misisipi, entre la población esclava, se instauró la creencia que los cruces de camino eran terrenos sin dueño, donde se podía abrir puertas que comunicaran con el más allá, por lo que se convirtieron en un lugar predilecto para rituales mágicos, hechizos y conjuros. Muchos de los fetiches que hemos podido ver en capítulos anteriores eran conjurados en encrucijadas en el filo de la media noche, hora mágica que suponía un nuevo cruce temporal. Pero sin duda, el más popular y más musical, por lo tanto el que más nos interesa, era la utilización del cruce como forma mágica de conseguir una habilidad excelente, generalmente tocar un instrumento o conseguir una voz maravillosa.

      Hay muchas formas de describirlo, pero una de las más extendidas implicaba acudir al mismo cruce varias noches alrededor del cambio de día, sentarse y tocar el instrumento deseado sin descanso. Pueden pasar varias noches, durante las que verás animales poco habituales que pueden espiarte, hasta que finalmente aparecerá un hombre negro como el carbón, gigantesco y vestido completamente de negro, a quien se le conoce como El Jinete, El Gran Negro o simplemente Papa Legba. Se trata del intermediario del Diablo, quien te cogerá el instrumento, tocará una melodía que se meterá en tu cabeza, algunas leyendas apuntan que con una afinación extraña y desafinando, pero cuando te devuelve el instrumento ya eres un experto en el mismo, aunque acabas de vender tu alma al Diablo, quien ten por seguro que se la cobrará tarde o temprano.

      El pacto con el Diablo

      La primera vez que se habló de un pacto con el Diablo en el blues fue en el tema «Done sold my soul to the devil», grabado por Clara Smith en 1924 y que hizo popular en 1937 Dave Edwards & His Alabama Boys con Decca Records. Sin embargo fue un pacto diabólico de otras características, Clara Smith, conocida como Queen of the Moaners (Reina de los lamentos), narraba que su chico la había abandonado y había realizado un pacto para recuperarlo, aunque el Diablo se lo tomó de otra manera: «He terminado de vender mi alma, se la he vendido al Diablo y mi corazón está hecho de piedra. / Tengo un montón de oro, lo tengo del Diablo pero no me dejará sola. / Él me sigue como un sabueso, está cantando como una serpiente / Él siempre está detrás de mí en cada giro que tomo. / Soy terca y odiosa y moriré antes de correr / Beberé ácido carbónico y llevaré una pistola Gatlin».

      El