vez había tenido una barca y fue por ella. La arrastró hasta la margen del río, se subió en ella, primero con torpeza, pero después vio que la dominaba, y poco a poco, a pesar de las corrientes y los remolinos, logró cruzar hacia el otro lado.
Oshun le cedió gustosa el río, e incluso hay quien dice que tuvo un hijo con el gigante, y desde entonces los ríos de Agayú y Oshun son amigos.
Agayú recuperó su condición de Orisha, y pudo ser hombre y río a la vez, señor de los volcanes y los terremotos, vio el nacimiento de la humanidad y tuvo relaciones incluso con la difícil Yemanyá, y muchos hijos, como Changó, y ahí sigue plantado en sus dominios.
Agayú, señor de aguas y de volcanes
La figura de Agayú ha pasado por tiempos de olvido y tiempos de renacimiento, por lo que para algunos autores, es una figura pluvial y arcaica pre-mitología yoruba, y para otros un simple añadido al panteón yoruba que en un principio carecía de un Orisha que se encargara de los volcanes. Su relación con los ríos y las aguas parece clara, pero la relación con los volcanes y las herramientas de metal sería más propia en todo caso de Ogun, señor del hierro, que de Agayú.
De una o de otra manera la Santería Cubana lo rescata y le da un lugar de privilegio.
II: Creación Yoruba
Olofin y Oshun,
palacio y vertiente del río,
tus hijos no siembran ni cazan,
y mueren de hambre
y de frío.
Nadie sabe a ciencia cierta cuándo nació la Mitología Yoruba, pero sí se sabe que está impregnada de leyendas de los pueblos africanos que se pierden en la noche de los tiempos, mucho antes de que existiera una etnia autodenominada Yoruba, sobre todo de las leyendas que se siguen a lo largo y a lo ancho del río Níger en pleno corazón del África subsahariana.
Hay que tener en cuenta que en el corazón de África se encuentra, según arqueólogos y paleontólogos, el origen de la humanidad, y que hay etnias ricas y diversas con edades que superan los doscientos o doscientos cincuenta mil años, con tradiciones orales tan antiguas que apenas si se les puede seguir la huella, pero con claros referentes naturales y contextuales, que las distinguen por mucho de las mitologías y cosmovisiones de otros puntos del planeta.
La Mitología Yoruba, propiamente dicha, es mucho más joven que todo esto, y si bien se nutre de muchos dejes y supersticiones cien por ciento africanas y arcaicas, tiene sus orígenes en el siglo VII de nuestra era, con una clara influencia musulmana de esa época. Oduduwá, el moreno hermoso, un general musulmán es, al parecer e históricamente, el verdadero impulsor de lo que conocemos como Mitología Yoruba, primero, y de Religión Yoruba, después; una Religión Yoruba que está muy lejos de la actual Regla Ifé cubana y latinoamericana.
Se sabe de la edad de muchas de las leyendas, o patakis, yoruba, por sus referencias a monedas, un invento del siglo VII antes de nuestra era; las normas elementales de la familia y el matrimonio al estilo de los primeros musulmanes, siglo VII de nuestra era; y en los casos más lejanos por la mención del hierro, que en África va desde el siglo XI hasta el siglo VI antes de nuestra era.
En otras palabras, el contexto más antiguo de la Mitología Yoruba va del siglo VII antes de nuestra era, al siglo VII de nuestra era, por lo que se le considera joven dentro del conjunto de cosmovisiones y mitología antiguas del orbe, a pesar de las antiquísimas raíces africanas que sin duda la animan, como los abalorios, los canticos, las danzas y los rituales donde se llega al estado de trance y se sacrifican animales (y muy eventualmente a personas), y que se mezclan con una espiritualidad más elevada y más cercana al Islam y, consecuentemente, a las propuestas judeocristianas.
Esta mezcla, este sincretismo sin parangón que no parará hasta la aparición de la Santería cubana, nos regala leyendas como las siguientes:
Primera pataki de la Creación
Los primeros soplos de Olodumare solo fueron dos, el Cielo y el Agua, no había nada más en la creación. Olodumare vio que así era bueno, y así lo dejó por mucho, mucho tiempo. Luego vio que el Cielo y el Agua necesitaban gobierno, y mandó a dos de sus príncipes, los Orishas Olofin y Orunmila, a que se cuidaran de su creación. Olofin se quedó con los cielos, y Orunmila con las aguas, y cada uno de separó del otro, separando también las aguas de los cielos, las aguas abajo y los cielos arriba, cada quien en su dominio y en su reino.
Entonces Olodumare vio que estaba bien, y así lo dejó por mucho, mucho tiempo, hasta que un día sopló la Palma, y de ella nacieron otros Orishas, como Obatalá y Oshun, Yemanyá y Changó, y Elehuá, el más pequeño. Unos se quedaron en las aguas y otros se quedaron en los cielos, cada uno con sus obligaciones, yendo de una rama a otra de la palmera, para ver a Olodumare, su Creador, y contarle sus cuitas y necesidades.
Al principio todo estaba bien, pero poco a poco los Orishas comenzaron a aburrirse pues no sabían qué más hacer, y entonces mandaron a Obatalá, porque era la cabeza de todos, a hablar con Olodumare, quien como respuesta le dio una serie de cosas a Olofin y a Orunmila para que las repartieran entre los demás Orishas y así se entretuvieran:
-Una bolsa negra para contener lo otorgado.
-Unas piedras de oro.
-Una concha de un caracol llena de arena.
-Una gallina blanca (en otras versiones es negra o sin color determinado).
-Un gato negro.
-Una semilla de una palmera.
-Unas barras de metal.
Como el oro no les interesaba ni sabían para qué podía servir, todos le dieron su parte a Obatalá, quien de inmediato se puso a tejer una larga trenza de oro para subir a los cielos. Pero la cadena se quedó a la mitad del camino.
Los Orishas también despreciaron la concha llena de arena y se la regresaron a Obatalá, quien desde las alturas de su cadena de oro, y aconsejado por Orunmila, vertió la arena sobre las aguas, y de entre las aguas surgió la tierra por todas partes.
La gallina tampoco fue del agrado de los Orishas, y se la mandaron a Obatalá para que hiciera con ella lo que quisiera. Obatalá la envió a los montones de tierra y arena, y la gallina empezó a horadar aquí y allá dándole forma a las islas y las montañas, a las ensenadas y a los valles, separando las tierras y las colinas de los ríos y los mares.
La Gallina Blanca de la Creación Yoruba
Los Orishas no sabían qué hacer con la semilla, y se la devolvieron a Obatalá, que saltó de su trenza de oro a la nueva tierra, sobre la colina más alta del mundo, Ifé, y desde allí lanzó la semilla sobre la tierra, que reventó en muchas más semillas, y de ahí nació primero la palmera, luego la acacia, luego todos las plantas que conocemos.
Los Orishas, desconcertados, no sabían qué hacer con las barras de hierro, tan duras y pesadas, así que las metieron en la bolsa y se la lanzaron para hacerle daño. Obatalá cogió la bolsa sin problema, porque era una bolsa mágica capaz de contener todos los dones de Olodumare, y, por lo tanto, no importaba lo que llevara dentro, siempre era suave y manejable por fuera.
Obatalá se dio cuenta de la intención de sus hermanos, así que con el hierro hizo lanzas, hachas y flechas, y cuando los otros Orishas lo atacaron frontalmente, pensando que lo vencería fácilmente porque era seis contra uno, se dieron de bruces con las lanzadas, espadazos y hachazos que Obatalá les propinó.
Los Orishas quedaron maravillados, pero a la vez envidiosos de las cosas que había hecho Obatalá con todo lo que ellos habían despreciado, así que, finalmente y para burlarse de él, le mandaron al gato negro diciéndole que era muy cariñoso y que le haría compañía siempre para que no se sintiera solo después de haberse peleado con ellos.
El