en un monte de tierra y lodo lo más profundo que pudiera, y de esa materia Obatalá empezó a crear a los primeros seres humanos, a su imagen y a su modo, para que fueran como sus iguales y le hicieran compañía; hizo unos cuantos, majestuosos como él, y se fue a descansar pensando darles vida, con la ayuda de Olofin y Orunmila, al otro día.
Cuando estaba adormilado, Oshun se le acercó curiosa y le preguntó qué hacía. Obatalá nada le dijo al principio, pero Oshun le dio a beber vino de la palmera para seducirlo y sonsacarlo. Al otro día, sin recordar nada de la noche pasada bebiendo vino con Oshun, Obatalá subiendo su trenza de oro fue con Orunmila y Olofin a pedir que le dieran vida a sus figuras de barro, y los Orishas mayores, tras preguntarle tres veces si estaba seguro de lo que pedía, lo complacieron.
Obatalá corrió a ver su creación con vida y quedó horrorizado, porque si bien unos cuantos de sus humanos eran dignos de los Orishas, muchos otros eran feos, tontos, violentos, deformes y enfermos, hechos por una mano ebria, y entonces recordó parte de la noche anterior, de su borrachera y de los engaños seductores de Oshun, se maldijo a sí mismo y juró no volver a beber nunca más ni a creer en palabras de hembra.
Subió a Ifé y contempló lo grande que era la Tierra, cómo crecía hacia el Norte, cómo se adelgazaba hacia el Sur, y cómo había ríos y mares al Oeste y al Este, y también observó a los seres que había creado, unos listos y fuertes y otros deformes y débiles, y se dio cuenta que gracias a esa diversidad iban creando caminos y formando ciudades, y que unos servían para una cosa y otros servían para otra, y se sintió menos culpable, aunque se erigió en el protector de los pobres y los débiles para que a nadie le faltara nada.
Obatalá se sintió contento con su obra durante mucho, mucho tiempo, acompañado y venerado por los primeros seres humanos, pero sus líderes, fuertes y eternos, se quisieron comparar con los Orishas y quitarles su puesto, y eso provocó su desaparición, dejando a Obatalá solo y aburrido nuevamente.
Territorio Yoruba
Otro de los denominadores comunes dentro de las mitologías y cosmovisiones de los diferentes pueblos de la Tierra a lo largo del tiempo, es la creación fallida de los primeros seres humanos, y, consecuentemente, la necesidad de crearla de nuevo hasta que progresara y fuera del agrado de los dioses.
En la Mitología Yoruba, donde se mezclan leyendas antiquísimas del África con las del mundo árabe, sazonadas con toques semíticos, griegos e ismaelitas (del primer Islam), no podía faltar la inmortalidad ni la idea de un solo ser divino superior, inconcebible y creador de todas las cosas, incluida la humanidad, aunque esta haya nacido indirectamente y de mano de los Orishas.
Segunda Pataki de la Creación
Olodumare lo creó todo, absolutamente todo, y de lo que creó salieron otras creaciones.
Creó primero a los Orishas, que al principio solo fueron dos, Olofin, señor de los cielos y Orula, señor de los destinos, y luego cinco más, Obatalá, señor de las mentes; Oshun, señora de los ríos; Changó, señor del rayo; Yemanyá, señora de los mares; y Elehuá, señor de la suerte.
De ellos nacieron los cuatrocientos cuatro Orishas menores, señores de todas y cada una de las cosas de la Tierra.
Obatalá, primero, y Oshun después, crearon a los hombres.
Los hombres de Obatalá eran justos y equilibrados, pero tenían el mal en su germen porque les dio vida estando bebido, y pronto quisieron ser como los Orishas, pues muchos de ellos eran fuertes y hermosos, sabios y poderosos, fuertes y eternos como el mismo Obatalá, mientras que otros estaban deformes y enfermos.
La muerte, Ikú, todavía no existía, no había lugar para los muertos, así que los fuertes destruyeron a los débiles, los trocearon y sembraron, y se enfrentaron a su creador para quitarlo del cielo y ocupar su lugar. Obatalá, en lugar de enfrentarlos, se les metió en el pensamiento e hizo que se enfrentaran unos con otros hasta terminar troceados y enterrados con los débiles y deformes.
De esta manera desapareció la raza humana creada por Obatalá, y de la tierra sembrada con sus trozos y huesos, nacieron los lémures y los simios que poblaron los bosques.
Oshun, celosa de las creaciones de Obatalá, y pretextando que se le había caído una joya en el río que lleva su nombre, formó del limo unos seres, hombres y mujeres, y cuando los tuvo terminados pidió a Olofin y a Orula que fueran con Olodumare par que sus criaturas tuvieran vida, en vista que los seres de Obatalá habían fracasado.
Le dieron tres días para confirmar su solicitud, el día de la preparación, el día del medio y la reflexión, y el día de la consagración, y al final los hijos de Oshun tuvieron vida, sexo, fertilidad, devoción y destino.
Tenían de todo, menos pensamiento, porque el señor de las cabezas, Obatalá, no participó en su creación.
Oshun era ahora diosa madre de la fertilidad, y estaba contenta con su creación, pero con el tiempo vio que sus hijos no sembraban ni cazaban ni tenían ganado, solo comían los frutos que les caían de los árboles o salían de la tierra, por eso cuando había sequía, padecían mucha hambre.
Tampoco se cubrían ni construían, por eso cuando había mucha lluvia y soplaban los vientos sufrían mucho frío.
Entonces Oshun le rogó a Obatalá para que les diera pensamientos y así dejaran de ser perezosos y aprendieran a cazar y a construir, para que no pasaran hambre ni frío, pero Obatalá no escuchó sus ruegos, y cuando ya eran muchos, porque eran lúbricos como Oshun y se reproducían sin cesar, aumentaron sus sufrimientos, ya que ni los frutos de los árboles y la tierra eran suficientes para su alimento.
Como Ikú, la muerte, todavía no existía, los hijos de Oshun no tenían ni siquiera al más allá como descanso a sus sufrimientos, por eso la Orisha pidió ayuda a Changó, quien con sus rayos y su hacha formó un gran incendio y despertó a los volcanes, y todos los hijos de Oshun se convirtieron en cenizas, que fueron a parar a las orillas de los ríos y a las playas de los mares.
Obatalá, que se sentía solo y quería tener quien lo pensara, fue con Yemanyá y le contó lo que había pasado con sus hijos y con los hijos de Oshun, para que la Orisha pura y virgen se conmoviera, y Yemanyá se conmovió, y de las cenizas del mar y los ríos formó a nuevos seres, diversos como los de Obatalá, sexuados y fértiles como los de Oshun, a la vez que ambiciosos para que combatieran la molicie y la pereza. Olofin vio que era bueno y les dio una gota de la esencia del espíritu de los cielos, y Orula (Orunmila) un destino y caminos para reconocerlos y recorrerlos. Changó contribuyó dándoles valor para la guerra y la cacería; y Elehuá les concedió astucia y suerte, así como bailes y cantos para que se divirtieran.
Fue entonces que Olodumare creó a Ikú y la envió a la Tierra, con el fin de que los seres que la habitaban pudieran descansar de la vida, venerar a sus antepasados y adorar a los Orishas que los habían creado.
Así nació la humanidad, con sus virtudes y sus defectos, amparados por los Orishas y con caminos específicos que recorrer. Ya ningún Orisha los borraría de la faz de la Tierra, pues ahora su existencia dependía de ellos mismos, y si triunfaban o fracasaban era su responsabilidad, al fin y al cabo tenían a Ikú y un lugar a dónde ir después de muertos.
En la Mitología Yoruba la muerte, Ikú, es tardía, y es Orisha de cuerpo entero, y a la vez el concepto mismo de la muerte en todos sus apartados, donde los muertos no desaparecen, sino que siguen presentes. Los que cumplieron con su camino siguen adelante en su evolución espiritual, mientras los que no lo lograron vuelven al mundo de los vivos en una especie de reencarnación programada, donde los recién nacidos son bienvenidos si van a tener un camino y un lugar en la sociedad, o no bienvenidos e incluso rechazados (comidos o abandonados), si no tienen un sendero destinado.
Si un niño nace brujo, por ejemplo, y su camino no es ser brujo, será abandonado por su madre y su familia en cuanto aprenda a caminar.
Si un niño nace sin tener pareja predestinada, nunca se le dejará participar en los rituales de hombría,