construir semblanzas de los comienzos. Inicios de época de estos 36 años y no necesariamente de gobiernos. La unidad de análisis principal: el discurso frente a la Asamblea Legislativa, el acto de presentación de un presidente recién juramentado frente a la sociedad. Por otro lado, sus contextos y dilemas. No todos los gobiernos, solo los comienzos de gobiernos que marcaron el fin de un ciclo y el comienzo de otro. El primer ciclo alfonsinista de 1983 a 1989, el ciclo menemista que duró diez años, hasta 1999, el corto ciclo de la Alianza con De La Rúa, hasta la explosión de diciembre de 2001, el ciclo kirchnerista –el más largo de todos– desde 2003 hasta 2015, y el corto y trunco ciclo de Cambiemos, que se imaginaba por lo menos para dos periodos. Para finalizar, un retrato del comienzo del Gobierno de Alberto Fernández y Cristina Fernández, con los desafíos que se están afrontando y se deberán afrontar, detallados en el potente discurso de inicio, los lineamientos de sus primeras medidas y el súbito cambio de escenario marcado por la pandemia del coronavirus.
Raúl Alfonsín (1983-1989)
La república sin excesos en el país minado
El 30 de octubre de 1983 se realizaron las elecciones presidenciales que darían un cierre institucional a los siete años y medio de una dictadura que supo diferenciarse de las que había vivido la Argentina durante el siglo xx. El legado que le dejaban al futuro Gobierno democrático consistía, entre otras cosas, en miles de muertos y desaparecidos, destrucción de parte del aparato industrial del país que se había ido cimentando desde la década de los treinta y, sobre todo, desde el primer peronismo, concentración del capital en grandes grupos económicos nacionales y extranjeros, aumento sustancial de la pobreza y la indigencia y una deuda externa que se había cuadruplicado en menos de ocho años, convirtiéndose en una espada sobre el cuello del Gobierno democrático que se iniciaba. Todo esto plantearía enormes desafíos, pero principalmente enormes condicionamientos, para el futuro Gobierno, para no fracasar y frustrar rápidamente las expectativas de vivir en democracia plena, pero también de retomar, después de una década de estancamiento, crecimiento económico junto con reparación social.
Los condicionamientos que debería afrontar la frágil primera experiencia democrática post dictadura habían sido anunciados con total impunidad por Juan Alemann, quien fuera secretario de Hacienda de José Alfredo Martínez de Hoz, ministro de Economía de los cinco primeros años de la dictadura. Había declarado poco antes de asumir Alfonsín: “El próximo gobierno estará inhibido de actuar porque recibirá un país minado”.
La imagen tan potente del país minado, por sus problemas estructurales, pero sobre todo por otros nuevos problemas que se legaban.
La democracia se nos aparecía sitiada por sus poderes fácticos, tanto empresarios y militares como acreedores externos. Este primer comienzo, de claro espíritu reformista y confrontativo con el pasado dictatorial, estuvo marcado por esos límites. La transición democrática argentina se planteó mucho más rupturista que las de los otros países del Cono Sur que iban reconquistando sus democracias entre los mismos años.
El 30 de octubre de 1983, el peronismo perdió por primera vez en su historia una elección limpia, sin proscripción alguna. En esta elección se produjo una primera “sorpresa” de las tantas que se sucedieron en estos casi cuarenta años, en el sentido que su resultado no fue el que previó toda la marea de comunicadores y encuestadores ni fue lo que esperaba la mayoría de la población, que entendía que el peronismo, sin trampas, era imbatible en las urnas.
Este primer comienzo, además de tener su sorpresa electoral contundente –la UCR ganó por más de 11 puntos: 51,75% a 40,15%–, atesora el ranking del mayor nivel de movilización popular conocida desde la transición democrática nunca superada hasta el día de hoy: 600 000 personas asistieron a la 9 de Julio el 26 de octubre de 1983 al cierre de campaña de Alfonsín y entre 800 000 y un millón concurrieron el 28 de octubre al mismo sitio al cierre de campaña de Ítalo Luder, candidato del peronismo. En estos 36 años de democracia hubo decenas de movilizaciones que superaron las 100 000 personas, pero solo algunas rozaron de cerca el medio millón de personas.
El camino a este primer comienzo se concretó el 10 de diciembre, día elegido por el equipo de Alfonsín por su coincidencia con el Día Internacional de los Derechos Humanos, declarado por la ONU en 1948 como un intento de poner un “Nunca más” a los crímenes cometidos durante la Segunda Guerra Mundial. La elección del día de asunción es parte de una metódica y muy profesional construcción de la campaña y de la marca Alfonsín a partir del éxito en la construcción de un relato que nos decía a los argentinos y argentinas que lo que había que dejar atrás no era solo la dictadura sino también el peronismo.
Más allá de la construcción del relato hábil y exitoso, la campaña de Alfonsín pegó un salto en la historia de la profesionalización de la política y de las campañas electorales: fue la primera que usó signos además de las consignas, textos y fotos que eran los únicos insumos de las campañas tradicionales. El uso de las dos letras “RA”, que significaban tanto Raúl Alfonsín como República Argentina, marcaba también una nueva era en donde las campañas dejaban de ser solo mostrar el candidato y sus propuestas, sino que implicaban un trabajo minucioso y estudiado sobre el sentido común de los votantes. Acá encontramos un antecedente que se vuelve necesario para pensar a Cambiemos. La campaña publicitaria de Alfonsín la condujo David Ratto, un publicista con premios internacionales que ideó la primera campaña profesional para una elección presidencial en Argentina. A David Ratto –de familia radical– le costaba mucho convencer a Alfonsín, un político tradicional, de impostar ciertos gestos. Más de tres décadas después, con la centralidad que fue adquiriendo el marketing político en las campañas y el diseño de cada movimiento, no habrá un gesto, palabra, emoción que no sea estrictamente guionada en los principales dirigentes de Cambiemos, como así también en algunos de la oposición.
La larga, intensa, pero al mismo tiempo veloz década de los setenta, emblematizada y reconstruida por el equipo de campaña de Alfonsín como una década de muerte y enfrentamientos, no arrancaba –en el imaginario que intentaría imponer el alfonsinismo– el 24 de marzo de 1976, día del último golpe militar, sino en todo caso en el retorno del peronismo el 25 de mayo de 1973. El 24 de marzo, como fecha de quiebre en la historia argentina y puesta en el calendario de las efemérides y feriados, vendría mucho después.
Acá estamos frente a una pintura sencilla, pero muy efectiva, como reconstrucción de ese pasado reciente. La etapa que se inició con el retorno del peronismo al poder en 1973 y que terminó con la recuperación democrática de 1983 fue, en su conjunto, una etapa signada por el desgobierno, la muerte, los enfrentamientos tanto al interior del peronismo al principio, como entre militares y guerrilleros tanto peronistas como de izquierda revolucionaria antes y durante la etapa dictatorial. Esta periodización exitosa logró que, para buena parte de la población, lo que había que superar no era solo el lastre de la dictadura, sino también el lastre del peronismo, sobre todo del último peronismo, el de Isabel Perón, el movimiento en desbandada después de la muerte de su líder Juan Domingo Perón el 1° de julio de 1974. La violencia que había asolado la Argentina, en la imagen muy bien reconstruida y articulada por la campaña alfonsinista, era al mismo tiempo violencia militar y violencia guerrillera. Dentro de esta última, era violencia peronista en particular por sus disputas entre la izquierda y la derecha del movimiento fundado por Juan Domingo Perón.
La denuncia del candidato Alfonsín, producida seis meses antes de las elecciones, del pacto “sindical-militar”, basado en conversaciones entre un ex ministro de Trabajo de Jorge Rafael Videla y ministro del Interior de Roberto Viola con algunos dirigentes de la CGT, terminarían siendo una estrategia de campaña tremendamente efectiva para impedir que esos dos pasados (último gobierno peronista y dictadura militar) se desconectaran. La afirmación del candidato a presidente por el peronismo de que en un futuro gobierno peronista no habría juicios por los crímenes cometidos por los militares y que se respetaría la Ley de Autoamnistía, que los mismos militares habían promulgado un mes antes de las elecciones para garantizarse impunidad, le dieron fuerza a la sospecha de un acuerdo de la dirigencia del justicialismo con la cúpula militar en el último tramo de la campaña.
Una vez puesto en el ring de la campaña ese último