hermanos entre la Dódeka: Simón Pedro y Andrés, hijos de Jonás, con Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo. En la Nueva Jerusalén las doce puertas tienen los nombres de las doce tribus, pero los doce fundamentos tienen los nombres de los doce apóstoles (Apoc. 21:14).
«El ángel que hablaba conmigo tenía en la mano una vara de oro para medir la ciudad, sus puertas y su muralla. Cuando la midió se dio cuenta de que era cuadrada, que medía lo mismo de ancho que de largo. En realidad, medía 2220 kilómetros de largo, lo mismo de alto y lo mismo de ancho.
Después midió el grosor de las murallas, que eran de sesenta y cinco metros (según la medida humana que el ángel usó). La muralla estaba hecha de jaspe, y la ciudad era de oro puro y tan cristalino como el vidrio. La muralla de la ciudad estaba fundada sobre doce piedras, cada una adornada con una piedra preciosa: la primera con jaspe, la segunda con zafiro, la tercera con ágata, la cuarta con esmeralda, la quinta con ónice, la sexta con cornalina, la séptima con crisólito, la octava con berilo, la novena con topacio, la décima con crisoprasa, la undécima con jacinto y la duodécima con amatista.
Las doce puertas estaban hechas de perlas, ¡cada puerta hecha de una sola perla! Y la calle principal era de oro puro y tan cristalino como el vidrio» (Apoc. 21:15-21, NTV).
Los fundamentos de la ciudad de oro, que es un tetrágono, mide 1,400 a 1,500 millas de largo por ancho y alto, y como fundamentos tiene los nombres de la Dódeka, a quienes se les refiere como «los doce apóstoles del Cordero».
La Nueva Jerusalén con 1,400 a 1,500 millas de largo, ancho y alto, tiene el tamaño de 2 millones o 2.25 millones de millas cuadradas. Se puede comparar con un gran continente descendiendo del cielo a la tierra. Es de más tamaño que Inglaterra, de más tamaño que Alemania, más grande que la India y es dos terceras partes de los Estados Unidos de América. Pero se debe considerar también la altura de 1,400 a 1,500 millas. Eso sin tomar en cuenta que la misma longitud de largo y ancho, lo es de alto. Representando que en la Nueva Jerusalén hay espacio para todos los creyentes.
La organización del Ministerio Evangelístico de Billy Graham al igual que el Ministerio Evangelístico de Luis Palau, antes de sus campañas o cruzadas evangelísticas en cualquier ciudad, toman un tiempo para capacitar y preparar en las diferentes congregaciones el llamado «Plan Andrés», que consiste en alcanzar a personas, orar por ellos, amistarse con ellos, acompañarlos a la actividad y luego darles seguimiento. Esas personas se integran con parientes (Juan el Bautista y Jesús, Simón Pedro y Andrés) vecinos (Simón Pedro, Andrés, amigos de Felipe), amigos (Felipe y Natanael) y otras personas. El Plan Andrés ha dado resultados excelentes.
Jesús está interesado en salvar a la familia, en alcanzar a padres, a hermanos, y a madres con hijos, a abuelos y nietos, a tíos y sobrinos en necesidad de salvación.
Se nos declara en el relato mateíno que Jesús «vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar, porque eran pescadores» (Mt. 4:18). Esa fue una visión de llamamiento. Físicamente Jesús de Nazaret los vio y espiritualmente también. No estaban ociosos, estaban trabajando. Jesús de Nazaret no buscará entre los ociosos a alguien para darle trabajo en su empresa del reino.
Se afirma, «... porque eran pescadores...». Tenían un oficio. Realizaban un trabajo que les ganó este título de «pescadores». Muchos hacen algo, pero no son ese algo, enseñan pero no son maestros, pastorean, pero no son pastores, evangelizan, pero no son evangelistas, predican, pero no son predicadores. Simón Pedro y Andrés «eran pescadores».
2. El llamado de Jesús
«Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres» (Mt. 20:19).
El encuentro inicial con estos hermanos pescadores ya lo tratamos en Juan 1:35-42; allí Andrés fue el instrumento para la conversión de Simón Pedro, aquí, en Mateo 20:19, Jesús de Nazaret llamó a Simón Pedro y a su hermano Andrés para ser «pescadores de hombres» o ganadores de almas.
La pasión que tenían para pescar en el mar de Galilea la tendrían ganando almas para Jesucristo. Esa misma pasión por su oficio, la transmitirían en su llamado como misioneros. Gente apasionada se necesita para la gran tarea de la evangelización.
Con el mismo ahínco con que realizamos un trabajo secular, debemos realizar el trabajo espiritual del Señor. Si somos mecánicos, seamos mecánicos espirituales, si somos barberos o peluqueros seamos barberos o peluqueros espirituales; si somos carpinteros, seamos carpinteros espirituales… lo que somos secularmente seámoslo espiritualmente ganando almas para Jesucristo.
Veamos esa expresión: «Venid en pos de mí…», es un llamado a acercarse a Él, a estar con Él, a obedecerlo a Él, a aprender de Él, a caminar con Él, a mirarlo a Él, a buscarlo a Él, a seguirlo a Él y a vivir con Él y para Él. «El mar sería el mundo; sus redes, la palabra; su pesca, los hombres» (Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia, CLIE, Barcelona 2013).
El verdadero discipulado no es llenarse de conocimientos teológicos, no es marearse o marear a otros con títulos religiosos, es llenarse del deseo de evangelizar y hacer misiones. Hay una epidemia de títulos religiosos entre los pentecostales. Los títulos son buenos, siempre y cuando no sean adornos sociales.
Un día le dije a mi amigo el Supt. Adjunto de Asambleas de Dios en México, Presbítero José M. Saucedo Valenciano, ahora Secretario Nacional: «Pepe, hay puertas que la unción no abre, pero un título las abre».
Se afirma, «... y os haré pescadores de hombres...». Uno no se hace predicador, ni se hace maestro, ni se hace pastor, ni se hace evangelista. Jesús de Nazaret tiene que transformar a uno en esa persona que Él necesita. Él nos tiene que transformar para ese ministerio al que nos llamó. Debemos transformarnos en «pescadores de hombres», en ganadores de almas, en presentadores de Jesucristo. Nuestros cuerpos deben ser el Cuerpo de Jesucristo.
3. La respuesta a Jesús
«Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron» (Mt. 4:20).
La reacción a ese llamado mesiánico fue algo instantáneo. Simón Pedro y Andrés no tenían dudas de que eran promovidos a un trabajo más seguro y con mejores beneficios en la vida del reino, que el que tenían como pescadores en el mar de Galilea. Se transformarían en pescadores en el mar del mundo.
Se afirma, «... dejando al instante las redes...». El discipulado llama a dejar algo, para hacer algo por el reino de Jesucristo. Muchos no quieren todavía dejar muchas cosas para trabajar por el Mesías Jesús de Nazaret. Quieren ministerios sin renuncias personales. Desean trabajar para el Señor, pero totalmente ocupados en otra cosa más importante para ellos o ellas.
¡Suelta mucho de lo que estás haciendo, para tomar la red que el Señor Jesucristo te quiere dar! ¡Renuncia a tu mundo, para obedecer al llamado celestial! ¡Deja eso para seguir esto! Cuando alguien dice: «Es que no tengo tiempo». Lo que en realidad está diciendo: «Esto no es tan importante para mí, para que yo saque tiempo y lo haga».
Se afirma, «... y le siguieron». ¡Eso es obediencia completa! ¡Es entrega total! Simón Pedro y Andrés se rindieron a la voluntad de Jesús de Nazaret, fueron arrestados por su amor y capturados por su llamado.
Decía san Agustín de Hipona en su libro de las Confesiones: «Quiero recordar mis pasadas fealdades y las corrupciones carnales de mi alma, no porque las ame, sino por amarte a ti, Dios mío. Por amor de tu amor hago esto (amore amoris tui facio istuc), recorriendo con la memoria, llena de amargura, aquellos mis caminos perversísimos, para que tú me seas dulce, dulzura sin engaño, dichosa y eterna dulzura, y me recojas de la dispersión en que anduve dividido en partes cuando, apartado de la unidad, que eres tú, me desvanecí en muchas cosas» (Libro II, I.1).
La Traducción En Lenguaje Actual de las Sociedades Bíblicas Unidas lee la comisión de Jesús, dada a Pedro y Andrés, así: «Síganme. En lugar de pescar peces, les voy a enseñar a ganar seguidores para