José HVV Sáez

Cinco puertas al infierno


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y a mí me daba por hablar y hablar. De repente…

      —Pero, ¿qué te pasa, gallo? ¿A dónde vai? —le amonestó Luis Ignacio.

      —La orquesta está tocando buena música, ¿oi? Ella estará feliz bailando como un trompo. Es que ya no quiero seguir hablando de Julia… Cambió del cielo a la tierra, ya todo le daba igual, galla egoísta, ni siquiera se dio cuenta de que yo la quería como amiga para siempre. Aunque estaba rarilla entonces, yo soñaba con que fuese ella la que me descartuchara, aquí mismo estuvimos los dos tendidos en el pasto, pero al final parece que va a tener que ser con la chica de la kermesse, si es que la vuelvo a encontrar. ¡Uff! Qué frío, gallo, se está nublando mucho… Mira qué goterones están cayendo.

      —Hora de irse pa’ la casa, Segundo; no, más mejor, metámonos en el cobertizo hasta que escampe un poco. Supongo que los navegantes habrán hundido el bote para poder tocarle el poto a la prima debajo del agua.

      —Si a lo mejor le gusta y todo. Tenemos que esperar, ya se largó a llover de firme. ¡Oye, Luisigna!, ¿no te conté lo de la niña esa?

      Y sin esperar respuesta, Pedrito se sentó en una silla de pino para relatar con gran orgullo lo que le había sucedido durante la gran kermesse del final del colegio en la ciudad, cuando alguien a quien él no conocía de nada le presentó a una hermosa y desconocida morena, cuyo negro color de pelo coincidía plenamente con el de sus grandes ojos, de penetrante e inquisitiva mirada. Aunque al comienzo a ella no la considerara más allá de un oportuno pasatiempo de fiesta juvenil, o sea un pinchazo, su buena conversación, amén de su gracia bailando, provocó en el chico la poderosa llamada de la selva. Desde ese momento la intentó monopolizar, cosa que no fue nada difícil, porque ella no parecía depender de ninguno de los invitados ni tampoco la habían traído sus amigos de la hermandad.

      —Regalito del cielo pa uno que es tan choro —le había dicho a su amigo Mauri, pavoneándose con ella delante suyo.

      A partir de ahí, el adolescente ya no tuvo ojos sino para ella durante toda la noche. Cada vez que el muchacho posaba sus ojos degollados en ella, la joven, abusando de sus numerosos encantos, se mostraba deseable y esquiva. Tenía un porte fenomenal, caminaba muy erguida y con mucho estilo, vestía ropa que parecía de estreno y se pintaba poco, lo suficiente para disminuir sus tupidas cejas y con un maquillaje suave y juvenil que resaltaba su juventud. Sus modales, aunque algo poseros y alambicados, parecían el resultado de una educación concienzuda por parte de sus padres.

      Daba la impresión de que ella hubiera estado buscando a Pedrito, porque en cuanto lo vio, se abalanzó literalmente sobre él, como si ya lo conociera. Tenía la intención clara de adoptarlo para siempre. Parecía como si la mano del destino la hubiera empujado para cruzarse en el camino del chiquillo, tan abandonado, perplejo y púber.

      —¿Te gusta bailar?, me dijo sin conocerme, imagínate, gallo, qué increíble invitación. Empezamos a bailar de inmediato en la parte de atrás de la sala y, después de unos cuantos bailes, ella se dejó apretar sin protestar y cuando se me puso como un palitroque, tuve que apartarme por la vergüenza que me dio, pero ella ni fu ni fa.

      —¡Cuenta, cuenta! —le exigió Luisigna con gran agitación al entusiasmado Pedrito, mientras la fuerte lluvia tamborileaba sobre el techo de lata.

      Embalado, Pedro Segundo relató a su amigo que, cuando la concurrida kermesse se empezó a diluir en la noche, él, con la cabeza llena de clery, empezó a buscar a la chica para ofrecerse de acompañante camino a su casa con la aviesa intención de atracarla a fondo en la primera oscuridad cómplice. Inútil intento, su búsqueda fue infructuosa tras haber recorrido todo el local, el desolado muchacho comprobó que se la había tragado la tierra, nadie la había visto y como no la conocían, nadie pudo darle ningún tipo de indicaciones. Con los sentidos recalentados, Pedro Segundo había regresado a su casa lo mejor que pudo, para dormir la terrible mona que por primera vez en su vida le había caído sobre sus juveniles espaldas.

      —Bueno, ¿qué te ha parecido mi aventura con la misteriosa chica de la kermesse? —le interrogó ansioso Pedrito a su amiguete al acabar su relato erótico.

      —Penca, misteriosa, pero penca —repuso Luisigna.

      Pero el mozo ya no le hacía caso, lleno de rencor empezó de nuevo a hablarle a su amigo de sus desventuras y sus circunstancias con Julita. Luisigna lo notó muy desquiciado mientras se explayaba gesticulando con fuerza.

      —Y mírala hoy a la mosquita muerta, ¡qué poquito tardó en casarse con mi padre! ¡Tres semanitas! Y al tiro pasó a sentirse el hoyo del queque. ¿Qué le habrá visto él a esa tonta, que ni se ríe, ni habla, pálida como una pantruca? Nunca lo voy a entender… ¿Para qué crestas habré parado esa estúpida ambulancia el año pasado? Nada de esto habría ocurrido, ahora yo estaría con papá como siempre, él con su viña y yo en la escuela… y todos tan contentos. Y esta galla nunca hubiera entrado en nuestras vidas. Todo por culpa de la pata de Jacinto, ¿no te parece?

      —Es que Julia y tú no… —Luisigna intentó cortarle el triste parlamento, pero el chico no escuchaba. Y siguió parloteando.

      —Cuando papá me contó que se casaban, se me desmoronó el mundo, ¿cachai güevon? Ella era casi una amiga íntima para mí, tenía planes para ella, pero de la noche a la mañana lo he perdido todo, mis cosas, la casa, mi jardín, todo. Y, por si fuera poco, esta mañana en la iglesia, ella me ha mandado a presenciar su casorio desde la primera fila amenazándome con enfadarse: mira, Pedrito, me dijo, deseo de todo corazón que tu padre sea muy feliz, por eso quiero que tú te sientes donde él te pueda ver perfectamente, ¿entiendes? Y para el banquete quiero que estés en nuestra mesa.

      »Y encima, me pegué un susto que casi me recago esta mañana cuando se cayó la maldita iglesia encima de todos los güevones que rezaban a gritos. Suerte que mi papá se salvó y que el padre Carmelo me sacó pal patio de los naranjos. Si no, ahí no má me hubiera caído tieso. Y por si fuera poco, esta fiestoca que parece un funeral, todos de negro y hablando bajito. Con la comida culiá que me sirvieron y el vino tan malo, seguro que pronto voy a guitriarlo too. Una vida de perros, yo te digo, Cano, no sabes cuánto te envidio a veces, pobre animalito. Así quieren que sea yo, un perrito obediente y calladito.

      —Bueno, ya es muy tarde, Segu, hay que plegar velas, voy al rescate de la primita, hasta luego. Luego me terminas de contar. Te diré que la historia parece muy tierna, pero es sumamente aburrida, gallo. Se supone que no debo intervenir, pero me parece mucho más prometedora y más erótica la historia de la kermesse esa, lástima que no pasó en el verano. Bueno, ahora voy a fijarme un poco más en Julia, voy a ver si la saco a bailar… ¿No te importará que tontee un poco con tu nueva mamita? —le gritó al alejarse y estalló en estruendosas carcajadas.

      Pedro Segundo le lanzó todos los guijarros que pilló a mano y mandó a Cano tras suyo para que le mordiera las piernas.

      Ya había escampado bastante y Pedro Segundo quiso correr a su casa, pero en ese momento todo el estómago se le volvió hacia afuera y tuvo que echarse al río para limpiarse. Cuando entró a su jardín, ya había oscurecido y la poca gente que quedaba estaba congregada dentro de casa y en el porche.

      Sin que nadie lo notase, el joven se deslizó hasta su pieza y se desplomó en la cama, invadido por el desaliento, hundiéndose en seguida en amargas reflexiones: no viviré aquí ni un minuto más con ella en esta casa, no lo podría soportar, así que me iré lejos, a mí ya nadie me toma en cuenta. ¿Dónde está mi cuaderno de veraneo? Lo voy a quemar ahora mismo…

      Rebuscó en su arcón personal hasta que lo alzó en la mano; pero a punto de rasgarlo se contuvo: algún día se lo leeré a lo mejor, quizá… para que vea…

      Y el furibundo muchacho no pudo resistir más y acabó dormido como un leño, no sin antes oír su propia voz: te lo dije, Segundo, por la calentura de papá… esa galla ingrata se va a quedar con todo lo tuyo, vai a ver no má…

      Al cabo de unas horas, el ruido enfermizo de un viejo coche rateando rompió la madrugada, ya a punto de clarear, sacando al aterido Pedrito de su profundo sopor. Unas luces iluminaron la noche detrás