W. H. Church

Edgar Cayce la Historia del Alma


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a través de una pared de acero».3 ¿Y qué dice la ciencia moderna de ese aparente milagro? Pues bien, ahora lo considera muy posible, al menos en teoría. Porque hay tal separación entre los átomos de cualquier objeto material, que hombre y pared podrían lograr una rara yuxtaposición de sus respectivos componentes atómicos que permita al uno pasar a través de la otra sin que se produzca colisión alguna. (Claro que, ¡no me pidan que lo intente!). ¿Será que Eckhart, sin tratar en modo alguno de comerciar con milagros, solo visualizó una época dentro de la continua evolución del hombre en la que este dominará una ley natural que involucre energía, masa y movimiento?

      Entretanto, en los escritos de Henry David Thoreau encontramos un caso interesante de lo que Cayce una vez denominó «ciencia oculta o mística».4

      En el siglo diecinueve, este trascendentalista de Nueva Inglaterra fue muy enfático al atreverse a contradecir la ortodoxia científica de su época: «No existe nada inorgánico», declaró de plano.5 Posición totalmente herética para una época en la que con mucha precisión, la ciencia había clasificado toda la materia en dos tipos de sustancias: «orgánicas» e «inorgánicas». Hoy, por supuesto, en su esclarecedor estudio de las partículas subatómicas y de todo el universo contenido en el átomo, los físicos modernos han llevado a la ciencia a reformular su antigua premisa y ponerse de parte de Thoreau. Después de todo, no hay nada que sea de veras inorgánico . . .

      En lo que respecta al átomo, volvemos a Edgar Cayce.

      En una lectura sobre el uso que los nativos de la Atlántida dieron a la energía del sol al convertirla en energía atómica, Cayce comentó que esa energía cautiva, en alguna época al servicio de propósitos constructivos, al final se convirtió en un sistema con fines destructivos y en la no buscada desintegración del continente de la Atlántida. Luego, proféticamente, agregó la advertencia de que esa misma energía latente estaba de nuevo cercana y a punto de ser usada una vez más con propósitos destructivos.6

      Eso fue el 22 de julio de 1942. El ultrasecreto Proyecto Manhattan para desarrollar la bomba atómica, bajo el mando del General Groves, se había puesto en marcha a raíz de una recomendación hecha al Presidente Roosevelt en marzo de 1942 por Vannevar Bush, presidente del Comité de Investigación para la Defensa Nacional. Y en esa lectura psíquica sobre la Atlántida, Cayce parece haber tocado sin querer ese plan secreto, que más tarde llevó a la destrucción atómica de Hiroshima y Nagasaki, así como a la posterior carrera armamentista de las superpotencias.

      Este fue, por supuesto, un trágico mal uso de la brillante fórmula de equivalencia de masa y energía, E = mc2, descubierta por Einstein unos años antes.

      El gran físico era un creador, no un destructor. Y también era, para exasperación de muchos de sus colegas científicos menos eminentes, un confeso místico y devoto de la religión. Pero veamos como lo expresa por sí mismo.

      Primero, sobre el misticismo: «La emoción más hermosa y más profunda que podemos experimentar es la sensación de lo místico. Es la sembradora de toda ciencia verdadera».7

      Y sobre su propio y muy personal concepto de la religión, que denominó «el sentido religioso cósmico», escribió: «La base de todo trabajo científico es la convicción de que el mundo es una entidad ordenada y completa, lo cual es un concepto religioso. Mi sentir religioso es de humilde asombro frente al orden que revela la diminuta realidad a que corresponde nuestra débil inteligencia».8

      En el caso de Einstein, sin duda, ciencia y religión se fusionaron como una sola, en una unión mística. Es obvio que compartía el punto de vista holístico que Cayce tenía de las cosas. Al igual que otro personaje, de quien alguna vez Cayce dijo que fue el más grande psíquico que jamás haya vivido.9 Su nombre: Jesús de Nazaret.

      1

      PREGUNTAS QUE HACEN LOS NIÑOS

      Caos.

      Entonces, de repente, una explosión cósmica.

      En un abrir y cerrar de ojos, nace el universo. El estallido de «algo», allá afuera en alguna parte, ilumina lo que hasta entonces fue la nada . . .

      Es la alborada de la creación física.

      De enormes y dispersas nubes de materia no racional —hidrógeno y polvo— surgen las formas vivientes más primitivas, mientras las galaxias dibujan amplias curvas formándose al vuelo. Ahora estrellas, lunas y planetas empiezan a plantarse en los primigenios campos de tiempo y espacio en rápida expansión, donde asteroides que se estrellan y coletazos de cometas interestelares les proporcionan alimento inicial.

      La evolución ha empezado su lento ascenso, a tientas.

      Esa es, en pocas palabras, la principal versión científica de tales sucesos. Otras fuentes, otras versiones. Llegaremos a ellas en su momento. Entretanto, no vale la pena buscar pleito con los cosmólogos más destacados. De su generalmente aceptado recuento de las cosas, hasta donde llega, podría decirse que es tan bueno como cualquier otro. (Hasta donde llega, téngase en cuenta, porque el preámbulo parece faltar. En tales asuntos esotéricos, por norma la ciencia evita los preámbulos. Debe hacerlo, pues caen en el campo de la metafísica o la filosofía. No obstante, sin el preámbulo . . . Pero no nos adelantemos).

      ¡Fuerzas desconocidas en acción! ¿Dios o la naturaleza? ¿Intención o casualidad? ¿Darwin o el Logos?

      Nos bombardean respuestas contradictorias que en este punto pueden resultar confusas. Sigamos entonces con las preguntas.

      ¿De dónde venimos?

      Salimos del barro, por así decirlo, ¿o descendimos de la atmósfera superior para heredar la Tierra? Monos en evolución, ¿o dioses caídos? ¿O ninguno de ellos?

      ¿Dónde caben —si caben— Adán y Eva en el cuadro de la evolución humana?

      En realidad, ¿por qué estamos aquí?

      ¿Quiénes somos y cuál es nuestro destino? ¿Está relacionado con el destino de todo el universo?

      Entre ciencia y religión, ¿cuál está más cerca de la verdad sobre nuestro origen? ¿Pueden estar ambas erradas, y también en lo correcto?

      ¿Existe un Dios personal? ¿Un demonio personal?

      ¿Qué hay de la muerte y de la vida después de la muerte?

      ¿De la preexistencia del alma?

      ¿De la reencarnación y el karma?

      ¿De otras tierras en el universo?

      ¿De múltiples dimensiones?

      ¿Cuál es la verdadera relatividad de tiempo y espacio?

      Por último, preguntemos: ¿Hemos completado ya nuestra evolución o somos una especie aún en transición? Si se trata de lo último ¿quiénes nos sucederán? ¿Nosotros mismos, de regreso?

      Preguntas, preguntas. ¡Tantas preguntas! Y apenas empiezo a enumerarlas.

      En esencia, esas son las preguntas que hacen los niños. Las preguntas fundamentales acerca de Dios, el hombre y el universo, a las que nadie presta atención.

      Sin embargo, Cayce sí lo hizo. Y obtuvo las respuestas para nosotros.

      Vamos, pues. Nos espera nuestro viaje de descubrimiento bajo su orientación psíquica. Sólo debemos dar el primer paso para estar en camino.

      ¿Y dije paso? Más bien un salto cuántico, para ser precisos. Porque, para empezar por donde es, debemos regresar en el tiempo, hasta antes de que el tiempo existiera.

      2

      ANTES DE LA GRAN EXPLOSIÓN

      Dios, la Primera Causa, se movió y el Espíritu entró en actividad. Al moverse, se nos dice, trajo la Luz. Luego, el caos.1

      Lo