Javier Tapia

Mitología yoruba


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los seres humanos, una bella religión de amor sin duda alguna, que tardó varios años en dejar de serlo, y muchos más en radicalizarse.

      El primer Islam fue tolerante y se fundió con muchas otras creencias y religiones, entre ellas la yoruba, ya que en sus principios no fue tan imperialista e impositiva como la Religión Católica; los infieles eran infieles y no gozarían nunca de las mieles de Alá, pero no se les mataba o quemaba por no compartir la misma creencia.

      No hay más dios que Alá y Mahoma es su profeta, y todos los islamistas deben estar unidos bajo el credo Shahada, pero hay varias ramas del mismo árbol, como Orishas en la Mitología Yoruba.

      Suníes, sufís y shías son las más conocidas, pero dentro de estas tres divisiones, más de una vez en pugna y en guerra, hay diferentes escuelas, por ejemplo, dentro del shiismo, o chiismo, se encuentra el ismaelismo, que parece el más cercano a las creencias de la Mitología Yoruba.

      Como toda gran religión, el Islam buscaba superar las supersticiones y las leyendas de su entorno, pero libros como Las mil y una noches nos demuestran que, como en el caso de muchas otras grandes religiones, nada pudieron hacer para que el pueblo confiara más en el mítico rey Salomón, en genios y en hadas, que en Mahoma y en Alá, por mucho que les rezaran y adoraran, para solucionar sus problemas cotidianos y satisfacer sus ambiciones, de la misma manera que los católicos confían en sus santos y vírgenes antes que en el Dios Padre, y los yoruba en sus Orishas antes que en Olodumare.

      Eli, Alá y Olo, aunque en castellano no nos lo parezca, tienen una pronunciación muy similar, sobre todo en la letra consonante intermedia, la que importa.

      Nigeria, Níger, Benín y Togo se habla actualmente la lengua yoruba, sobre todo en Nigeria, donde es oficial, pero también se habla en Cuba y en Brasil, e incluso en Miami.

      Las leyendas cuentan que el yoruba se habla desde hace miles de años, y que Oduduwá les llevó las letras, pero científica e históricamente no es hasta el siglo XIX que se le da un cuerpo escrito y formal, y el lucumí, considerado arcaico y muy popular entre babalaos, en realidad es la derivación dialéctica del yoruba que se utiliza en los rituales de santería en Cuba, Haití y República Dominicana.

      Diversidad antropomórfica yoruba

      No hay duda que el idioma yoruba tuvo una gran influencia a lo largo y ancho del río Níger, los actuales estados de Ogun, Oya y Oba, y los ríos que llevan su nombre, es una clara preeminencia del yoruba sobre las lenguas de otras etnias, e incluso de su influencia mítica y religiosa, pero Naana Buluku, en Benín, resultó más vieja que Olodumare, al menos en su llegada a la Tierra, porque los arara son quizás más antiguos que los yoruba, al menos como etnia particular, ya que los yoruba no tienen un aspecto específico, y están formados por más de dieciséis grupos humanos.

      Entre los yoruba se pueden encontrar rasgos antropomórficos de varios pueblos, como los hutus y los tutsi, pero nunca tan específicos y propios como los bosquimanos, los pigmeos, los zulú o los suajili, que también tiene lenguas complejas y rica mitología; sin embargo, es la Mitología Yoruba la que se ha expandido y ha tenido un amplio eco en las creencias y religiones afroamericanas.

      Por lo que respecta a las lenguas hay una gran diversidad, y al menos dieciséis lenguas bien estructuradas como el yoruba y su famoso saludo “luk’u’mi”, que da nombre al dialecto yoruba de Cuba, el lucumí. En América el yoruba se ha castellanizado, pero desde las colonias del siglo XVI tuvo un claro afrancesamiento tanto en su grafía como en su pronunciación.

      Muy lejos de todo ello quedan las patakis más antiguas, aquellas donde los Orishas todavía no tienen forma humana, los ríos son las grandes divinidades y los animales de la selva tienen algún papel.

      En estas patakis y leyendas se adivina lo que será la Mitología Yoruba del setecientos de nuestra era, y que algunos estudiosos sitúan en la Edad de Piedra, mucho antes de que egipcios, griegos y romanos incursionaran tímidamente en el continente africano.

      Primera Pataki de Agayú

      El Ríos de Ríos (el Níger) era todo lo que había.

      Solo agua hasta que crecieron las tierras y el Señor de las Arenas empujó a los ríos y a las montañas.

      Entonces los cielos se elevaron y las nubes se pusieron de por medio.

      El Río de Ríos empezó a tener hijos como las ramas de los árboles, abriéndose paso porque quería llegar lejos y a todas partes.

      Así engendró a Oya, Oba, Oshun y Agayú, el revoltoso.

      Todos se cruzaban entre sí creando vida a su alrededor.

      Pero Agayú fue el más adelantado porque creo todo un reino a lo largo de su cauce hasta llegar a su palacio.

      Creó mucho seres en su interior, pero también alrededor de su cuenca.

      Nacieron las aves y los peces.

      Los insectos y las ranas.

      Las serpientes y los gusanos.

      Los lémures y los babuinos.

      Los cocodrilos y los hipopótamos.

      Los dromedarios y los elefantes.

      Los tigres y los leones.

      Y, finalmente, cuando todo ya estaba hecho, aparecieron los hombres.

      Agayú, su padre, vio que tenían dos manos y diez dedos, y que con ellas podían trabajar para él.

      También vio que hablaban y reían, más que los monos, así que podían honrarlo, festejarlo y celebrarlo.

      Agayú los tomó bajo su manto.

      Luego vio que también eran violentos y perezosos, y que muchos de ellos le faltaban al respeto, así que un día los cubrió con sus aguas y los hizo temerosos de su poder, tanto, que siempre estaban quietos y tristes, y no se atrevían a levantar la mirada.

      Ahora sí le obedecían en todo.

      Todo estaba muy tranquilo y en orden, y las riquezas de Agayú aumentaban cada día. Nadie, ni siquiera su padre, el Río de Ríos, le importunaban, y Agayú podía vivir confiado y tranquilo.

      Fue entonces cuando Agayú tomó la forma de hombre y de rey en tierra, y así era hombre y río a la vez, y podía gozar de sus bienes y de su mando tanto en la selva como el en agua, en el árbol como en el viento, y disfrutar del espíritu y de la carne en su existencia.

      Los humanos le obedecían ciegamente en todo, así que los mandó a que le construyeran un gran palacio, para que lo llenaran con lo mejor que existiera.

      Agayú vivía tan despreocupado que dejaba las puertas y las cortinas abiertas de su palacio, pues sabía que nadie, ni hombre ni animal, ni reptil ni insecto, se atrevería a tocar sus posesiones.

      Sus aguas corrían contentas llenas de peces, y si alguien las quería cruzar, bañarse o navegar en ellas, tenía que pedirle permiso y brindarle ofrendas.

      Los extranjeros tenían que traerle frutos y semillas nuevas y desconocidas para sembrarlas en su lecho, y las extranjeras tenían que dormir con él para que tuvieran su descendencia allá donde fueran.

      Algunos se rebelaban y lo engañaban, y entonces Agayú los ahogaba o los convertía en peces y criaturas de río.

      Algunas se rebelaban y lo engañaban, pues no querían acostarse con él, y entonces Agayú las ahogaba y las convertía en lagartos y culebras.

      Claro que algunos y algunas se le escapaban, pero eran los menos, y por regla ya no volvían a molestarlo, pues sabían de su poder.

      Todo estaba en orden.

      Un buen o mal día Agayú se vistió de hombre y fue a visitar a Olokun, el mar, para saber qué pasaba finalmente con sus aguas dulces y fértiles, y si bien no perdían su fertilidad, sí se volvían amargas y saladas.

      “Estas