la juventud, que es un divino tesoro.
La casa del doctor Rivas era un bonito y sólido chalet de dos plantas, en cuya planta baja Samuel pensaba instalar un día una gran consulta particular. El jardín delantero era una poesía floral, gracias a la total dedicación de Sabina, su mujer, con muchas plantas y flores como las de casa de Julia. Fue esto precisamente, una buena señal para ella, que la relajó del nerviosismo acumulado durante tan ajetreado viaje.
La esposa estaba allí en el jardín, podando, y lo dejó de inmediato para correr a abrazar a su sobrina, a quien veía por segunda vez en la vida. Al verla, Julia se echó cansadamente en sus brazos, agradecida de tener una familia tan estupenda. En sus adentros agradeció el fin de la peripecia vivida en la viña de Pedro Gonzales.
Desde su llegada, la esposa del doctor la hizo sentir que esta también era una casa como la suya, llena de alegría y cariño. Cuando la condujo a la habitación que le había dispuesto en una esquina de la segunda planta, con vistas al jardín y a la montaña, Julia, nada más entrar, percibió que era un hogar auténtico, con ese calor tan necesario para sentirse a gusto en un sitio desconocido. Cada detalle de la ropa de cama y de las cortinas y alfombras había sido pensado para agradar, y eso fue lo que consiguió, que Julia se sentara en la cama, respirara hondamente y se sintiera inundada de bienestar.
Después de almorzar, Julia acompañó a su tío Samuel al hospital para comprobar que Nicolás estaba siendo atendido de acuerdo con las expresas instrucciones médicas. El enfermo estaba en una habitación del pabellón de residentes, donde Julia le encontró bebiendo una humeante sopa de verduras.
—Lástima que aquí no sirvan chicha —dijo alegremente Nicolás—, pero por lo demás, todo es perfecto.
Se levantó de la mesita pegada a la ventana y abrazó a su hija y a su hermano, de forma que ambos tuvieron que volver a sentarse para no provocarle un episodio de alteración emocional aguda.
—¡Casi no recuerdo nada del viaje! —exclamó extrañado el paciente.
—Es que te dieron unas gotitas misteriosas que evitan los caminos largos y fatigosos —le respondió Samuel, pasando la mano por la frente de su hermano menor.
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