Javier Tapia

Mitología yoruba


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      Olokun le respondió: “Entonces mis aguas son como tu gente”.

      Agayú, que era orgulloso, no quiso entender y regresó molesto a sus dominios.

      En su ausencia alguien se había atrevido a pescar sus peces y a comer las frutas de sus árboles.

      Alguien había dormido en su palacio y disfrutado de sus carnes.

      Alguien había jugado con sus pertenencias.

      “¡Quién fue!” Gritó varias veces.

      Su gente ni siquiera se atrevió a alzar la mirada, y tristes y sumisos esperaban el castigo de su señor, sin defenderse, sin hablar y sin señalar a culpable alguno.

      “¿Fueron los monos?”

      Nadie le contestaba.

      “¿Fueron los peces?”

      Nadie le contestaba.

      “¿Fueron los reptiles y las culebras?”

      Nadie le contestaba.

      “¿Fueron los insectos y los gusanos?”

      Nadie le contestaba.

      Cuando ya no pudo tener más cólera y rabia de la que tenía, se dispuso a matar a todos los seres que había creado, atrayendo las tormentas y desbordándose de su cauce. Solo así castigaría a los trasgresores sin tener que andar preguntando.

      En ese momento oyó un fuerte y lejana voz (algunos dicen que era la voz de Olokun para darle una lección):

      “¡Fueron tus hijos!”

      “¿Mis hijos? ¿Cuáles hijos?”

      “Los que has tenido con las doncellas que han cruzado tus aguas, y no puedes castigar a nadie porque tus hijos tienen derecho a gozar de su herencia.”

      Agayú no entendió razones y empezó con la inundación.

      Los peces se rieron de él, pues ya vivían en el agua.

      Los monos treparon a los árboles más altos, burlándose también.

      Los animales pequeños se fueron a las montañas más altas.

      Los animales grandes huyeron por la selva sin mirar atrás.

      Casi todos los animales se salvaron, solo algunos sufrieron la cruel venganza de Agayú, pero sus hombres y mujeres murieron todos y no quedó nadie para temerle, trabajarle y adorarle.

      Agayú quedó solo y triste, tanto, que ya no pudo o no quiso convertirse en hombre para andar rondando por ahí con dos piernas, y se quedó siendo solo agua.

      De sus hijos, los que allanaron su palacio, nadie supo nada, aunque algunos dicen que eran pequeños orishas, hijos suyos, que había tenido, sin saberlo, con una Orisha mayor, con una genio o con una princesa de sangre divina.

      En esta leyenda la Mitología Yoruba que conocemos, con sus Orishas y Olodumare, todavía no estaba asentada, y de ella se derivan otras leyendas donde Agayú pasa de ser río y rey tirano, a ser un Orisha con toda la barba, con penacho de águila o de gallina, herramientas que le proporciona Ogun, y dones relacionados con los volcanes, la lava y los terremotos, más que con el elemento agua.

      Estas transformaciones y cambios de orientación no son raros en la Mitología Yoruba, como tampoco lo es su falta de orden cronológico, el cual podemos interpretar por datos contextuales, pero sin saber realmente la fecha y el origen de la leyenda, ya que a menudo los datos contextuales se mezclan unos con otros, y tanto nos dan señales arcaicas, como datos pertenecientes al siglo VII de nuestra era, pasando de la piedra a los metales, o del animismo al antropomorfismo secular o divino, para acabar fusionándolo todo, e incluso dándole toques de las mitologías griega y egipcia.

      Segunda Pataki de Agayú

      En los primeros tiempos sobre las aguas se derramaron las tierras.

      Así se fue haciendo la gran costra dura.

      La gran costra dura apartó las aguas y hundió los fuegos.

      Nada podía vivir en ese caos.

      Los Orishas bajaban por el ashé (esencia) Olodumare, pero no tenían dónde ponerse.

      La gallina de Obatalá había escarbado demasiado y la tierra tenía abierta sus venas de fuego por todos lados.

      Las aguas hervían y las nubes se elevaban con malos olores.

      Los Orishas mayores engañaban a los orishas menores para que bajaran y ver dónde se quemaban y dónde no se quemaban.

      A unos los vestían de plantas y a otros los vestían de agua.

      Los vestidos de plantas se quemaban más rápido que los vestidos de agua.

      Y los orishas menores, con la promesa de convertirse en Orishas mayores si lograban aposentarse en aquella Tierra, bajaban a probar suerte.

      Uno de ellos fue Agayú Sola, que se cubrió el cuerpo con mucha agua, se puso un casco de ave, y se montó en una barca.

      Así se lanzó a la tierra ardiente, mojando y remando, pues era tanta el agua que llevaba, que podía navegar sobre ella.

      Agayú fue secando algunos tramos, y amontonó mucha tierra seca hasta formar una gran montaña que atajaba el fuego por todos lados.

      De esta manera fue creando los volcanes, y se fue acostumbrando a vivir dentro de ellos, y desde dentro de ellos echaba lava hacia afuera para que se mojara y enfriara con el agua y con el viento, hasta que otros Orishas, mayores y menores se pudieron aposentar en el suelo.

      Agayú Sola fue llamado entonces, Orisha mayor de la creación, señor de los volcanes, los terremotos y los ríos, pues muchos ríos se formaron con su intervención.

      Agayú se lleno de vanidad y orgullo, y vio por debajo del hombro a otros Orishas de la creación, pues habían hecho muy poco para darle forma al mundo.

      Entonces fue castigado y convertido en un gigante.

      Entonces no había hombres y cada gigante tomaba posesión de lo que le parecía, a menos que un Orisha se lo impidiera.

      Agayú quería un río y sus alrededores, pero ese río ya pertenecía a Oshun.

      Agayú, aunque solo era un gigante, seguía siendo orgulloso, pues ese era su camino, así que desafió a Oshun.

      “Si logras cruzar el río, te lo cedo”, le dijo Oshun.

      Agayú se burlo pues vio la empresa muy fácil, y se dispuso a cruzar el río de Oshun.

      Metió un pie, y resbaló cayendo de espaldas.

      Oshun se burló de él.

      Se levantó y metió los dos pies con fuerza, pero una suave corriente deslizó la arena debajo de sus pies, y el gigante Agayú cayó de nuevo.

      Oshun rio con ganas.

      Agayú, entonces, tomó impulso y corrió sobre las aguas, pero de pronto una fuerte corriente volvió a derribarle, y a sacarlo del río chocando con una piedra.

      La Orisha no paraba de reírse al ver los fracasos de Agayú, quien adolorido volvió a tomar impulso y se lanzó de cabeza al agua, avanzó un buen tramo, pero pronto vio que se hundía y se ahogaba.

      Como pudo y tosiendo volvió hacia atrás, hasta sentir que tocaba fondo con los pies y no con la cabeza, y salió del río.

      A Oshun empezó a gustarle la insistencia del gigante, y le ofreció su ayuda, pero este, necio y orgulloso dijo que pasaría sin ayuda de una mujer, por Orisha que fuera.

      Agayú fue a un río más tranquilo, el Ríos de los Ríos, y aprendió a nadar.

      Volvió al río de Oshun y lo intentó de nuevo, pero las corrientes y los remolinos eran tan fuertes, que el gigante no puedo pasar de la mitad y fue arrojado de sus aguas nuevamente.

      Oshun