alguna red que nos pertenece, y el Señor desea que la echemos y que pesquemos. Si predicamos, pesquemos. Si enseñamos, pesquemos. Si somos líderes, pesquemos. Si nuestro trabajo es ministerial, pesquemos. Si nuestro trabajo es secular, pesquemos. A todos se nos ha dado una red y debemos utilizarla obedeciendo la voz de Jesucristo.
Simón Pedro, a pesar de la orden del Maestro, tuvo que admitirle al Señor que esa no fue una noche de pesca. Ya lo habían intentado toda la noche, con malos resultados. Trabajaron mucho pero sin pesca: «Pedro respondió: Maestro, toda la noche estuvimos trabajando muy duro y no pescamos nada. Pero, si tú lo mandas, voy a echar las redes» (Lc. 5:5, TLA).
Aun los más experimentados tendrán sus días sin buenos resultados. Echarán las redes, pero les regresarán vacías. ¡Pero no paremos de echar redes aunque vengan vacías! La perseverancia trae éxito.
Aunque Simón Pedro era un pescador de experiencia, puso la experiencia de lado y declaró por fe: «… más en tu palabra echaré la red» (Lc. 5:5). Tenga fe en la palabra del Señor Jesucristo, tenga fe en las promesas de la Biblia, tenga fe confiando que verá milagros en su vida.
Tres echaban la red de cada uno, pero solo Simón Pedro se atrevió a creer la «palabra» de Jesús. Él creyó y obedeció esa «palabra» que alimentaba su fe. ¡Crea en lo que Dios dice en la Biblia, y actué basado en la misma! ¡Muévase en la Palabra y verá resultados por la Palabra!
3. El milagro de la pesca
«Y habiéndolo hecho, encerraron gran cantidad de peces, y su red se rompía» (Lc. 5:6).
Simón Pedro se movió en la Palabra y vio un milagro grande de Dios. Su red atrapó una enorme «cantidad de peces». Si echamos la red por nuestra cuenta no pescaremos nada. Si la echamos porque Jesús nos ordenó echarla, la pesca será grande, abundante y milagrosa. Llegará el momento en que la red se hará pequeña, parecerá que se quiere romper. Movernos en los principios de Dios traerá grandes resultados.
Vienen días y noches de mucha pesca para muchos que han estado echando la red sin resultados; veo en el espíritu redes llenas, cargadas, que parecen romperse a causa de pescas milagrosas. Aquellos ministerios y congregaciones que se muevan en la Palabra pescarán tanto que otros tendrán que ayudarles y se beneficiaran de su peca.
Era tal la pesca, que los tres discípulos, incluyendo a Simón Pedro, tuvieron que pedir ayuda a los que estaban en la otra barca. De no compartir esa pesca, la misma podía peligrar, llegando de regreso sin nada.
«Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que viniesen a ayudarles; y vinieron, y llenaron ambas barcas, de tal manera que se hundían» (Lc. 5:7).
Otras barcas necesitan que les hagamos «señas» y que invitemos a otros a compartir la pesca que hemos logrado. Muchos son muy egoístas, si ellos no pueden con la pesca, la dejan escapar pero no la comparten con otros «compañeros».
Veamos esa expresión «a los compañeros». No veamos a otros pescadores como competencia, como adversarios, como contrincantes, veámoslos como nuestros «compañeros». Invita a otros «compañeros» a participar de tus bendiciones.
Observemos, «... para que viniesen a ayudarles». El orgulloso no pide ayuda cuando la necesita, el humilde pide ayuda. Pescas gigantescas exigen buscar la ayuda de otros. ¡Deja que otros te ayuden! Si no pedimos ayuda la pesca se nos hundirá o nosotros nos hundiremos con ella.
Como resultado ambas barcas se llenaron de la pesca, y las dos parecían «que se hundían». ¡Hubo bendición para todos! Tenemos que compartir la pesca con otros, y nosotros tendremos demás y otros también.
4. La confesión por la pesca
«Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador» (Lc. 5:8).
Simón Pedro el pescador del lago de Genesaret quedó profundamente impactado por esta pesca milagrosa. Los milagros deben llevarnos a una relación más profunda con el Señor Jesucristo.
Este acontecimiento, según el informe lucanino, produjo un sentido de confesión espiritual en Simón Pedro. Él confesó diciendo: «Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador». La santidad del Hijo de Dios hizo a Simón Pedro sentirse inadecuado, sucio espiritualmente, ante la presencia de Jesús.
Simón Pedro sintió que el Señor Jesús no podía estar cerca de él. Le pidió que se apartara de su lado. Esto demuestra la sinceridad y necesidad espiritual en este discípulo.
Simón Pedro sintió que era un pecador. Él gritó y dijo: «... porque soy hombre pecador». Jesús nos aleja del pecado o el pecado nos aleja de Jesús. Al pescador admitir su condición de pecador, le permitió a Jesús ofrecerle la oferta de su gracia, su misión de amor y los beneficios de su futuro sacrificio en el Calvario.
Cuanto más cercanos estemos de la presencia del Señor Jesucristo, más sentiremos nuestra propia pecaminosidad. La santidad nos hace sentir que necesitamos el perdón y la misericordia de Dios.
Un san Agustín de Hipona en su libro de las Confesiones, deja ver su gran necesidad de Dios:
V, 5. ¿Quién me concederá descansar en ti? ¿Quién me concederá que vengas a mi corazón y le embriagues, para que olvide mis maldades y me abrace contigo, único bien mío? ¿Qué es lo que eres para mí? Apiádate de mí para que te lo pueda decir. ¿Y qué soy yo para ti, para que me mandes que te ame y si no lo hago te aíres contra mí y me amenaces con ingentes miserias? ¿Acaso es ya pequeña la misma miseria de no amarte? ¡Ay de mí! Dime, por tus misericordias, Señor y Dios mío, qué eres para mí. Di a mi alma: «Yo soy tu salvación». Que yo corra tras esta voz y te dé alcance. No quieras esconderme tu rostro. Muera yo para que no muera y para que lo vea.
V, 6. Angosta es la casa de mi alma para que vengas a ella: sea ensanchada por ti. Ruinosa está: repárala. Hay en ella cosas que ofenden tus ojos: lo confieso y lo sé; pero ¿quién la limpiará o a quién otro clamaré fuera de ti: De los pecados ocultos líbrame, Señor, y de los ajenos perdona a tu siervo? Creo, por eso hablo. Tú lo sabes, Señor. ¿Acaso no he confesado ante ti mis delitos contra mí, ¡oh Dios mío!, y tú has remitido la impiedad de mi corazón? No quiero contender en juicio contigo, que eres la Verdad, y no quiero engañarme a mí mismo, para que no se engañe a sí misma mi iniquidad. No quiero contender en juicio contigo, porque si miras a las iniquidades, Señor, ¿quién, Señor, subsistirá? (San Agustín, Confesiones, Libro Primero).
La madre Teresa de Calcuta en sus cartas reconoce su indignidad espiritual:
Dios me está llamando, indigna y pecadora como soy. Estoy deseando ardientemente darle todo por las almas. Todos van a pensar que estoy loca después de tantos años, por empezar una cosa que me va a acarrear sobre todo sufrimiento; pero Él también me llama a unirme a unas pocas para empezar la obra, combatir al demonio y privarle de las miles de almas pequeñas que está destruyendo cada día. Le he dicho todo como si se lo hubiera dicho a mi madre. Anhelo sólo ser realmente de Jesús, consumirme completamente por Él y por las almas. Quiero que Él sea amado tiernamente por muchos. Entonces, si usted cree oportuno, si usted lo desea, estoy lista para hacer la voluntad de Jesús. No se preocupe de mis sentimientos, no cuente el precio que tendré que pagar. Estoy lista, puesto que ya le he dado mi todo. Y si usted piensa que todo esto es un engaño, también lo aceptaría y me sacrificaría completamente (María Teresa de Calcuta, La Madre de los Pobres, Nihil Obstat P. Ricardo Rebolleda. Segunda Parte: Vida Religiosa, página 33).
Predicando sobre «La Oración de Pedro», Charles Haddon Spurgeon declaró lo siguiente:
Así, entonces, el primer motivo de esta oración es que Pedro sabía que era un hombre, y por tanto, siendo un hombre, se sentía asombrado en presencia de alguien como Cristo. La primera visión de Dios ¡cuán asombrosa es para cualquier espíritu, aunque sea puro! Yo supongo que Dios nunca se reveló completamente, no se podría haber revelado completamente a ninguna criatura, independientemente