Guillermo Levy

La caída


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calle. La sensación de “caída” de lo social se articuló con un lento derrumbe del Gobierno nacional. De alguna manera, esa desconexión que el macrismo pensó e imaginó entre la política (“Déjennos a nosotros que sabemos qué hacer y ustedes hagan sus vidas”) y los ciudadanos y ciudadanas nunca se dio. Nadie delegó la política en una elite meritocrática que se aferraba en un saber singular para cambiar el país, ni el macrismo provocó las condiciones para afirmarse como dicha elite. Sucedió todo lo contrario: los embargó la improvisación.

      El destino individual, familiar y colectivo en la Argentina todavía se piensa vinculado al Estado y a la política. Esa “desconexión” buscada o imaginada nunca se produjo, y menos en momentos de crisis donde la referencia continuó siendo la estatalidad y sus políticas.

      El macrismo no se asumió como una clase política estatal, sino una mediación entre sus votantes y un Estado del que desconfiaba (inclusive, al que le atribuía zonas turbias e infranqueables). Representó los apetitos individuales de reducir al máximo sus capacidades para obtener algunas ventajas (fiscales, tributarias, económicas), pensándose más como afectados económicos (homo economicus) que como gobernantes que debían perseguir el bien común.

      El derrumbe del macrismo implicó muchos colapsos al mismo tiempo: el de un gobierno como sistema de alianzas; el de una mirada sobre la economía y el poder; el de las expectativas económicas de los ciudadanos y ciudadanas; y el de una perspectiva sobre el individuo y sobre su capacidad empresarial o económica. Un colapso de múltiples dimensiones al cual se suma su escaso conocimiento de los ritmos históricos y económicos de la Argentina. Una elite política que, si bien garantizó rentabilidades económicas a algunos grupos empresariales y financieros locales y extranjeros, a otros, como los compradores de bonos o a muchos empresarios locales, les hizo perder mucho dinero. No pudo constituirse en la conducción de un nuevo bloque de poder que aspirara a perdurar.

      Su apoyo total al libre mercado, en un contexto de guerra comercial de los Estados Unidos y China, del Brexit y de procesos que aspiraban a limitar el optimismo neoliberal, puso al macrismo –a partir de una lectura rápida y simple sobre el movimiento del capitalismo actual– a contramano de los cursos de acción de la economía global actual. La adscripción por el libre mercado no le trajo tantos beneficios como imaginó: en un mundo inestable y convulsionado no abundaban las inversiones productivas y existían demasiados mercados para la inversión, muchos más que hace unas décadas. El Gobierno de Frondizi (1958-1962), al que Macri varias veces puso como referencia, podría ser un antecedente de un desarrollismo que había apostado por la inversión del capital extranjero y la alianza estratégica con los Estados Unidos. Pero, entre la década de los sesenta y la actualidad, la lógica del capitalismo argentino y mundial se han modificado sustancialmente

      La política de “insertarse al mundo” alineándose a la geopolítica norteamericana ni siquiera logró los beneficios obtenidos en los primeros años de Menem. El ex presidente peronista consiguió por lo menos el retorno de capitales fugados, refinanciar la deuda, lograr años de crecimiento y disciplinar para siempre el peso de las Fuerzas Armadas en la política argentina. Macri solo fue apoyado por Trump en relación con la deuda externa. Le costó grandes batallas conseguir vender los limones tucumanos al mercado norteamericano y sufrió restricciones a la exportación de acero. Una relación de amor muy desigual. Estados Unidos le garantizó a la Argentina un surtidor de dólares del FMI y nada más.

      Esos lineamientos banales de individualismo, sumisión total a la geopolítica norteamericana y reingreso al mundo globalizado a como diera lugar ya estaban a contramano de muchas de las tendencias en el mundo capitalista de ese entonces. A futuro, la construcción de una coalición que quiera imponer esa mirada está en las peores condiciones en casi cien años. A partir de la crisis desatada con la pandemia del coronavirus y la perspectiva de muerte generalizada, la revalorización del papel del Estado, de un sistema de salud sólido y la visibilización del antagonismo entre el privilegio de la rentabilidad y la vida misma hacen mucho más difícil cualquier construcción política que quiera basarse en el mantra ideológico del neoliberalismo, individualismo y conducción empresaria de los destinos de la nación.

      Macri entró a la política como empresario, como presidente de un club de fútbol, como alcalde. Todos gobiernos exitosos. Colisionó, paradojalmente, cuando debía gobernar la nación, no una parte de la misma, sino la nación. Como si en Cambiemos la marca de lo nacional fuera una suerte de desajuste y contrariedad.

      Es un fenómeno interesante. El macrismo pretendió asociar austeridad severa y construcción de un ciudadano racional, que entendiera la crisis y las maneras del voto. Pretendió conjurar las promesas populistas, achicar el consumo –fuente de inspiración de cualquier individualismo– y, además, apostó a que resurgiera un individuo tan racional que pudiera poner en entredicho su materialidad para abrazar un futuro incierto y un lejano paraíso social.

      La derrota en manos del peronismo indica los fracasos del Gobierno de Juntos por el Cambio y también de un conjunto de miradas sobre la Argentina, su economía y los flujos imaginarios que organizan la vida ciudadana. Las elecciones primarias del 11 de agosto de 2019 construyeron un escenario paradojal. Alberto Fernández comenzó a pensarse y a intervenir como presidente electo y Macri se lanzó al territorio dejando la Casa Rosada al propio ritmo burocrático. La campaña del #SíSePuede buscó resituar la discursividad del ahora Juntos por el Cambio. A la lucha contra el kirchnerismo se sumó una simbología nacional o un tímido intento de unanimismo planteando que en esas marchas se encontraba el país. Un “populismo tardío”, como lo bautizó Jorge Asís.

      El peronismo volvió al poder recogiendo entre sus propuestas el termómetro de lo social que dejó el macrismo. La emocionalidad peronista y su tratamiento del padecimiento y del dolor no parecen superados por otras opciones políticas. El macrismo fue un gobierno antihumanista y de una escasa sensibilidad por los otros. Esa imagen, en el marco de la crisis mundial explotada a los pocos meses de asumir el nuevo Gobierno del Frente de Todos con su enorme impacto local, hace que el relato que se va construyendo día a día sobre su legado le dificulte cada vez más el retorno al triunfo electoral, al menos desde esa misma plataforma.

      En el derrumbe aparecen dos cosas: lo que sucedió y la mirada de los funcionarios que veían caer el Gobierno y apagarse su estrella. Este es un libro que se pregunta por las condiciones económicas, políticas y culturales que facilitaron su fracaso; por las corrientes de opinión que persisten en la sociedad argentina y que limitan las experiencias o propuestas neoliberales. También invita a pensar los condicionantes que el derrotado Gobierno de Macri le plantea al peronismo y cómo este se tendrá que ir redefiniendo. La experiencia fallida del macrismo no saca de escena a un universo de identidades que se coagulan en el antiperonismo y la derecha, sino que su “falla” puede articular espacios políticos y apuestas que presionen sobre un gobierno que recibe las resonancias y los escombros de su fracaso sumado a las enormes consecuencias de la crisis internacional de comienzos de 2020. El aliciente para el Gobierno de Alberto Fernández, en el camino de escombros que es la Argentina en el 2020, está solo en el nuevo e inesperado clima de época: el Estado, lo público y la solidaridad, valores esgrimidos por el nuevo Gobierno en contraposición al que fue derrotado en las urnas, se vuelven repentinamente casi vitales en el mundo, que las implora a gritos como único modo de no perecer.

      Este libro combina análisis político, sociológico y económico para entender en su multidimensionalidad el fracaso de la experiencia Cambiemos/Juntos por el Cambio y ser un aporte más para comprender la etapa que nos toca vivir en el país.

      Alberto Fernández inició y finalizó su discurso frente a la Asamblea Legislativa 2019 recordando a la misma persona: Raúl Alfonsín. Mencionó al empezar al primer presidente de la recuperación democrática y terminó su alocución recogiendo su utopía trunca para volverla propia: “Con la democracia se come, se cura y se educa”. La reivindicación del intento reformista del primer Gobierno desde la recuperación democrática de 1983 estuvo en el marco del aniversario a cumplir cuando termine el mandato de Alberto Fernández en el 2023: cuarenta años de recuperada la democracia. Alberto Fernández puso la vara muy alta: propuso el balance de su