Leticia Elena Naranjo Gálvez

Tres modelos contemporáneos de agencia humana


Скачать книгу

la nuestra, debe buena parte de su autoimagen a dos ideales emancipatorios, estrechamente relacionados entre sí, y que parecen ser contradichos por el homo oeconomicus: el ideal de un sujeto autónomo y el de una sociedad libre de toda forma de sujeción. El primero de ellos es contradicho por este estereotipo, pues un sujeto pensado únicamente como agente económico estaría lejos de ser el individuo que es capaz de reflexionar sobre sí mismo y sobre su entorno social. Por el contrario, un agente1 autónomo sería reflexivo incluso hasta el punto de ponerse por encima de sus propios deseos y, gracias a esas capacidades reflexivas, podría tomar una distancia crítica que le permitiría juzgar y decidir, sin presiones externas y sin compulsiones internas, sobre el curso que quisiera darle a su vida, sobre aquellos fines o ideales a los que quisiera apuntar con ella, y sobre el tipo sociedad que quisiera construir con otros agentes. Lo cual significaría, entonces, que sus vínculos con ellos estarían signados por la libertad, por el mutuo reconocimiento, y no por la fuerza, ni la manipulación, ni la mutua instrumentalización.

      Esto último apunta al segundo ideal contradicho por el estereotipo del homo oeconomicus: el de la libertad de la que deberían gozar unos sujetos autónomos, cuyos vínculos no sean los de la fuerza, ni el engaño, ni ninguna otra forma de manipulación o coerción. Empero, estas características ideales no podrían ser atribuidas al tipo de relaciones en las que se piensa involucrado al homo oeconomicus, las cuales son básicamente relaciones de mutua instrumentalización, incluso si a dicha instrumentalización se la concibe como limitada por ciertas reglas de juego, v. g., las del mercado perfectamente competitivo, en el que teóricamente no se daría ninguna forma de explotación o coerción. Al contrario de lo que sucede con el sujeto autónomo, al homo oeconomicus se lo piensa como una suerte de máquina maximizadora que es capaz de instrumentalizarlo todo, incluyendo sus relaciones con otros agentes, en aras de la satisfacción de unas preferencias que el sujeto no evalúa ni cuestiona, sino que se limita a satisfacer de la manera más eficiente. No en vano a este personaje se lo asocia con el ‘aplanamiento’ de los valores que parece surgir de la globalización de los mercados y de la intrusión de la lógica económica en las diversas esferas de la vida humana. Se trataría, pues, de un sujeto que es reflexivo en un sentido mínimo, puesto que no cuestiona los fines o propósitos que persigue con sus acciones, si bien despliega una forma de ‘astucia’ y, en este sentido, es pensado como dotado de ciertas herramientas racionales y deliberativas que le permiten encontrar los medios para el logro de tales propósitos.

      El homo oeconomicus es concebido como un agente abstracto, sin historia, sin vínculos con otros agentes, sin cultura y sin compromisos. Lo cual también conlleva la idea de extraños vínculos sociales, ya que al homo oeconomicus se lo piensa como un ser que se relaciona con otros únicamente en tanto que propiciadores u obstáculos de sus planes. De modo que sus lazos con esos otros pueden ser bastante inestables, siendo controlados únicamente por los poderes disuasorios de las fuerzas del mercado o de las leyes que pauten las relaciones comerciales o contractuales, y dichas leyes a su vez son solo eso: restricciones con las que se cuenta estratégicamente, pero no un vinculante objeto de compromiso. ¿Qué podría ser lo aterrador de esta caricatura, además del hecho preocupante de que, a pesar de ser una ficción, sin embargo, parece que ha calado tan hondo en nuestra autoimagen como occidentales modernos? Pienso que parte de la respuesta está en que en ella se ilustra una idea empobrecida o reducida de la agencia humana, una idea que implica la imposición de restricciones a las capacidades que quisiéramos atribuir a un agente humano reflexivo y autónomo, restricciones que significarían una merma en su autoconciencia y en su libertad, así como un deterioro de las relaciones que puedan establecer entre sí los agentes humanos pensados bajo este modelo del homo oeconomicus. Pues este maximizador egoísta no se cuestiona a sí mismo, no reflexiona sobre sus propósitos, no evalúa sus relaciones con otros agentes y, para sus deliberaciones, solo toma en cuenta un repertorio bastante limitado de elementos de juicio, dado que el campo de su experiencia moral sería bastante restringido.

      Desde la ‘lógica’ que impone este estereotipo, todo asunto o problema que no sea analizable desde este estrecho repertorio de recursos para la deliberación es considerado ininteligible o inabordable por la ‘razón’. Así, podemos llegar al curioso resultado de que aquello que es visto como máximamente ‘racional por parte de quienes se tomen en serio la figura del homo oeconomicus termina por tener un revés, también aterrador. A saber, una suerte de reacción o de réplica en contra de lo que dicha figura representa: los ímpetus de aquellos otros que, por el contrario, vean en la actitud del fanático —v. g., el fanático nacionalista, o el fanático religioso— la expresión de una ‘liberación’ de la falta de valores y de la impersonalidad de la máquina económica. Parecería que el intento de racionalizar la vida mediante una forma excluyente de racionalidad termina por constituirse en una forma de irracionalismo que, a su vez, propiciaría la emergencia de otras formas de irracionalismo en las que también se darían formas excluyentes de racionalidad, v. g., la del fanático que no cuestiona la causa a la que sirve, y que está dispuesto a sacrificarlo todo por ella, incluyendo a otros agentes o a sí mismo.

      La preocupación que genera el ejercicio de formas reducidas y excluyentes de racionalidad, como aquella que se ejemplifica en la caricatura del homo oeconomicus, anima el propósito del presente trabajo: llevar a cabo una indagación sobre las posibilidades de una agencia humana a la que se pueda pensar, por el contrario, como no restringida, como no limitada por formas excluyentes de deliberación. Así mismo, se trataría de una forma de agencia asociada a una base motivacional que tampoco se restringiría a un único y opaco motor de las acciones humanas, v. g., el mero autointerés del homo oeconomicus. Por lo tanto, se trataría de una base motivacional que estaría abierta a la evaluación, al tiempo que esta implicaría una forma de agencia que no estaría imposibilitada para dirigirse a diversos objetos de reflexión, tales como la propia vida, o los fines e ideales del sujeto, así como sus relaciones con otros agentes.

      Para llevar a cabo esta indagación, he partido del análisis de una propuesta filosófica en la que, a mi parecer, se expone de manera sólida la figura del homo oeconomicus, asumida como ideal de la agencia humana: la propuesta de David Gauthier, desarrollada en su obra La moral por acuerdo. Luego de identificar los contornos que presenta el agente modélico de Gauthier —su maximizador autointeresado—, intentaré mostrar de qué manera, si se examina la obra de otros dos filósofos contemporáneos, Harry Frankfurt y Charles Taylor, se podrían apreciar mejor tanto los vacíos que cabría atribuir al modelo de agencia que parece obtenerse de la propuesta de Gauthier, como las posibles soluciones o aportes que, frente a dicho modelo, podrían ofrecerse desde los discursos de Frankfurt y de Taylor. La elección de estos autores se debe en primer término a que, a mi entender, de ellos puede hacerse una lectura según la cual se partiría de una idea muy restringida de la agencia moral —expuesta por Gauthier— hasta llegar progresivamente —vía Frankfurt— a otra a la que podemos considerar más rica e incluyente —presentada por Taylor—. En segundo lugar, he elegido a estos autores por la importancia de sus aportes y la solidez de sus discursos, ya que cada uno de ellos, desde mi punto de vista, admitiría ser calificado como paradigmático o representativo de cierta idea de la agencia humana.

      La primera parte de este libro se divide en tres capítulos en los que se expone y analiza la propuesta de Gauthier en su obra La moral por acuerdo, con el fin de extraer el modelo de agencia moral que de ella surge o que en ella se privilegia. Se verá que dicho autor nos muestra una pintura bastante limitada del agente, de su ejercicio de la racionalidad práctica, de las relaciones que establece con otros sujetos, de sus experiencias morales y de la base motivacional que explica sus acciones en el campo moral. Empero, también habría que reconocer que tal modelo del agente humano —homo oeconomicus— es el que parece haberse impuesto sobre sus competidores, tanto a nivel de los discursos —filosófico, económico— como a nivel del imaginario popular de Occidente. Este modelo, a su vez, es indesligable del contexto en el que se desarrollan las relaciones de este tipo de agente con sus congéneres: el mercado, que en Gauthier aparece como el escenario que provee la base normativa para los nexos que puedan establecerse entre los agentes, a quienes se concibe como indiferentes a la suerte de sus semejantes y motivados fundamentalmente por la búsqueda de su propio beneficio. Lo cual, para el autor, está estrechamente relacionado con un ideal