Guillermo Levy

La caída


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con los acreedores externos sería la base de su programa de resurrección. “Los muertos no pagan”, una frase de su autoría que luego inspiró a la más moderada “primero crecer, después pagar” de Alberto Fernández, enunciación para marcar la cancha de una nueva renegociación de la deuda que dejó Cambiemos.

      El comienzo de la recuperación y la estabilización ya logradas en 2002, pero poco visibilizadas, permitiría al Gobierno de Kirchner mostrar a fines de 2003 indicadores con mejoras sustanciales: inflación del 3,7%, frente al 41% de 2002. La pobreza y la indigencia en 2003 todavía conservaban los índices altísimos de 2002, pero se reducirían drásticamente año a año. La desocupación bajó levemente al 17,3%, pero caería pronunciadamente y sería del 8,5% al finalizar su mandato. La devaluación de 2002 había hecho el trabajo sucio y las condiciones recesivas post 2001 lograrían los “superávits gemelos” de los que se vanagloriaría el Gobierno.

      Comienzos de épicas y gestualidades. Kirchner viajó a Entre Ríos a solucionar personalmente una huelga docente que duraba más de dos meses y mandó al Congreso la anulación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, que eran la marca de la impunidad que habían logrado las Fuerzas Armadas en el Gobierno de Alfonsín. Su comienzo, reivindicando a la generación del setenta y la militancia, la reparación de las marcas sociales de la crisis y los abrazos a las principales personalidades de los organismos de derechos humanos –que en la Argentina conservaban una importantísima legitimidad y convocatoria (en la marcha del 24 de marzo de 2001 asistieron más de 150 000 personas)– le dio a Néstor Kirchner en su primer año lo que no le habían dado las urnas un año antes. Ese 22% había crecido exponencialmente un año después. La caída del juicio por la AMIA plagado de irregularidades, la creación de la Unidad Especial de Investigaciones para aclarar el atentado a cargo del fiscal Alberto Nisman y el pedido en Naciones Unidas para que se entregaran a la justicia argentina los cinco iraníes sospechosos del atentado fueron también jugadas de política local e internacional que le granjearían a Néstor Kirchner una espalda importantísima en muy poco tiempo. El progresismo, que luego se dividiría radicalmente entre k y anti k, todavía en su amplia mayoría se sentía representado en un presidente que frente al PJ elegía la transversalidad y se enfrentaba al poderoso aparato duhaldista en la provincia de Buenos Aires en las elecciones de 2005. Este comienzo de una experiencia peronista y progresista al mismo tiempo intentaba ser la expresión en un gobierno de las mejores tradiciones políticas que habían nacido al calor de la transición democrática. El acto simbólico de descolgar el cuadro de Videla y la ceremonia en la ESMA, convertida por decreto en un sitio de Memoria a menos de un año de asumir, marcaron un comienzo potente, provocador y veloz, como fue el comienzo de Menem, aunque en otro sentido, pero con una misma capacidad: entender el momento mundial y latinoamericano del que se era parte. Un pragmatismo feroz que se veía en Menem más que en Kirchner, que aparecía mucho más condicionado por una carga ideológica que no dejaba ver la tremenda intuición que lo guiaba para entender y sintetizar la realidad mundial regional y las demandas de la Argentina post 2001. Poco de esto estaría en el inventario de Cambiemos.

      Mauricio Macri fue el primer presidente electo en la historia por un partido que no fuera el radicalismo ni el peronismo. Un partido, que, si bien expresaba el reagrupamiento electoral de una derecha neoliberal y antiperonista que, aunque desperdigada desde 1983, nunca representó menos del 25% del electorado, ocupó también un lugar en el espacio político argentino, que había dejado vacío en los noventa la Unión de Centro Democrático (UCEDE), fundada por Álvaro Alsogaray.

      Esta descripción está incompleta sino no se la enmarca en la coyuntura particular que se abrió en 2001: el PRO es el otro hijo político de la explosión de 2001. El hijo menor del kirchnerismo, que expresa y enrostra que el 2001 no fue solo progresista. Sin las particularidades de la política argentina y las articulaciones que permite, más la coyuntura particular de 2001, estamos frente a una derecha muy parecida a la derecha hemisférica moderna. Las derechas venezolana, brasilera, uruguaya y chilena, solo por citar algunas, tienen una impresionante sintonía en demandas, críticas al “populismo” y al progresismo, eje en la corrupción de la política, que retoman más o menos los prejuicios clasistas y racistas que anidan en lo profundo de cada sociedad. Hoy también integran al mundo de las iglesias evangélicas en una actitud militante contra la llamada por ellos “ideología de género”, con una presencia electoral determinante en Brasil, pero no menor en otros lugares como la Argentina.

      La UCR, que fue vital en el triunfo de Cambiemos en 2015, con su voto histórico en la ciudad de Buenos Aires, en el interior de la provincia de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, Mendoza y Jujuy principalmente, pero también en el resto de las provincias, seguía muy golpeada por el fracaso estrepitoso de la experiencia de Gobierno de la Alianza y, en vistas solo de garantizar espacios y territorio, decidió acompañar secundariamente al PRO y conformar Cambiemos. El triunfo ajustado de Cambiemos en el ballotage del 22 de noviembre de 2015 por 680 000 votos, fue reconstruido en el exitoso relato de la propaganda del PRO como un cambio de época que no venía para durar solo cuatro años. Mucho menos planeaba dejar el Gobierno antes de tiempo, como en el caso de Alfonsín y De la Rúa, los dos gobiernos no peronistas desde la recuperación democrática.

      El clima instalado de la necesidad de cambio de época que se montaba sobre el desgaste de los doce años de gobierno peronista, el tibio apoyo que recibió el candidato oficialista de parte de buena parte del kirchnerismo, el quiebre del peronismo por el espacio armado por Sergio Massa y algunas gobernaciones peronistas peleadas con el kirchnerismo, sumado a la campaña publicitaria de diseño profesional más eficiente de la historia argentina y el cambio de clima político regional con el declive de los gobiernos progresistas del hemisferio, produjeron un combo demasiado fuerte para no ganar la elección.

      Cuatro años después, Cambiemos ha demostrado ser mucho más un éxito como marca y como expresión política, que da cuenta de las demandas ideológicas de una buena parte de la sociedad civil, que como fuerza política con capacidad para gestionar el Estado.

      Macri, en su discurso inaugural, no presentó un programa de gobierno, no enunció medidas, solo calibró estados de ánimo y formuló apreciaciones generales: describió el pasado reciente en términos de autoritarismo, corrupción y falta de institucionalidad. El enfrentamiento innecesario y una reivindicación de la justicia independiente que “en estos años fue el baluarte de la democracia e impidió que el país cayera en un autoritarismo irreversible”. Es interesante la defensa de la justicia en el discurso de Macri –“frente a los intentos del kirchnerismo de cooptarla”– y la centralidad que tendrá la justicia, sobre todo la justicia federal, en el discurso de Alberto Fernández, en el cual por primera vez no se apela a formulaciones generales acerca de la necesidad de una justicia independiente y se asume una denuncia durísima contra el entramado entre servicios de inteligencia, periodistas y fuero federal para perseguir opositores y acomodar la justicia a los poderes de turno.

      El discurso de inicio de Mauricio Macri transcurrió pocas horas después de que la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner se despidiera frente a aproximadamente 400 000 personas con una reivindicación de su gestión que sería denostada horas después por el nuevo presidente en la Asamblea Legislativa. Nunca en 36 años se había convocado una despedida masiva para un gobierno que se iba. Alfonsín se fue antes de tiempo, Menem se fue sin aplauso, De la Rúa, en helicóptero, dejando más de treinta muertos en todo el país, Néstor Kirchner se fue sin despedida porque quedaba su sucesora que estaría ocho años y que sería reelegida en 2011 con el 54% (el porcentaje más alto en una elección presidencial después de Perón tanto en 1951 como en 1973, en ambas elecciones tuvo el 62%).