Jesús Mallol

Cuenta atrás desesperada


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los neumáticos traseros, y la documentación en regla en la guantera.

      Iñaki recibió la noticia con cara de alarma. Ingude le había dicho que debería recoger el coche en Péronne, con los explosivos bien ocultos en su interior, pero no le había especificado dónde estaría el escondite.

      –¡Pero eso es un suicidio! La dinamita puede estallar cuando los neumáticos se calienten al rodar.

      –Puede, pero no lo hará. Ya hemos comprobado que el calentamiento no es suficiente para hacer estallar este tipo de explosivo, y va en los neumáticos traseros que se calientan menos que los delanteros, en una envoltura de thinsulate, un tejido aislante muy eficaz, para protegerla aún más. Además, estamos en enero, y ahora el asfalto está muy frío. Otra cosa, para disminuir la fricción con el asfalto los neumáticos van a más presión de la indicada, así que conduzca con mucho cuidado porque tendrá menos adherencia.

      El razonamiento del anciano calmó la aprensión de Iñaki; parecía muy bien pensado y probado. Sin embargo, recordó algunas conversaciones que había oído sobre el increíble olfato de los perros adiestrados para detectar droga y explosivos.

      –¿No lo detectarán los perros de la Policía?

      –También lo hemos tenido en cuenta, y no, no lo detectarán. El paquete está dividido entre las dos ruedas, y en cada rueda van dos trozos como dos salchichas, cada una con tres envoltorios de plástico herméticos y encima la capa de thinsulate. Van dentro de los neumáticos sin cámara, con el aire a presión, pero sin fugas de aire. Para evitar llevar el posible olor del explosivo de un sitio a otro, las personas que manipularon las salchichas son distintas de las que las colocaron en los neumáticos, y distintas a su vez de las que los montaron en el coche.

      «Una vez montado cada neumático, todo el conjunto ha sido lavado con agua con vinagre, lavado todo tres veces, y finalmente abundantemente meado por varios perros para dejar su propio olor; no se extrañe si los perros que encuentre hacen cola ante su coche.

      «Después de eso, hemos comprobado que nuestros propios perros no son capaces de detectar nada, y son muy buenos.

      –¿Pueden afectar las salchichas al equilibrado de las ruedas?

      –Las salchichas están fijadas en el interior, sobre la llanta, para que no se muevan, y los neumáticos han sido equilibrados después de toda la operación.

      Sí, pensó Iñaki. Parece que toda la operación ha sido preparada de la forma más cuidadosa.

      –¿Algo más?

      –Bueno, en caso de tener un pinchazo, no lleve los neumáticos a un taller –recomendó el anciano con una sonrisa.

      –Bien, parece que todo está correcto. ¿De dónde procede el explosivo?

      –Eso no tiene importancia. Buen viaje y buena suerte.

      Y sin añadir ninguna palabra más, el anciano abrió la puerta de la cochera y le indicó a Iñaki con un gesto que podía montar en el coche y llevárselo de allí. Una vez en la estrecha calle, Iñaki se orientó para pasar por el hotel a recoger su equipaje y luego enfiló hacia la salida del pueblo para coger la autopista A 1 en dirección a París.

      –Explique eso, por favor.

      –Sí, señor director. Nuestro servicio de información nos acaba de notificar de contactos entre elementos disidentes en el sur de Francia, que parecen indicar el inicio de alguna acción terrorista de cierta envergadura –explicó con una carpeta abierta en la mano el comisario jefe de Información al director general de la Policía–. Según nuestros analistas, lo más probable es que pueda tratarse de un coche bomba colocado por un comando itinerante, que no necesita una infraestructura estable en el lugar de la acción, porque los comandos operativos los tenemos ahora desarticulados y desmantelados casi en su totalidad.

      «Según nuestros analistas, y creo que tienen base para esto, el golpe podemos esperarlo en cualquier parte del país, pero destacan cinco puntos: el País Vasco, para mantener la tensión en casa y porque es donde tiene un mayor apoyo; Madrid, siempre posible objetivo por ser la capital del Estado; Sevilla, por ser la sede de la próxima reunión de los ministros de Hacienda de los países de la Unión Europea; alguna estación de esquí del Pirineo, por la concurrencia de políticos y miembros de la familia real que hay durante todo este mes; y, desde hace algún tiempo, tampoco descartan algún golpe en las Canarias, que hasta ahora se habían considerado fuera de la amenaza terrorista.

      –¿En qué lugar de Canarias creen sus sabios que es más factible el golpe, comisario?

      –En principio, aunque no descartan a ninguna de las demás islas, en alguna de las dos principales, Gran Canaria y Tenerife. Pero se inclinan por Tenerife.

      –¡Coño, comisario! ¿Queda algo seguro en el país? Se supone que no estamos solamente para intentar averiguar dónde nos van a pegar la siguiente bofetada y luego llorar a las víctimas, sino para evitarlo y llevar a los culpables a los tribunales.

      –Ya lo sé. Si pudiésemos realizar alguna operación preventiva, lo podríamos hacer porque tenemos casi toda la información necesaria para iniciarla y…

      –No se le ocurra ni mencionarlo, comisario. Después de la chapuza de los GAL, ese tipo de opciones están totalmente desautorizadas; no sólo fallaron ellos, sino que nos cerraron cualquier posibilidad para el futuro. ¡Menuda cagada!

      –Pues usted dirá qué es lo que podemos hacer.

      El director se levantó de su sillón y paseó por la habitación de forma nerviosa, sin contemplar la magnífica marina que colgaba de la pared tras su escritorio, aunque los ojos parecían apuntar en aquella dirección. Después de tres paseos frente a su interlocutor, se paró para contestar la pregunta que le había lanzado el comisario jefe de información.

      –Sólo podemos hacer lo único que podemos hacer –sentenció–. Circule esa información a la Guardia Civil, delegaciones del Gobierno, Ministerio de Defensa y Policías Autónomas para que adopten todas las medidas que estimen oportunas, y a las comisarías de las ciudades con más probabilidades, para que se pongan en alerta; yo informaré al ministro.

      Carlos Catena se despertó sobresaltado cuando sonó el teléfono situado en la mesilla de noche, muy cerca de su cabeza. La noche anterior, cuando decidió retirarse a su habitación y tomarse una copa en el mini bar, viendo la televisión, había indicado en recepción que lo despertaran a las ocho de la mañana. Esa era la llamada que lo había sacado del plácido sueño en el que se encontraba.

      Miró el reloj de forma rutinaria para comprobar la hora y vio que marcaba las nueve. ¿Cómo es posible que en este hotel no lo llamen a uno cuando lo pide?, pensó. Se dirigió al baño para darse una ducha y bajar a desayunar.

      Como había salido de su anterior destino en la comisaría de San Sebastián de una forma tan repentina, no le habían dicho cuándo debería incorporarse a la de Santa Cruz de Tenerife, por lo que decidió que lo más correcto sería presentarse inmediatamente al comisario y que él se lo dijera. A lo mejor, pensó divertido, aquí no saben que me han mandado para acá.

      Al mirarse en el espejo decidió que era el momento perfecto para cambiar de aspecto. Hacía tres años que se había dejado crecer la barba, porque en el País Vasco un barbudo pasaba más desapercibido, pero era algo que en realidad nunca le había entusiasmado. Con la determinación ya tomada, llamó por teléfono a recepción y pidió que le subieran a la habitación jabón, una brocha y una maquinilla de afeitar, y cuando salió de la habitación, parecía otra persona bastante más joven que la que se había acostado la noche anterior.

      No dejó de mirarse de reojo en el espejo del ascensor mientras bajaba, como intentando acostumbrarse a la cara de aquel extraño de aire familiar que, a su vez, lo observaba desde el espejo.

      En la recepción enrojeció como un colegial cuando, al preguntar al recepcionista por la confusión