término, por mor de moralidad o porque el agente quiere ser altruista. En contraste con ello, Gauthier sostiene que los principios morales vienen exigidos por mor de racionalidad; esto es, se quiere ser moral en aras de una mayor utilidad y, de este modo, se elige no ser egoísta como parte de una estrategia racional que no se explica por motivos altruistas. Si para Harsanyi, de acuerdo con nuestro autor, no existe algo así como un requerimiento racional de ser morales, en su caso, por el contrario, este requerimiento puede ser demostrado si se logra mostrar, y este es el objetivo de Gauthier, que existen unos principios de elección racional que son imparciales y que no son otros que los principios de la moral. Entendiéndose por esta última algo que no necesariamente tiene por qué coincidir con las ideas tradicionales o prefilosóficas que tengamos acerca de la moralidad.6
We claim to demonstrate that there are rational constraints, and that these constraints are impartial. We then identify morality with these demonstrated constraints, but whether their content corresponds to that of conventional moral principles is a further question, which we shall not examine in detail. No doubt there will be differences, perhaps significant, between the impartial and rational constraints supported by our argument, and the morality learned from parents and peers [...] But our concern is to validate the conception of morality as a set of rational impartial constraints on the pursuit of individual interest, no to defend any particular moral code (p. 6).
Como ya se ha dicho, nuestro autor manifiesta insistentemente su compromiso con la idea de que la moral filosófica o correctamente entendida no es otra cosa que el conjunto de restricciones a la conducta egoísta. Este compromiso, según Gauthier, es consistente tanto con su intención de no defender ninguna idea sustantiva de moralidad, como con su fidelidad a una concepción de racionalidad práctica en tanto que racionalidad exclusivamente de medios. Pues, para el autor de La moral por acuerdo, los fines señalan, precisamente, valores sustantivos, apuestas morales concretas propias de los códigos morales típicos de aquello a lo que él se refiere como moral “convencional” o moral “tradicional”. Dicha forma prefilosófica o no filosófica de moral, a los ojos de Gauthier, es claro que no puede proveer los contenidos de una moral fundamentada racionalmente. Por lo tanto, es tarea del filósofo que emprenda tal programa de fundamentación el llevar a cabo una sana ‘purga’ de los mandatos morales para que estos no sean la expresión de compromisos valorativos de carácter sustantivo, los cuales, conforme con nuestro autor, estarían viciados de parcialidad, no pudiendo ser justificados como normas válidas para todo agente racional. Creo que en este punto bien podría uno preguntarse si acaso la confianza de Gauthier en su idea de imparcialidad como la piedra de toque de la moral y como gozne que la une a la racionalidad no sería, a su vez, una apuesta por un valor sustantivo e histórica-culturalmente cargado, que tal vez pueda defenderse exitosamente, pero por otras vías que no son las que utiliza nuestro autor.7 Sin embargo, pocas veces a lo largo de su texto Gauthier hará eco de esta inquietud que bien puede planteársele, sobre todo, como se verá en lo que sigue, en aquellos pasajes en los que el filósofo canadiense intenta mostrar la superioridad moral de la sociedad de mercado. Dejo señalado este asunto, sobre el que volveremos reiteradamente en este capítulo.
1.1.1. El uso de la noción de imparcialidad
En relación con su idea de imparcialidad y el papel tan definitivo que Gauthier parece concederle, creo que también podría uno preguntarse si no sería o bien un tanto ingenuo, o bien artificioso, asignarle a la imparcialidad el peso de ser el vínculo que une a la moral con una racionalidad exclusivamente maximizadora, hasta el punto de explicar la inclusión de la primera dentro de la segunda. Pienso que sería fácil estar de acuerdo en que la imparcialidad es una virtud prima facie de aquellas reglas morales que estamos dispuestos a aceptar sin reticencias. Máxime tratándose de nosotros, en razón del —tal vez doloroso— recorrido histórico que ha marcado la formación de nuestra sensibilidad moral como occidentales modernos, dadas las duras discusiones y los duros aprendizajes que se han vivido en el seno de nuestra cultura y que se ven reflejados en los textos más importantes de nuestros filósofos morales. Nadie que se haga cargo de nuestras intuiciones morales más básicas estaría dispuesto a negar que, para nosotros, la imparcialidad es conditio sine qua non de un código moral mínimamente aceptable o defendible en la esfera pública.8 Creo que también podríamos aprobar sin reticencias (e incluso como una perogrullada) la afirmación de que las reglas de la elección racional son válidas para cualquier agente racional que intente serlo y busque por ello mismo maximizar su utilidad. De allí que dichas reglas valdrían sin distingos de las características o circunstancias personales de quienes puedan hacer uso de ellas. No obstante, pienso que aquí bien puede señalársele a Gauthier el siguiente problema: una vez que un individuo concreto asume de hecho la conducta maximizadora e intenta cumplir con los requerimientos de las reglas de la elección racional, no se ve claro que por ello deba hacer caso omiso de sus circunstancias y, sobre todo, de sus intereses personales, lo cual sería, por lo demás, racionalmente incorrecto, tanto desde el punto de vista paramétrico como estratégico.9
Tal vez puede haber un sentido en el que se podría convenir con Gauthier en que el agente específico que trate de aplicar las reglas de la elección racional estaría intentando que sus elecciones sean racionalmente justificadas y, por lo tanto, ‘universalizables’ o aceptables para ‘cualquier’ individuo que estuviese en su lugar e intentara maximizar su utilidad. Esto es, trataría de elegir como una suerte de agente ‘abstracto’ que asume el punto de vista normativo que tienen los principios de la elección racional para cualquier maximizador. Pero el caso es que no pienso que esta actitud pueda ser vista como la de un agente que busca ser ‘imparcial’ en el sentido específicamente moral del término, tal y como sí lo sería, por ejemplo, un agente kantiano que intentara aplicar en unas circunstancias concretas una máxima que cumpla con los requerimientos normativos del imperativo categórico —universal, imparcial—. Pues estos requerimientos le exigen ante todo —y aquí reside la diferencia propiamente moral que creo que habría frente al agente maximizador de Gauthier— olvidar sus propios intereses, fines, afectos y circunstancias personales, para considerar solo la adecuación de la máxima al principio general-imparcial, i. e., racional en términos kantianos.
Dicho de otro modo, por una parte, pienso que habría que concederle a Gauthier que su agente, al tratar de aplicar las reglas de elección racional, las cuales son normativas para ‘cualquiera’ que intente maximizar su utilidad, en este sentido, compartiría con un agente kantiano el interés por tratar de aplicar un principio que, por definición, constituye una instancia normativa, siendo así válido para ‘cualquiera’. Sin embargo, por otra parte, creo que es obvio que, a diferencia del kantiano, el maximizador de Gauthier actúa como un agente individual concreto, autointeresado y parcializado hacia sí mismo y hacia sus fines e intereses.10 La conclusión a la que quiero llevar al lector es que las reglas de elección racional, incluyendo aquellas que se aplican en juegos de cooperación, serían ‘imparciales’ únicamente en un sentido bastante trivial desde el punto de vista moral; un sentido que no parece ser el mismo —mucho más fuerte o importante— en que llamamos ‘imparciales’ a las normas morales con las que intenta cumplir un agente kantiano. Por ello, pienso que bien puede objetársele a Gauthier que ese nexo que, según él, une a la moralidad con la racionalidad maximizadora, es decir, la imparcialidad, aparece como un concepto bastante difuso que carece, por lo demás, de sustancia moral o que se pierde en un mero juego de palabras. Tal vez la imparcialidad a la que se refiere nuestro autor no daría tanto de sí como para constituirse en la base sobre la cual se construya toda una demostración de que las normas morales son una subclase de aquellas reglas de elección racional que guiarían la conducta maximizadora-autointeresada. En breve se volverá sobre este tema, sobre todo en lo que tiene que ver con el modelo de agente que propone el filósofo canadiense.
1.1.2. El agente “no concernido” y sus razones premorales para actuar moralmente. El mercado como modelo de moralidad
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