de una manera espiritual, el sumo esplendor y gloria del poder divino de Cristo. Miró esos peces, y de inmediato recordó la noche de trabajo agotador en la que ningún pez recompensó su paciencia, y ahora los veía en grandes cantidades en la barca, y todo como resultado de este hombre extraño que estaba sentado allí, después de haber terminado de predicar un sermón todavía más extraño, que condujo a Pedro a considerar que nadie antes había hablado así. No sabía cómo ocurrió, pero se sintió avergonzado; temblaba y estaba asombrado ante esa presencia. No me sorprende, pues leemos que Rebeca, al ver a Isaac, descendió de su camello y cubrió su rostro con un velo; y leemos que Abigail, al encontrarse con David, se bajó prontamente del asno y se postró sobre su rostro, diciendo: «¡Señor mío, David!»; y encontramos a Mefi-boset despreciándose en la presencia del rey David, llamándose a sí mismo un perro muerto; no me sorprende que Pedro, en la presencia del Cristo perfecto, se abatiera hasta volverse nada, y en su primer asombro ante su propia nada y la grandeza de Cristo, casi no supiera qué decir, como alguien aturdido y deslumbrado por la luz, perturbado a medias, e incapaz de reunir sus pensamientos y ponerlos en un determinado orden. El mismísimo primer impulso fue como cuando la luz del sol golpea el ojo, y es una llamarada que amenaza con cegarnos. «¡Oh!, Cristo, soy un hombre; ¿cómo podré soportar la presencia del Dios que gobierna a los mismos peces del mar, y obra milagros como este?» (Predicado en el Metropolitan Tabernacle en Londres, el jueves 10 de junio del año 1869).
Mateo 5:9 y 10 enfatiza que a causa de la pesca milagrosa, «el temor se había apoderado de él, y de todos los que estaban con él». Este fue un temor contagioso, no de miedo fugitivo, sino de respeto a lo divino, a lo del cielo, a Dios. La fe en Jesús contagió a este grupo de pescadores, que ahora creían por aquella pesca milagrosa en Jesús.
Allí, Jesús tuvo una palabra para Simón Pedro: «No temas, desde ahora serás pescador de hombres» (Lc. 5:10). Con esas palabras del Hijo de Dios, Simón Pedro recibió la certificación de su vocación, fue llamado al ministerio, tuvo el encargo de ganar almas y corazones para Jesucristo y para su reino.
En los evangelios descubrimos unos tres llamamientos que Jesús de Nazaret le hizo a sus primeros discípulos, los pescadores del Lago de Tiberias:
Primer llamamiento: «Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan, y habían seguido a Jesús. Este halló primero a su hermano Simón, y le dijo: Hemos hallado al Mesías (que traducido es, el Cristo). Y le trajo a Jesús. Y mirándole Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro )» (Jn. 1:40-42).
Segundo llamamiento: «Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y a Andrés su hermano, que echaban la red en el mar, porque eran pescadores. Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron. Pasando de allí, vio a otros dos hermanos, Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano, en la barca con Zebedeo su padre, que remendaban sus redes, y los llamó. Y ellos, dejando al instante la barca y a su padre, le siguieron» (Mt. 4:18-22).
La segunda disciplina de los pescadores (Mt. 4:21): «... remendaban sus redes». Interesante que aquí se diga que los hijos de Zebedeo, Jacobo y Juan, «remendaban sus redes».
Las redes del evangelismo se tienen que remendar. Aquellas redes eran sus implementos de trabajo y tenían que arreglarlas. Una red rota aunque haya servido de mucho, puede ser también una manera de perder parte de la pesca. Se deben revisar los métodos y ver donde hay un agujero por donde los peces se puedan escapar.
Aplicación espiritual. Se nos hará muy difícil atrapar en la red del evangelismo a peces del mundo, cuando nuestra propia red tiene agujeros. Y eso se puede aplicar al testimonio personal, a la conducta personal y a nuestro comportamiento público.
Las redes del evangelismo se tienen que lavar. Anteriormente se dijo que otros dos discípulos «... lavaban sus redes» (Lc. 5:2).
Una red sucia, con olor a peces muertos, aleja a los peces vivos. Una red que no se lava pierde poco a poco su resistencia y se llega a pudrir. Una red que no se lava puede atraer ratones. Una red que no se lava traerá mal olor a la barca. Todo ejercicio de evangelismo tiene que tener frescura, innovación; actualización.
Aplicación espiritual. Nosotros, como esas redes, tenemos que mantenernos limpios. No podremos ser efectivos para pescar almas-peces si nuestras vidas no están consagradas y santificadas.
Tercer llamamiento: «Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que viniesen a ayudarles, y vinieron, y llenaron ambas barcas, de tal manera que se hundían. Viendo esto, Simón Pedro cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador. Porque por la pesca que habían hecho, el temor se había apoderado de él, y de todos los que estaban con él, y asimismo de Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: No temas; desde ahora serás pescador de hombres. Y cuando trajeron a tierra las barcas, dejándolo todo, le siguieron» (Lc. 5:7-11).
Aquel reconocido pescador de peces del mar de Galilea llamado Simón Pedro, ahora por la palabra del Gran Maestro, se transformó en un «pescador de hombres». Su pesca ahora era humana, su mar era el mundo y su red la proclamación del evangelio del reino.
Jesucristo está buscando a hombres y a mujeres con temor de Dios para transformarlos en ganadores de almas, en pescadores de corazones, en rescatadores de vidas necesitadas. El llamado del Señor puede ser donde trabajamos. Para Simón Pedro fue en una barca. ¿Dónde te llamará a ti? ¿Dónde te quiere trabajando a ti?
Conclusión
Jesús está buscando alguna barca disponible para entrar a la misma. Si queremos una buena pesca, tenemos que bogar mar adentro. Pedir la ayuda de otros, cuando la pesca es grande, es provechoso. Los milagros de Jesucristo deben producir en los creyentes temor reverente.
03
La suegra de Pedro
Mateo 8:14-15, RVR1960
« Vino Jesús a casa de Pedro, y vio a la suegra de este postrada en cama, con fiebre. Y tocó su mano, y la fiebre la dejó; y ella se levantó, y les servía».
Introducción
El relato mateíno, al igual que el marconiano (Mc. 1:29-31) y el lucanino (Lc. 4:38-39), prestan especial atención a la suegra de Simón Pedro, indicándose con esto que si este apóstol tenía suegra, es porque tenía esposa. De todos los discípulos de Jesucristo, el único cuya suegra recibe mención honorífica en el evangelio, es Pedro.
La suegra de Simón Pedro aparece viviendo en la casa él. Estaba enferma de cama y fue sanada de una fiebre por el toque de Jesús, sirviendo luego a los discípulos. Con esto te invito a que juntos tratemos de penetrar en esta historia y ver que descubrimos que sea provechos para nosotros.
1. La suegra de Simón Pedro
«Vino Jesús a casa de Pedro, y vio a la suegra de este postrada en cama con fiebre» (Mt. 8:14).
En mis 31 viajes a Israel, he visto en las ruinas de Capernaum, frente a la entrada principal de la sinagoga que lleva ese nombre, una capilla erguida con forma de barca sobre las ruinas de un antiguo templo octogonal de piedra, que llegó a ser un santuario católico en la antigüedad. A los turistas y peregrinos se les enseña que allí pudo haber sido la casa de Pedro, donde este vivía con la suegra además de la esposa. En esas ruinas hay evidencia arqueológica con hallazgos de pescadores, y de iglesias bizantinas de los primeros siglos.
«Al salir de la sinagoga, vinieron a casa de Simón y Andrés, con Jacobo y Juan» (Mc. 1:29).
«Entonces Jesús se levantó y salió de la sinagoga, y entró en casa de Simón. La suegra de Simón tenía gran fiebre, y le rogaron por ella»