Oriol Fontdevila

El arte de la mediación


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no aceptó tampoco la posibilidad de que el conocimiento se pudiera obtener de un modo directo e inmediato. Aun abstrayendo la Cosa-en-sí, el sujeto Romántico se seguía concibiendo escindido de la realidad, por lo que, para este pensador, el sujeto no podía prescindir de la mediación para relacionarse con el mundo, e incluso a la hora de tratar de alcanzar el ideal de recomponer la unidad originaria.

      De esta combinación resulta en Hegel una derivación de la Cosa-en-sí en tanto que forma pura del pensamiento –como una “Cosa-de-Pensamiento”, tal y como ha deducido al respecto Slavoj Žižek. Ya que si existe la posibilidad de alcanzar el absoluto, esta ya no se va a encontrar en la infinidad de lo real (la Cosa-en-sí que recorre por detrás de las apariencias) sino que esto va a ser gracias a la finitud de lo ideal; esto es, el obrar del espíritu, el pensamiento73.

      Según lo expone Hegel, no hay nada en el más allá de los fenómenos, sino que, en todo caso, el “plus de objetividad” que Kant atribuía a la Cosa-en-sí se encuentra en el más acá74. La verdad no se descubre en el revés de las apariencias, sino que, según Hegel, la verdad se encuentra por medio de la introducción de un giro reflexivo en el mundo tal y como se da en su apariencia, el cual puede realizarse solo a través del pensamiento. La verdad no está, por lo tanto, en la mismidad de la cosa, sino en el pliegue reflexivo que la razón humana es capaz de introducir en la realidad. En este sentido, según Hegel, la verdad es una experiencia de pura negatividad frente a la apariencia del mundo, la cual, asimismo, solamente se puede alcanzar por vía de un proceso continuo de diferenciación, y en el cual la mediación juega un papel terminante.

      La mediación, según Hegel, es lo que permite a las cosas un “llegar a ser otro”. A través de esta, la identidad se resuelve como un todo dinámico que es parte de un proceso dialéctico de mayor alcance. Según este filósofo, solamente al final de la dialéctica se puede alcanzar la verdad absoluta, la cual Hegel considera que puede existir definitivamente de un modo separado de todo lo demás y, por lo tanto, en tanto que algo –nuevamente– inmediato. Sin embargo, ya no se trata de la inmediatez indeterminada de lo idéntico con que aparece la realidad no-mediada, sino que al final de la mediación se encuentra la promesa de una inmediatez determinada, vale decir, diferenciada. Por lo que, según Hegel, “el concepto absoluto tiene dentro de sí mismo la mediación”75, entendiéndose por mediación “no otra cosa que la igualdad a sí misma moviéndose, […] la reflexión hacia dentro de sí misma […], la pura negatividad o el simple devenir”76.

      Tal y como ha apuntado María J. Binetti, la contribución de Hegel inauguró definitivamente la “época de la mediación”77, en tanto que puso las bases de la filosofía especulativa contemporánea. La época de la mediación ha alcanzado nuestros días por vía de la filosofía de Søren Kierkegaard y de Deleuze: tal y como había ocurrido con Hegel, con estos dos filósofos tampoco se encuentra un sustrato ontológico de las cosas, un sí mismo que sea previo a la acción de la mediación. Según Binetti, todos estos pensadores coinciden en entender por mediación “el dinamismo diferencial propio de la identidad y enajenante de la misma, un movimiento que contradice lo uno en el mismo instante en que lo afirma”. Así pues, con la mediación, “todo contenido fijo y aislado se reduplica en su otro, las cosas se superan en su propia contradicción y lo absoluto desciende, finalmente, a la relatividad del mundo”78.

      En lo que se refiere al arte, este también juega un papel decisivo en la aventura de la mediación orientada a la inmediación que promueve Hegel. Se puede decir que, en este proceso, el arte aparece como uno de los más potentes agentes de mediación para conducir la acción trascendental del espíritu hasta alcanzar la autoconsciencia. Para Schlegel, el crítico literario y poeta que desarrolló exponencialmente las implicaciones estéticas del pensamiento de Hegel, “la obra de arte es un momento del medio absoluto de la reflexión”79. De este modo, el arte puede aparecer en tanto que “mediación con el infinito”, mientras que “un mediador” es, según Schlegel, “aquel que percibe en su interior lo divino y se sacrifica, aniquilándose a sí mismo, para predicar, comunicar y exponer lo divino a la humanidad […]. La vida superior del ser humano en su totalidad consiste en la actividad de mediar y ser mediado, y cada artista ejerce de mediador para los demás”80.

      Evidentemente, ni Hegel ni Schlegel se llegaron a cuestionar el estatus autónomo que el pensamiento kantiano confirió al arte. Contrariamente, ambos entendieron la autonomía como un prerrequisito para el establecimiento del arte en tanto que mediador de lo infinito. Ahora bien, no por esta razón Hegel o Schlegel pensaron la autonomía como algo que venga dado o como un estatus definitivo del arte, sino que esta se concibió inserta en el proceso dialéctico que sigue el espíritu hacia la autoconsciencia.

      Según estos filósofos, el efecto de inmediación que se identifica con la autonomía solamente se puede conseguir a través de la mediación. Schlegel entendió el mismo arte como una “mediación de la inmediatez”, o bien, lo que es lo mismo, como “una mediación a través de inmediateces”81. Mientras que, a diferencia de la autonomía que Kant afirmó en términos absolutos, con Hegel se redefinió la autonomía en clave negativa y en tanto que eslabón de un proceso incesante de diferenciación –por lo que, extrañamente, en esta ocasión se podría llegar a trazar un símil entre la autonomía según Hegel y el white cube del arte moderno–. Cuando Hegel inauguró la llamada “época de la mediación”, por supuesto no abogaba por un retorno hacia mediaciones contingentes como las que podían acarrear la mímesis o el ornamento. Pero, a la vez, se puede establecer que este filósofo dejó la puerta abierta para que, en un futuro no muy lejano, se pudiera entrar a cuestionar el vínculo entre el impulso del arte hacia la diferenciación y la cuestión de la autonomía.

      EL PUENTE QUE SOSTIENE LOS EXTREMOS

      Viajamos ahora prácticamente ciento cincuenta años adelante. Nos encontramos en mayo de 1969, aún en Alemania, momento en el que la popularidad de Theodor Adorno entre la llamada Nueva Izquierda alemana se torció súbitamente.

      Siendo entonces el director del Instituto de Investigación Social de Frankfurt, este filósofo no intercedió a favor de los activistas de la Federación Alemana de Estudiantes (SDS) que habían ocupado dicha institución cuando la policía procedió a desalojarlos.

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