Leticia Elena Naranjo Gálvez

Tres modelos contemporáneos de agencia humana


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esforzado e ingenioso por lograr fundamentar la moral a partir de un modelo de racionalidad que, si bien podría ser señalado como ‘reducido’, también es cierto que, al haber sido objeto de un largo y cuidado trabajo de elaboración, aparece como una forma incontrovertible de racionalidad práctica: aquella que se aprecia en la teoría de la elección racional. El proyecto de fundamentación de Gauthier, a su vez, es indesligable de su modelo de agencia: ese Robinson al que se piensa como un maximizador egoísta pero prudente, que es capaz no solo de perseguir de manera eficiente su propio beneficio, sino que es igualmente capaz de restringirse en dicha búsqueda cuando ve que el cumplimiento de reglas morales, también seguidas por los demás agentes, se hace necesario para el logro de su propia utilidad. Gauthier representa, entonces, y como bien dice Rawls, el mejor intento por hacer que lo razonable se reduzca a lo racional,2 desarrollando un esquema sólido al cual vale la pena enfrentarse si se está preocupado por las consecuencias —a mi entender, indeseables— que dicha reducción traería para las posibilidades de la agencia humana, y para el ejercicio de la razón práctica; las cuales se limitarían a la estrechez de la agencia económica y de una forma meramente maximizadora de racionalidad.

      El segundo tipo de elementos, aquellos en los que podemos ver en Frankfurt una suerte de continuidad con respecto a Gauthier, podrían ser sintetizados en dos aspectos: 1) La persistencia de la figura de un agente solitario, que aparece pensado casi que in abstracto, sin contexto y al que, por lo tanto, tampoco se le puede concebir como dando y escuchando razones en un diálogo con otros agentes. 2) La insistencia en un irracionalismo ético, en una postura anticognitivista, relacionada con la ausencia de referentes normativos que permitan explicar mejor la evaluación de los deseos, y que también conecten al agente con aquello que podría contar como buenas razones a los ojos de otros agentes. Si bien, a diferencia de Frankfurt, Gauthier no suscribe en absoluto una postura anticognitivista, pienso que terminaría por pagar el precio de cierta forma de irracionalismo, causado por el hecho de que los alcances de la razón práctica, tal y como él los concibe, se limitarían al cálculo de costes-beneficios quedando, por ende, casi toda la experiencia moral desterrada al campo de aquello para lo cual no cabe el ‘dar razones’.

      Finalmente, en el quinto capítulo, se analizará la propuesta de Taylor, en la cual puede verse la solución a algunas de las aporías a las que se llega en el discurso de Frankfurt, gracias a que en el esquema del primero pueden incluirse y radicalizarse algunos de los aportes de este último. Concretamente, el agente modélico de Frankfurt, la “persona”, podría ser convertida en el “evaluador fuerte” de Taylor, si se supera la falta de recursos para dar cuenta de sus decisiones, para argumentar de cara a otros agentes y, por ende, para que dichas decisiones incluyan, pero también excedan, los límites de aquello que en Frankfurt se denomina lo “volitivo” y que este autor insiste en mantener al margen de lo moral, lo ético y lo normativo.

      En Taylor encontramos un tipo de agencia humana que es capaz de los logros que hallamos en Frankfurt, pero que, además de estos, puede incluir en sus deliberaciones aquello que el segundo insiste en excluir de eso a lo que denomina como las “preocupaciones” de las personas, y en virtud de la cuales estas últimas llevan a cabo la evaluación de sus deseos y la estructuración de su identidad. En el autor de Las fuentes del yo, vemos superados los problemas causados por la insistencia de Frankfurt de excluir lo normativo de las preocupaciones de las personas, a favor de una prelación de aquello que este segundo autor entiende como lo “volitivo”, campo que Frankfurt escinde por completo de lo cognitivo, pagando el precio de un irracionalismo que puede ser superado en Taylor. Este último muestra que las deliberaciones humanas se dan sobre la base de un horizonte de valor y de sentido que cada agente supone, si bien dicho horizonte, en su papel de contexto o de trasfondo, no resulta inmediatamente claro para el agente. Esto implica que la persona no puede simplemente elegir aquello que ha de considerar prioritario o valioso, sino que antes que hablar de elección habría más bien que considerar la deliberación, tanto moral como éticamente relevante, como un proceso de aclaración o de autoaclaración, en el cual el sujeto se hace cargo de aquello que considera más importante, desvelándolo y evaluándolo, sobre todo en ocasiones en las que se enfrente a un dilema moral.

      Para Taylor, el agente debe ser pensado como un ser atado a una red de significados que la persona supone en sus juicios y elecciones, pero que requieren ser sacados a la luz, mediante un proceso reflexivo de evaluación y autoevaluación, en el cual el agente debe intentar determinar qué es lo más importante o lo más valioso para él, mediante razones que debería poder exponer ante esos otros con los cuales comparte su horizonte de valor o de sentido. Estamos, pues, ante una figura, la del “evaluador fuerte”, que presenta una complejidad significativa con respecto a la “persona” de Frankfurt, pero, sobre todo, con relación al maximizador egoísta presentado por Gauthier. Sin embargo, en el último capítulo, dedicado a Taylor, se intentará mostrar que ser un evaluador fuerte no es un hecho seguro para todos, sino un difícil logro, un telos deseable, pero que también puede ser puesto en peligro por la buena o mala fortuna moral de las personas, sobre todo si se tiene en cuenta el peso que pueda tener la relación con sus otros, de quienes el agente puede recibir o no un reconocimiento, o con respecto de los cuales puede contar o no con las condiciones necesarias para que alcance a asumir frente a ellos una actitud crítica y un mayor despliegue de su autonomía.