sido solicitado por el propio inspector Catena y viene informado favorablemente por el comisario jefe de San Sebastián y por el delegado del Gobierno en el País Vasco. Se trata de un funcionario con una impecable hoja de servicios, que ha participado de forma destacada en la desarticulación de varios comandos terroristas, y que en los últimos dos meses ha tenido tres atentados, frustrados por fortuna: dos bombas lapa en el coche y un paquete explosivo la semana pasada. Por nuestra parte no hay inconveniente en trasladarlo, y sólo depende de su firma.
–Dígame, ¿cómo ha logrado salir de tres atentados? –El director general se había levantado de su escritorio y contemplaba el hermoso Paseo de la Castellana a través de los cristales de la ventana, con los árboles desnudos que le daban al entorno un inequívoco aire invernal.
–Por lo concienzudo que es, y porque ha tenido mucha suerte. Todas las bombas que le han puesto hasta ahora las ha detectado antes de que estallaran.
–Bien, parece que debemos trasladarlo de forma urgente, antes de que su suerte le dé la espalda. ¿Qué posibles destinos hay libres?
–Ya lo hemos comprobado. Hay algunas vacantes, y podría ser trasladado de forma inmediata a Pamplona, Madrid o Tenerife.
–Pues vamos a mandarlo una temporada a descansar a Tenerife, que se lo tiene merecido, ¿no cree?; una temporada lejos del terrorismo, casi de vacaciones. Por favor, ocúpese del traslado de forma urgente, que no lo quiero demorar. ¿Algún otro asunto?
–No, señor. Esta misma mañana completaré los trámites del traslado y esta tarde se los paso a firma, si le parece.
–Perfecto. Hágalo sin demora.
El subdirector general salió dando por concluida la reunión. Al llegar a su propio despacho, llamó a la secretaria por el interfono para pedirle que iniciase los trámites para el traslado urgente del inspector Carlos Catena desde su actual destino, en la comisaría de San Sebastián, a la de Santa Cruz de Tenerife. Luego encendió su ordenador para entrar en Internet y consultar las últimas noticias de las agencias y su propio correo electrónico.
COMISARÍA DE POLICÍA. SAN SEBASTIÁN
El inspector Carlos Catena estaba en su despacho en mangas de camisa. Nada en su aspecto indicaba que pudiese ser un funcionario del Cuerpo Superior de Policía. A sus treinta y cuatro años tenía el pelo relativamente largo, y una poblada y oscura barba le cubría la cara; vestía un pantalón sport beige arrugado y una camisa a cuadritos verdes con las mangas subidas; se había quitado el suéter para soportar la temperatura que la calefacción del edificio mantenía en todas las dependencias, y eso que nunca abría el radiador en su despacho. En la cadera, prendida en un ancho cinturón de cuero con la hebilla tipo vaquero, llevaba la funda de la pistola, pero el arma estaba guardada en un cajón de su escritorio.
Revisaba de forma rutinaria unos informes internos sobre los incidentes de los últimos días en San Sebastián mientras que, como acto involuntario, se daba tironcitos de la barba.
De pronto, se oyeron unos golpecitos en la puerta, que se abrió casi simultáneamente, sin esperar ninguna contestación. En el hueco apareció la bonita cara de Rosa, la sonriente secretaria del comisario.
–Catena, el jefe quiere verte. Cuando puedas.
Resignado, sin contestar, dejó los informes sobre la mesa, cerró el cajón donde reposaba la pistola y salió al pasillo para ver, si llegaba a tiempo, el contoneo de Rosa. El despacho del comisario estaba en el mismo piso, al otro extremo de un pasillo que en aquel momento, aunque no era lo habitual, estaba casi vacío; sólo había un agente de guardia tras una mesita. Se encaminó al despacho del comisario, le dirigió una sonrisa a Rosa al pasar junto a ella y se dirigió hacia la puerta. Llamó con los nudillos y, al oír la invitación desde dentro, abrió y entró en el despacho.
–Pase, Catena. ¿Cómo se encuentra?
–Pues cómo quiere que me encuentre, jefe. Mirando debajo del coche, de la cama y hasta debajo de mi sombra; mirando hacia delante y hacia atrás a la vez, con la sensación de que todo el mundo me está mirando de reojo, y con pesadillas. Pero quitando esas tonterías, muy tranquilo.
–Pues déjese de sarcasmos y siga tranquilo porque ya se ha arreglado. Acabo de recibir un comunicado por correo electrónico de la dirección general diciéndome que le han concedido el traslado inmediato. Los trámites y el papeleo tardarán unos días, pero me han indicado que puede irse ahora mismo. Enhorabuena, Catena.
–¡Coño, jefe, qué buena noticia! ¿Y a dónde es el traslado?
–Ah, sí, que no se lo he dicho. A Tenerife.
Martes, 9 de enero de 2001
AL NORTE DE PARÍS
La segunda parte del viaje le parecía menos monótona. Había dejado de llover y el paisaje mostraba toda una gama de verdes, brillantes y vitales. Era un paisaje que a Iñaki le encantaba. Por las ventanillas del tren desfilaban los pueblecitos, las granjas y manchas de bosquecillos salpicando aquí y allá, todo lo que abarcaba la vista en una campiña de suaves ondulaciones. Decididamente, Francia le gustaba.
A ello posiblemente no era ajeno el hecho de que su madre fuese francesa. Por eso, y por sus frecuentísimas visitas a Francia desde su más tierna infancia, hablaba un francés perfecto, con un suave acento meridional que podía hacerlo pasar por un francés de cualquier parte.
Hasta ahora todo se estaba desarrollando como le había indicado Ingude, incluido el horario de los trenes. En la breve parada que hizo en París para cambiar de tren y coger el que debería llevarlo a Amiens, se le acercó una chica con aire de colegiala que, para su sorpresa, dio la contraseña correctamente, le entregó un sobre de tamaño medio que sacó de su carpeta de estudiante y luego desapareció en la multitud con la misma naturalidad.
En los retretes de la estación abrió el sobre para comprobar que era la documentación de su nueva identidad y destruyó la que había usado hasta entonces. Ahora se llamaba Jean Laval, francés, vecino de Lille, y tenía tarjeta de identidad y carnet de conducir, perfectamente hechos y hasta con su fotografía, y una tarjeta de crédito de Credit Lyonnais también a nombre de Jean Laval. Desde luego, era verdad que la operación estaba planeada hasta en los menores detalles; no podía fallar.
Se fijó en la rúbrica que aparecía en la documentación; tendría que practicarla un poco pero no era especialmente complicada; no le llevaría mucho tiempo firmar como Jean Laval con total naturalidad. Y también tenía que memorizar todos los datos de la nueva identidad, adoptar esa personalidad como si realmente fuese la suya. No tenía ni idea de si el nombre y los datos correspondían a un ciudadano de verdad, ajeno a aquella suplantación, o si era una personalidad totalmente ficticia, pero tampoco le importaba lo más mínimo.
Ahora, mientras que el tren llevaba a Iñaki hacia Amiens, pensaba que aquel mismo viaje debía haber sido una prueba de resistencia en otras épocas, cuando en vez de ir en cómodos y rápidos trenes se viajaba en tartanas incómodas, lentas y sucias. El peso de la misión que había aceptado lo abrumaba. Varias veces la imagen de Itziar, su reproche, pugnaba por invadir su pensamiento, pero logró evitarla. Bueno, repasaría hasta memorizar y asimilar totalmente los datos de su nueva identidad: nombre, fecha de nacimiento, dirección. Nombre, fecha de nacimiento, dirección. Nombre, fecha de nacimiento, dirección.
Al fin alcanzó Amiens, aún lejos de su destino real. Bajó del tren con el equipaje en la mano y preguntó por la estación de autobuses para coger el que habría de llevarlo a su destino aquella misma tarde: Péronne, a unos sesenta kilómetros de distancia.
AEROPUERTO DE MADRID-BARAJAS
Carlos Catena se dirigió casi corriendo a buscar la puerta D-56, la que estaba anunciada para el embarque del vuelo de la compañía Iberia IB-0958 con destino al aeropuerto de Los Rodeos, en Tenerife, porque era casi la hora de embarcar. Desde que el comisario Gaitián le comunicara el día anterior su traslado, apenas había tenido tiempo para nada.
De su casa en San Sebastián no tenía que organizar una mudanza complicada. Nati,