energía etérea y fuerzas de onda etérea, Cayce señaló el rumbo que debería seguir la osada ciencia nueva que entre a resolver uno de los mayores misterios del universo: la naturaleza del Akasa.11 Sinónimo del misterioso «éter» que la ciencia desechó hace tiempo porque su existencia no se puede detectar, lo cierto es que en esencia es una fuerza mental y está presente en todo el espacio.
Entre los evangelios apócrifos, hay uno atribuido a Bartolomé, en el cual el apóstol sostiene lo que se debe interpretar como un diálogo alegórico con el Diablo.12 Se trata de una reunión en la cual Satanás, obligado por mandato del Señor, debe hablar a Bartolomé de muchas cosas, entre ellas la naturaleza de su creación y su caída final, después de haber rehusado obedecer la orden del arcángel Miguel de deponer su orgullo y adoptar la actitud de angelical adoración para la cual fue creado.
Satanás repite a Bartolomé su jactanciosa respuesta a Miguel:
«Soy fuego del fuego, fui el primer ángel creado», le recuerda a su hermano arcángel, quien, aunque capitán en jefe de las huestes, fue el segundo («creado por voluntad del Hijo y consentimiento del Padre»). Y aunque además de estos dos primeros había otros cinco arcángeles, es bien sabido que la rivalidad entre hermanos siempre es más fuerte entre los dos primeros vástagos.
Cuando Miguel dice al recalcitrante Satanás que provocará la ira de Dios, la reacción es de abierta rebelión.
«Dios no descargará su ira contra mí, sino que estableceré mi trono contra el Suyo, y seré como es Él».
Pero Dios, por supuesto, sí estaba muy airado. Satanás fue expulsado del Cielo, con todos sus ángeles. Y desde entonces se dedicó a tramar su venganza sobre el hombre de la tierra, quien había sido creado a imagen y semejanza de Dios. (Lo que por supuesto ocurriría más tarde, en los tiempos de Adán).
Después de sus obligadas confesiones a Bartolomé, se le permite partir. Y Satanás se va mascullando amargamente que fue «engañado» para que hablara antes de su tiempo señalado. Sin duda consideró humillante todo el episodio. Endemoniadamente humillante, es de suponer . . .
En otro relato apócrifo, contenido en los «Secretos de Enoc»,13 es el propio Señor quien cuenta como creó el orden de las diez legiones de ángeles, y dispuso que cada una quedara a órdenes Suyas. Pero Satanail, habiéndose alejado con la legión bajo su mando, «concibió un pensamiento imposible . . . el de igualar en rango a Mi poder».
El resultado era inevitable. Tenía que irse.
Y se fue, mas no por voluntad propia.
El Evangelio de Lucas describe su partida de manera por demás gráfica en las propias palabras del Señor, después de que Él ha escuchado a los setenta que regresan, relatar regocijados sus experiencias al expulsar los demonios en Su Nombre. «Yo vi a Satanás caer del cielo como un rayo», les cuenta Jesús de la expulsión original.14
¿Y el expulsor? Veamos estas palabras del Apocalipsis al respecto: «Se desató entonces una guerra en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron al dragón; éste y sus ángeles, a su vez, les hicieron frente, pero no pudieron vencer, y ya no hubo lugar para ellos en el cielo. Así fue expulsado el gran dragón, aquella serpiente antigua que se llama Diablo y Satanás, y que engaña al mundo entero. Junto con sus ángeles, fue arrojado a la tierra».15
¿A la tierra? Bueno, no inmediatamente, sin duda. Primero, al abismo, dondequiera que fuera. Porque aquí debemos atenernos a un lenguaje en gran parte compuesto por símbolos. La Tierra, como ya hemos observado, aún no había sido creada cuando cayó ese resplandeciente arcángel convertido en dragón. Y tampoco «cayó» en un sentido literal. No había en qué o a través de qué caer. Recordemos que ni tiempo ni espacio se habían hecho manifiestos todavía. En un ilimitado universo de formas mentales puramente etéreas, ¿qué necesidad había de esos accesorios o limitaciones que más adelante se impondrían a la segunda creación del Señor? No, Satanás y sus secuaces caídos deben haberse encontrado a sí mismos encerrados en una especie de reino inferior, un vacío espiritual de noche e inexistencia absolutas.
Podríamos llamarlo caos, lo que fue creado inmediatamente después de la Luz. Y al parecer por una buena razón: constituiría la base de la segunda creación y la expresión de los pares de opuestos. Puesto que, sin esa opción, ¿de qué serviría al alma el don del libre albedrío? ¿Y de qué otra manera sabría que se había apartado a sí misma de su Creador?
Lo que nos trae de nuevo a Satanás.
¿Fue la creación de este ángel convertido en monstruo un accidente? Es sorprendente, pero en la creación pueden darse esos accidentes. Ese asombroso dato fue extraído directamente de los registros akásicos por Edgar Cayce.16 Y en verdad, ¿acaso Dios no se arrepintió de haber hecho al hombre? Eso nos dice la Biblia. (De ser cierto, un pequeño recordatorio de nuestras innatas deficiencias).
Pero los caminos del Señor a menudo son inescrutables. Y para respaldar una creciente sospecha de que la difícil situación de Satanás, aunque claramente autoinfligida, de todos modos ha podido formar parte del plan divino desde el principio, me permito citar un fragmento de Isaías que así lo confirma. Es el mismo Dios quien habla a través de su profeta:
«Yo soy el Señor y no hay ningún otro. Yo formo la luz y creo las tinieblas, traigo bienestar y creo calamidad; Yo, el Señor, hago todas estas cosas».17
Es una expresión concluyente. ¿Cómo debemos interpretarla?
Creo que ya tenemos algo para dar con su significado. Esa parte del libre albedrío, que hemos observado, y la necesidad de dar al alma la opción de decidir, al crear los pares de opuestos en un bipolar universo material. Será mejor buscar una explicación más detallada. Y para eso, más nos vale ver lo que Edgar Cayce sacó de los registros akásicos.
Vemos que, en el universo espiritual todo el poder es Uno; y ese Uno es positivo.18
Los hijos nacidos de la Mente y proyectados para existir por voluntad de la Mente Creadora, eran a su imagen y semejanza (Sus seres individuales, dice una de las lecturas, muy explícitamente19), lo que significa que eran proyecciones de la imaginación celestial, células divinas, por así decirlo, del cuerpo de Dios, que de repente tomaron conciencia de su individualidad. Cada una de ellas un universo en sí misma, y capaz de manifestar creatividad de manera autónoma.
Seres andróginos que contenían en sí mismos todos los elementos y características necesarias para reproducirse en forma espiritual mediante la proyección del pensamiento, incluso como su Creador. Quienes, por lo tanto, no tenían necesidad de desarrollar ningún tipo de polarización sexual como parte de su naturaleza. Más bien extrajeron su creatividad de la fuerza divina. (Esto puede servir para ver la realidad tras el comentario del Señor en Mateo 22:30, con respecto a las almas resucitadas en la tierra, quienes no contraerán matrimonio ni se darán en matrimonio ¡sino que serán como los ángeles!).
Dios es Amor, se nos dice. Y de la unión con Dios se deriva pleno gozo espiritual. La creatividad es el resultado inevitable.
Los hijos nacidos de la Mente, mientras mantuvieran la unión psíquica con su Fuente Creadora en la Unicidad, podían estar separados, mas no «apartados». Dios, sin embargo, deseoso de su compañía, había otorgado a los hijos el don del libre albedrío, que pudieran escoger entre permanecer en Su Presencia o apartarse de ella. Porque, sin esa opción, los hijos quedarían en la misma categoría de los ángeles, quienes, aunque creados a una mayor altura en el principio, deben permanecer como servidores (aunque muy enaltecidos, por cierto), atendiendo al Creador. Por otra parte, a los hijos les fue otorgado un patrimonio exclusivo, si decidían ganárselo, elevándolos por encima del más alto de los ángeles.20 Si a través del ciclo evolutivo espiritual ellos se perfeccionaban, se convertirían en verdaderos coherederos con el primer Hijo, y corregentes del universo con Él en un interminable modelo de creatividad y crecimiento espiritual. (Porque, como alguien sabiamente observó alguna vez, crecer es el eterno mandato de la Mente).
En cierta ocasión que se pidió a Edgar