le rindieron de beneficios.
Tommy Johnson, pionero del Delta Blues, nació alrededor de 1896 en la plantación George Miller, cerca de Misisipi, a muy temprana edad decantó su afición a la música por encima de sus labores en el seno de la familia. Comenzó a tocar la guitarra ayudado por su hermano LeDell, quien tocaba varios instrumentos.
Con 16 años abandonó su familia y se fugó con una mujer que le doblaba la edad. En esa época conoce a músicos como Charlie Patton y Willie Brown, con los que toca y aprende su forma de desempeñar el blues. De muy joven desarrolla una alcoholemia que no abandonaría jamás. Tras dos años aprendiendo de Patton y Brown, regresó a casa convertido en un virtuoso de la guitarra, sorprendiendo incluso a su hermano LeDell.
La leyenda de Tommy Johnson fue construida por él mismo y alimentada por su exquisita imaginación, aderezada por los litros de alcohol que llevara en el cuerpo en cada ocasión. Fue uno de los primeros bluesman en grabar y a lo largo de 1928, realizó varias sesiones para el sello Victor, dejando siete canciones, la mayoría de ellas clásicos del blues, «Cool Drink of Water Blues», «Big Road Blues», «Maggie Campbell», «Canned Heat Blues» o «Bye Bye Blues».
Su temática preferida era el alcohol siendo «Canned Heat Blues» su mayor éxito, en el que hace referencia al Sterno, alcohol de quemar que consumía cuando no tenía otra cosa que llevarse al gaznate. Su leyenda creció con su muerte o la forma de producirse. La noche de Halloween de 1956 se despidió de su hermano para ir a tocar a una fiesta, pero lo hizo con una frase enigmática: «Esta vez voy a hacer un largo viaje y no regresaré».
Todas sus actuaciones terminaban con «Big Road Blues», pero esa noche cuentan que terminó con un salmo religioso, justo para caer fulminado por un ataque al corazón.
Pero quien verdaderamente se transformó en icono del pacto con el Diablo en la encrucijada fue Robert Leroy Johnson, adoptado como arquetipo de bluesman y posiblemente el más influyente de la historia del género.
Robert Johnson nació el 8 de mayo de 1911 en Hazlehurst, Misisipi, su padre Hoah Johnson tuvo que abandonar el seno familiar por amenazas de linchamiento de terratenientes locales y dejó a su madre, Julia Major con el pequeño Robert y sus diez hermanos. Con 18 años se casó con Virginia Travis, dos años menor que él, quien se quedó embarazada y falleció durante el parto junto al bebé. Con 19 años, alcoholizado y pendenciero, intentaba ganarse la vida tocando blues por las calles y garitos, pero según cuentan algunos músicos como Son House y Willie Brown, era tan malo que nadie le quería contratar. A la edad de 20 años desaparece de Robinsonville y dos años más tarde, reaparece transformado en un auténtico virtuoso de la guitarra, tocando como nadie lo había hecho hasta entonces, con unas dotes vocales que nadie conocía y un desparpajo y seguridad insultantes.
Aquí surge una de las leyendas urbanas del blues más extendidas y con diferentes versiones. Robert, traumatizado por la muerte de su esposa y su bebé, había decidido convocar al Diablo para llegar a un acuerdo. Todo apuntaba que Robert Johnson se presentó en el cruce de las actuales autopistas 61 y 49, intersección que se encuentra en Clarksdale, Misisipi, donde realizaría la ceremonia oportuna y recibiría la visita de Papa Legba.
La leyenda se hizo cada vez más grande y aunque Robert no la alimentó como Tommy Johnson, jamás la desmintió y se aprovechó de ella. Recorrió el sur de los Estados Unidos, sin fijar residencia en ningún local aunque se lo propusieren, se volvió un ser más malhumorado y violento, además de receloso de ser copiado por los demás, tocando de espaldas e incluso marchando de los conciertos precipitadamente si comprobaba que entre el público había músicos observándole detenidamente.
Johnson murió el 16 de agosto de 1938, a la edad de 27 años, cerca de Greenwood, Misisipi. No hay una causa real de su defunción, pero se barajan numerosas hipótesis, siendo la más popular que murió envenenado con estricnina en el whisky que le sirvió el dueño del local Three Corners, situado en un cruce de caminos señalado por la magia vudú como maldito, en la cruceta de las autovías 82 y 49-E. Al parecer Johnson había estado coqueteando con la mujer del tabernero y traspasó la línea roja. Su muerte no fue registrada oficialmente y hasta 30 años después del óbito no se encontró un certificado de defunción, hallado por la musicóloga Gayle Dean Wardlow, donde se indicaba nada más la fecha y lugar del deceso. No existe autopsia alguna y algunos historiadores apuntan que una muerte plausible hubiera sido por sífilis congénita.
Lo cierto es que Robert Johnson estuvo estudiando guitarra con Ike Zimmerman, bluesman de Alabama, famoso por tocar de noche en los cementerios, encima de las tumbas de otros músicos virtuosos, ya que pensaba que de esta forma adquiría sus conocimientos, leyenda que se atribuye al mismísimo Howlin’ Wolf, quien al parecer gustaba de aullar sus canciones durante la noche en los cementerios.
De una forma u otra, la desaparición de Robert Johnson durante dos años, su regreso como músico exquisito, la falta de documentación de su historia y la superstición popular levantaron una de las leyendas más poderosas del blues, la del pacto con el Diablo. Johnson además dejó grabadas 29 canciones que son una enciclopedia digna de estudio, sobre el poder del Diablo, las artes mágicas, el voodoo y el hoodoo, y que no hicieron otra cosa que engrandecer su sombra.
II. Rock’n’roll. La música del Diablo
Tal y como hemos podido ver en el apartado anterior, los esclavos africanos fueron aceptando la religión cristiana por motivos muy diferentes. Obligados por sus amos esclavistas, al mismo tiempo que se prohibía la práctica de cualquier otra creencia, o voluntariamente se adoctrinaban y mezclaban creencias y sentimientos religiosos, hecho que sucedió especialmente en el sur del país.
El nuevo pueblo afroamericano acercó su musicalidad a los templos de oración y dotaron a las vigilias de un ritmo trascendental que marcaría el futuro de la música. Sin embargo las prácticas religiosas siempre estaban supervisadas o vigiladas por el hombre blanco.
La necesidad de ejercer su espiritualidad de forma completamente libre, motivó a los afroamericanos que alcanzaban la libertad y sobre todo tras la abolición de la esclavitud, a gestar sus propias congregaciones e iglesias negras independientes, donde el culto se ejercía sin la supervisión blanca.
Por su idiosincrasia, la mayor parte del nuevo cristianismo se refugió en las iglesias baptistas y a principios del siglo xx en el movimiento pentecostal promovido por el predicador afroamericano William J. Seymour. Una de las características peculiares de los pentecostales es que creen en las posesiones demoníacas y en los exorcismos para librarse de ellas. Estas posesiones de ultratumba normalmente son la consecuencia de actos que suelen ser impropios de un buen cristiano, teniendo una afectación especial en la música o la forma de ejercerla.
Las liturgias se rodeaban de momentos de máxima excitación, que se solían expresar con himnos y otros cantos de alabanza de variados estilos, acompañados de música en vivo, aplausos, coros, exclamaciones de júbilo y danzas extravagantes, pero siempre con el objetivo de adorar a Dios por encima de todas las cosas.
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El blues tuvo un hijo bastardo al que llamaron rock’n’roll
Fue precisamente en el seno de esas congregaciones donde se ejerció una brutal represión sobre el viejo blues, estigmatizándolo y prohibiendo su práctica a los feligreses bajo amenazas de condenación eterna y expulsión de la iglesia. La paradoja marcó que los mismos predicadores que intentaban escapar de la represión blanca, ejercieron una censura represiva brutal contra la música que había sido el medio genuino de expresión del pueblo negro, el blues.
Del seno de esas iglesias se extrapoló que el blues era la música del Demonio, maldijeron los supuestos pactos con seres infernales, la práctica de la magia y de lo que para ellos era brujería; fueron muchos los bluesman y blueswoman que se vieron señalados por los pastores