Clive Barker

Medianoche absoluta


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Se levantó y se dirigió a la puerta, dándose cuenta al hacerlo de que mientras se había quedado pensando en su soledad aquella sala con consciencia había seguido las instrucciones de Laguna Munn y había empezado a curarla. Ya no temblaba como hasta hacía unos minutos y sus debilitadas piernas habían recuperado parte de su fuerza. Incluso sus pensamientos, que se habían enturbiado con los ataques de Boa, discurrían ahora con más claridad.

      Cuando salió de la sala no le hicieron falta más gritos por parte de la hechicera para descubrir su paradero. Los poderes que temía haber perdido cuando Boa la devoraba estaban intactos. Una vez que la sala hubo borrado de su mente la suciedad que supuso el apetito de Boa, recordó sin esfuerzo cómo localizar a la señora Munn en la oscuridad. Todo lo que tenía que hacer era seguir las vibraciones que se movían delante de ella y confiar en que le mostraran el camino seguro hacia lo alto de la pendiente.

      A medida que ascendía, la temperatura aumentó rápidamente; el aire transportaba un olor parecido al de la carne podrida que se ha quemado en una barbacoa.

      «Magia negra», pensó.

      Entonces volvió a escuchar a la señora Munn, que hablaba en voz baja en algún lugar delante de ella.

      —¿Qué te ha hecho, niño? Deja de llorar. Estoy aquí. ¿Qué te duele?

      —Me duele todo, mamá.

      Entonces Candy vio una luz, no más intensa que un par de velas, planeando en el aire unos pocos centímetros por encima del suelo. La escena que iluminaba era desalentadora.

      La señora Munn estaba arrodillada en el suelo, inclinada sobre su hijo favorito, Jollo B’gog. Estaba en unas condiciones espantosas. Toda la siniestra belleza que había desplegado cuando Candy y Malingo se habían encontrado con él por primera vez había desaparecido. Ahora estaba demacrado, los huesos le sobresalían a través de la piel marchita, le castañeteaban los dientes y los ojos se le ponían en blanco.

      —Escúchame, Jollo querido —le decía la señora Munn—. No vas a morir, ¿me oyes? Estoy aquí.

      Dejó de hablar y miró hacia arriba con rabia, lo que hizo que su vista localizara en seguida a Candy. Un parpadeo cargado de chispas apareció en sus ojos.

      —Soy solo yo —dijo Candy—. No…

      Las chispas se esfumaron y Laguna Munn volvió a mirar a su hijo.

      —Quiero que te quedes aquí con él. Que lo protejas de cualquier otro daño que pueda sufrir mientras la busco.

      —Boa… —gruñó Candy.

      Laguna Munn asintió.

      —Extrajo del niño lo que impedí que tomara de ti. —Acarició con ternura la mejilla de su hijo—. Quédate aquí, cariño —le dijo—. Mamá volverá en un momentito.

      —¿A dónde vas?

      —A encontrarla y a recuperar lo que le ha arrebatado.

      Se puso en pie con una facilidad sorprendente para una mujer tan corpulenta, mirando a Jollo todo el tiempo. Con una enorme dificultad, consiguió finalmente apartar la vista de él.

      —Lo siento mucho —dijo Candy—. Si hubiera sabido lo que era capaz de hacer…

      —Ahora no —dijo la señora Munn, rechazando con un gesto de la mano la disculpa de Candy—. Hay asuntos más urgentes que atender que ponernos a hablar. ¿Te quedarás con él, por favor? ¿Podrías hablarle un poco para que su espíritu no se aleje?

      —Por supuesto.

      —No es una princesa auténtica, sabes —dijo la señora Munn con una extraña prudencia en la voz, como un actor principiante que recita su diálogo—. Puede que tenga una corona y un título, pero no significan nada. La realeza auténtica es un estado del alma. Pertenece a aquellos que tienen el don de la empatía, de la compasión, de la visión. Así es como la gente llega a hacer grandes cosas, incluso durante las temporadas de frío y crueldad. Pero esta… Boa… —los labios se le arrugaron cuando dijo esas dos sílabas: «Bo-a»— primero intentó arrebatar tu vida y después la de mi Jollo, solo para añadirle algo de carne a su espíritu. Una princesa no actúa así. ¿Atacar a alguien que la ha acogido? ¿Y después a un niño? ¿Dónde está la nobleza en ello? Te lo diré: en ninguna parte. ¡Porque tu princesa Boa es una farsante! No tiene en sus venas más sangre real que yo.

      Se escuchó un alarido colérico desde arriba («¡Mentirosa! ¡Mentirosa!») y las ramas se agitaron con tanta fuerza que una lluvia verde de hojas revoloteó hasta el suelo.

      —Ahí estás. —Candy escuchó murmurar a Laguna Munn en voz baja—. Sabía que estabas allí arriba en algún sitio, maldita y asquerosa…

      Una rama en lo alto crujió con estrépito e hizo que la mirada de Candy se desplazara a través del follaje anudado hasta el sitio en el que Boa estaba en cuclillas. Unos rayos violetas de luz que atravesaban su cuerpo desde la planta de los pies hasta la coronilla y desde la cabeza a los talones delineaban su silueta y despedían un bucle de incandescencia cuando cruzaban su cintura. Se balanceó hacia delante y detrás en la rama y entonces, de repente, le escupió en la cara a Laguna Munn, que la observaba desde abajo.

      —¿Qué estás mirando, vieja y gorda águila ratonera?

      La señora Munn sacó un pañuelo grande de una de las mangas de su vestido.

      —Nada que merezca la pena —respondió mientras se limpiaba la cara—. ¡Solo a ti!

      Y con eso dio un salto rápido hasta el manto de hojas en el que Boa estaba agachada y dejó caer el pañuelo sobre el suelo.

      —¡Cuida de Jollo! —le gritó a Candy mientras desaparecía dentro del manto sombrío. Entonces los árboles adyacentes se sacudieron a medida que Boa intentaba escapar por ellos. La persecución que se llevaba a cabo arriba ascendió aún más por la pendiente y Candy se quedó sola con el niño enfermo.

      Capítulo 15

      Cara a cara

      ¿Mamá? —dijo Jollo cuando Candy se sentó a su lado. No le hizo falta corregir su error—. Espera, tú no eres mamá.

      —Tu madre no tardará —le dijo Candy—. Solo estoy aquí para cuidarte hasta que vuelva.

      —Candy.

      —Sí.

      —Salió de ti, ¿verdad? La joven que me ha matado.

      —No estás muerto, Jollo. Y tu madre no va a permitir que mueras.

      —Hay algunas cosas que ni siquiera mamá puede controlar —dijo Jollo. Su voz sonaba más débil con cada palabra.

      —Escúchame —dijo Candy—. Sé que lo que te hizo la princesa fue horrible, intentó hacer lo mismo conmigo. Pero aguanta, por favor.

      —Para qué.—¿Para qué?

      —No te preocupes, no tienes que contestarme a eso. —Levantó la cabeza del suelo y miró de reojo a Candy—. Háblame de la Constrictora.

      —¿La qué?

      —Boa —contestó. Su rostro se convirtió de repente en el patio de recreo de la malicia—. ¿Lo coges? ¡Ja! Me lo acabo de inventar.

      En cuanto la muerte se apartaba de la mente, todo era posible. Candy sonrió. Vio que había mucha dulzura en él, escondida detrás de su melancolía.

      —¿Estuvo dentro de ti todo el tiempo?

      —Sí, así es.

      —Pero no sabías la clase de monstruo que era, ¿verdad?

      Candy negó con la cabeza.

      —No tenía ni idea —dijo—. Ella formaba parte de mí.

      —¿Y ahora? ¿Cómo te sientes?

      —Vacía.