Daniel Feierstein

La construcción del enano fascista


Скачать книгу

nunca lograron la conducción del proceso político en democracia ni en ninguna de las numerosas dictaduras militares. Los sectores fascistas fueron siempre minoritarios incluso dentro de las propias fuerzas armadas argentinas y, vinculados con cierto nacionalismo difuso y por lo general xenófobo, antiinmigrante y antisemita, tendieron a ser conducidos, derrotados o hegemonizados por las corrientes más liberales. En el campo de los partidos políticos, nunca llegaron a contar con una estructura propia y constituyeron más bien pequeños núcleos dentro de los partidos existentes sin capacidad de incidencia política significativa o sectas marginadas del escenario político, como los grupos conducidos desde hace años por Alejandro Biondini.

      Si bien en estos últimos años han aparecido nuevas figuras que reivindican algunos de los lineamientos ideológicos del fascismo —de las cuales quizás la más notoria podría ser la del diputado salteño Alfredo Horacio Olmedo o la de Juan José Gómez Centurión, así como en algún momento lo fueron las agrupaciones neonazis que, a diferencia de Olmedo, nunca accedieron a representación parlamentaria—, no pareciera ser en este plano propiamente ideológico en donde radicaría el mayor riesgo de fascismo en la Argentina de hoy, en tanto que muchos de los motivos ideológicos clásicos del fascismo —partido único de masas, nacionalismo expansionista, culto personalista del jefe— no parecen tener vigencia ni capacidad de interpelación en las grandes mayorías de la sociedad argentina.

      Sí puede observarse —muy en especial dentro de la alianza Cambiemos y, sobre todo, a partir de los cambios realizados para las elecciones de 2019 en la nueva configuración Juntos por el Cambio, aunque no solamente allí sino también en sectores del peronismo, en el nuevo partido Nos y en algunos partidos provinciales— un fuerte crecimiento, estos últimos años, de un novedoso anticomunismo macartista, reconfigurado como ofensiva ante las luchas feministas o por la igualdad de género, contra los colectivos LGBT, contra inmigrantes o pueblos originarios y de la mano de un ataque a las conquistas de la modernidad, pero ya no necesariamente centrado en la crítica al individualismo liberal. Quizás uno de los casos más actuales y chocantes fue la acusación del candidato a vicepresidente de Juntos por el Cambio, Miguel Ángel Pichetto, buscando descalificar a Axel Kicillof —candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires— acusándolo de “comunista”. Esta novedad se vincula a que este neo o protofascismo ideológico del siglo XXI convive con muchas de las conquistas ideológicas del neoliberalismo, en tanto estrategia centrada en la reivindicación del consumo, la meritocracia o la preocupación individualista por el propio bienestar. En este nivel sería entonces de utilidad poder comprender los elementos estructurales presentes en ambas experiencias, así como sus importantes diferencias, aun pensando exclusivamente en los motivos argumentales que configuran cada marco de representación de la realidad.

      El fascismo como régimen de gobierno

      Comprender el fascismo como régimen de gobierno implica centrarse en el cuestionamiento a la organización republicana y representativa a partir de una propuesta de corte corporativo. Fue una de las características fundamentales de las experiencias europeas de la primera mitad del siglo XX pero claramente la menos actual, la menos pertinente para ser analogada a los desafíos del presente.

      Entendido en este sentido, podría decirse que el riesgo de fascismo, tanto en la región como en Argentina, es casi nulo. Latinoamérica ha oscilado entre regímenes democráticos más o menos respetuosos de la institucionalidad (incluyendo aquellos que han implementado guerras de contrainsurgencia sin eliminar el funcionamiento republicano, como México o Colombia) y dictaduras militares con fuerte vinculación con los intereses norteamericanos (en todo el Cono Sur y en América Central, con características bastante distintas en cada una de estas dos subregiones, con una presencia mucho mayor del patrimonialismo en América Central). Sin embargo, si bien estas dictaduras podrían asemejarse a los bonapartismos o a las dictaduras autoritarias analizadas por autores como Gramsci o Poulantzas, son precisamente los elementos fascistas los que se encontraron ausentes en la enorme mayoría de las experiencias de la región. Pese a algún que otro conato en los años ’60 o ’70, el fascismo en tanto régimen de gobierno no tuvo nunca chances reales de avanzar, producto entre otras cosas de la falta de autonomía de las burguesías nacionales y de la fuerte dependencia de las fuerzas armadas con respecto a los proyectos e iniciativas continentales, coordinadas por los EE. UU.

      Tampoco en el presente aparecen ni las condiciones ni las propuestas para reemplazar la institucionalidad parlamentaria por un gobierno corporativo que articule el empresariado, los sindicatos, las fuerzas armadas y la Iglesia católica en un conglomerado político de dicho tenor. La degradación de los sistemas democráticos en la región —más que notoria— no se debe a que sean minados por propuestas de corte corporativo sino más bien a la construcción sistemática de la apatía política, a la espectacularización y banalización mediática de las disputas electorales, al rol asignado a las denuncias por corrupción, a la incontrolada utilización del big data y la manipulación de la subjetividad de los votantes y, como producto de ello, al intento de construir la sinonimia entre los conceptos de corrupción y de política, y a la dependencia del marketing en las campañas electorales, todo lo cual será analizado con mayor profundidad en el capítulo 3. Por lo tanto, se trata de un vaciamiento que tiende a disminuir la identificación del campo de la política como una construcción colectiva o como una herramienta para la transformación. Si bien esa apatía y ajenización pueden llegar a coincidir con numerosas prácticas sociales fascistas, no es en la propuesta corporativa en donde pareciera tomar forma dicho cuestionamiento, siendo que la salida corporativa parece efectivamente haber sido clausurada como una experiencia histórica del siglo XX.

      Si bien válida y relevante como construcción de una caracterización estructural del fascismo, aquella que lo observa como régimen de gobierno tiene poco que aportar a la discusión del presente en nuestro país y en nuestra región, en tanto no parece que dicha forma de fascismo (el régimen corporativo) tenga viso alguno de prosperar como propuesta política viable.

      El fascismo en tanto práctica social

      Esta tercera mirada resulta hoy la más productiva, la de mayor potencial para analizar críticamente el presente y, de algún modo, sintetiza elementos de las dos miradas previas, pero reconfiguradas en su capacidad adaptativa. (13) Pero, al mismo tiempo, resulta necesario observar las similitudes y diferencias de los contextos históricos, en tanto que procesos que ocurren de modo bastante análogo pueden, sin embargo, asumir lógicas distintas articuladas en complejos muy diferentes de alianzas sociales y necesidades históricas.

      Esto es, que prácticas sociales estructuralmente similares pueden resultar herramientas potentes para resolver problemas de distinto orden en las necesidades de los sectores dominantes en momentos históricos significativamente diferentes. Ello requiere que el proceso de analogía que permite poner ambas experiencias en diálogo sea capaz de comprender aquello que las prácticas tienen en común, al tiempo que pueda distinguir los objetivos a los que sirven cuando las necesidades históricas y el contexto no son los mismos. Allí radica el aporte que pueden realizar las ciencias sociales: identificar similitudes en contextos diferentes para contribuir a pensar —este ha sido siempre el sentido último del conocimiento— las lógicas de la acción política y los desafíos en el presente.

      Entendido en tanto práctica social, el fascismo implica la posibilidad de movilización activa de grandes colectivos y su participación —también activa— en la estigmatización, hostigamiento y persecución de grupos de la población (identificados a partir de su origen nacional, su diversidad étnica, lingüística, cultural, socioeconómica, política, religiosa, de género o identidad sexual, etc.).

      Este conjunto de prácticas sociales se suelen articular en el contexto de frustraciones socioeconómicas que se derivan de las recurrentes crisis del capitalismo y de una brutal redistribución regresiva del ingreso, mucho más pronunciadas en las zonas periféricas, y en especial allí donde había existido cierta integración social a través de la creación de sectores medios significativos. El fascismo busca saldar estas frustraciones y descontentos en modalidades de proyección hacia estos grupos (migrantes, beneficiarios de planes sociales, miembros de distintas minorías culturales o de identidad sexual, pueblos originarios), sea que ya estuvieran negativizados previamente o que se encuentren en proceso de serlo. Precisamente