Rich Roll

Superar los límites


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de Julie eran tan bajas que tuve que pedírselo tres veces más para que fuera a la farmacia alternativa a comprar todo lo que necesitaba para la depuración, un viaje que me cambiaría la vida.

      Nos embarcamos juntos en un régimen progresivo de siete días que incluía una serie de hierbas, tés, y zumos de fruta y verduras (consulta el apéndice III, «Recursos», Programa Jai Renew Detox and Cleansing, para más información sobre mi programa depurativo recomendado). Es importante entender que no fue un protocolo de «inanición». Todos y cada uno de los días me aseguré de fortalecer el cuerpo con los nutrientes esenciales en forma de líquido. Aparté mis dudas y me lancé al proceso con todo lo que tenía. Sacamos del frigorífico todos mis botes de nata montada, mis yogures en tubo y mi salami, y llenamos las baldas vacías de jarras de té hecho al hervir un popurrí de algo que parecía hojas rastrilladas de nuestro césped. Exprimí con vigor y obtuve un brebaje líquido de espinacas y zanahorias condimentado con ajo, seguido de unos remedios herbales en cápsulas y unas náuseas sobre un poco de té con un distintivo regusto a boñiga.

      Al día siguiente estaba hecho un ovillo en el sofá, sudando. Intenta dejar la cafeína, la nicotina y la comida a la vez y ya verás. Tenía un aspecto horrible. Y me sentía peor. No me podía mover. Ni tampoco podía dormir. Todo estaba del revés. Julie me dijo que parecía que me estuviera desenganchando de la cocaína. De hecho, me sentía como si hubiera vuelto a desintoxicación.

      Pero Julie me instó a que me mantuviera firme; aseguró que la parte más dura se acabaría pronto. Confié en ella y, como bien dijo, cada día que pasaba era mejor que el anterior. Las náuseas remitieron dando paso a la gratitud por echarme algo, lo que fuera, a la boca. Como al tercer día, la neblina empezó a aclararse. Mis papilas gustativas se habían adaptado y, de hecho, empecé a disfrutar del régimen. Y a pesar de ingerir tan pocas calorías, empecé a sentir un chute de energía, seguido de un profundo sentido de la renovación. Me había convencido. El cuarto día fue mejor; y llegados al quinto, me sentía una persona totalmente nueva. Podía dormir bien y sólo necesitaba unas horas de descanso. Tenía la mente clara y sentía el cuerpo ligero, imbuido de una vitalidad y euforia que jamás había creído posibles. De repente, estaba subiendo las escaleras con Mathis subida a la espalda sin que apenas aumentara mi frecuencia cardíaca. Incluso salí a «correr» un poco y me sentí genial, a pesar de que hacía años que no me había puesto zapatillas de deporte y de que ¡estaba en mi quinto día sin comida real! Era sorprendente. Como una persona con mala vista que se pone por primera vez unas gafas, estaba sorprendido al descubrir que una persona pueda sentirse así de bien. Tras haber sido un adicto de largo recorrido sin remedio al café, en el segundo día de depuración había tenido un momento de colaboración trascendental con Julie: desenchufamos nuestra adorada cafetera y juntos la llevamos al contenedor de la basura, un acto que ninguno de los dos jamás habría pensado posible ni en un millón de años.

      Al final del protocolo de siete días, había llegado el momento de volver a comer comida real. Julie me preparó un nutritivo desayuno: muesli con frutas del bosque, una tostada con mantequilla y, mis favoritos, huevos escalfados. Después de siete días sin comer nada sólido, habría estado totalmente justificado que engullera la comida en segundos. Sin embargo, me quedé mirándola y le dije a Julie:

      —Creo que voy a seguir.

      —¡Pero qué dices!

      —Me siento muy bien. ¿Para qué volver? A la comida, me refiero. ¿No es mejor seguir como hasta ahora? —pregunté con una amplia sonrisa.

      Para entenderlo, no hay que olvidar que soy alcohólico de los pies a la cabeza. Si algo es bueno, pues más es todavía mejor, ¿no? El equilibrio es para las personas vulgares. ¿Por qué no buscar lo extraordinario? Éste ha sido siempre mi lema... y mi ruina.

      Julie agachó la cabeza y frunció el ceño, y era evidente que estaba a punto de decirme algo cuando Mathis derramó su zumo de naranja por toda la mesa, algo cotidiano. Julie y yo saltamos al rescate antes de que el zumo cayera al suelo.

      —¡Ups! —exclamó Mathis con risa nerviosa, y Julie y yo sonreímos.

      Limpié el desastre y, tal que así, deseché la idea. De repente, el simple pensamiento de depurar y vivir para siempre de zumos parecía tan estúpido como en realidad lo era.

      —No importa —dije, avergonzado.

      Miré mi plato y pinché un arándano. Fue el mejor arándano que había comido en mi vida.

      —¿Está bueno? —preguntó Julie.

      Asentí con la cabeza y me comí otro, y después otro. Junto a mí, Mathis balbuceó y sonrió.

      Así conseguí mi objetivo, aferrándome a ese precioso instante, cruzando la puerta y manteniéndome firme en mi decisión. Pero ahora necesitaba un plan para seguir con lo que había empezado. Iba a tener que encontrar algún tipo de equilibrio. Con miedo a volver a mis prácticas pasadas, necesitaba una estrategia sólida para avanzar. No una «dieta» per se, sino un régimen al que pudiera ceñirme durante mucho tiempo. En realidad, necesitaba un estilo de vida totalmente nuevo.

      Al no existir ningún estudio real, razón o investigación responsable, decidí que el primer paso sería intentarlo con una dieta vegetariana con entrenamiento deportivo tres veces a la semana. Eliminé carne, pescado y huevos. Parecía un reto razonable y, lo que es más importante, factible. Recordando las lecciones que había aprendido al dejar la bebida, decidí no obsesionarme con la idea de «no volver a comer nunca más una hamburguesa [o beber]» y me limité a centrarme en sobrellevarlo día a día. Para mostrarme su apoyo, Julie incluso me compró una bicicleta para mi cumpleaños y me animó a que hiciera deporte. Y cumplí con lo que me había propuesto, optando por burritos sin carnitas, hamburguesas vegetarianas en lugar de las de ternera y salidas en bicicleta los sábados por la mañana en vez de brunches de tortilla de queso.

      Pero mi motivación no tardó mucho en decaer. Aparte de tirarme de vez en cuando a la piscina y salir a correr o montar en bici ocasionalmente, mi sobrepeso no desaparecía y seguía en los 93 kilos, muy lejos de los 72 de nadador en la universidad. Pero lo más desconcertante era que los niveles de energía no tardaron en bajar a los niveles de estado de letargo anterior a la depuración. Estaba contento de haber vuelto a practicar deporte, y me había recordado el amor que tanto había sentido por el agua y los deportes de exterior. Pero lo cierto es que tras seis meses de dieta vegetariana, no me sentía mejor que aquella noche en las escaleras. Todavía con un sobrepeso de 18 kilos, estaba desanimado y considerando la posibilidad de abandonar el plan vegetariano en general.

      De lo que en ese momento todavía no me había dado cuenta es de que se puede comer muy mal siendo vegetariano. Estaba totalmente convencido de que estaba sano, pero cuando me paré a reflexionar sobre lo que en realidad estaba comiendo, me di cuenta de que mi dieta estaba dominada por comida procesada alta en colesterol del que obtura las arterias, sirope de maíz alto en fructosa y productos lácteos grasos (cosas como pizza con queso, nachos, refrescos, patatas fritas, patatas chips, sándwiches de queso y una amplia gama de aperitivos salados). Técnicamente, era «vegetariano». ¿Pero sano? Ni lo más mínimo. Sin saber realmente nada de nutrición, hasta yo sabía que este no era un buen plan. Había llegado el momento de volver a evaluar la situación. Esta vez, yo mismo tomé la decisión radical de eliminar por completo de mi dieta no sólo la carne, sino también todos los productos de origen animal, lácteos incluidos.

      Decidí hacerme totalmente vegano.

      A pesar del compromiso vigilante de Julie con una forma de vida sana, ni ella era vegana. Así que, al menos en lo que respecta a la familia Roll, estaba entrando en terreno desconocido. Sólo recuerdo la necesidad de subir la apuesta o de tirar la toalla, todo a la vez. De hecho, convencido de que no funcionaría, recuerdo en especial que pensé que debía probar eso de ser vegano porque así tendría vía libre para volver a comer mis adoradas hamburguesas con queso. Si eso llegara a pasar, me sentiría reconfortado por la idea de que lo había intentado todo.

      A título informativo: de entrada, no me sentía nada cómodo con la palabra «vegano», dado que se asocia mucho a un punto de vista político y a una imagen que se alejaba totalmente