Jeff Vanderstelt

La vivacidad del Evangelio


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una gran retroalimentación al mismo tiempo que me animaron a no rendirme cuando tuve días malos.

      Estoy profundamente en deuda con Tim Keller por la gran influencia que ha tenido en mi vida, mayormente a través de su predicación, su entrenamiento, y sus escritos. Estoy seguro de que no tendría fluidez en el evangelio si no hubiera aprendido tanto de Tim. Aparte de Jesucristo, la vida y la obra de Tim ha tenido más impacto sobre La vivacidad del evangelio que cualquier otra cosa.

      Y por supuesto, con Quien tengo la mayor deuda por la eternidad es con mi Salvador y Señor, Jesús. Te amo, Jesús, y viviré por siempre para desplegar y declarar Tu gloria. Tú mereces más de lo que cualquiera de nosotros podría darte, y por esa razón, yo, junto con muchos otros, voy a pasar la eternidad cantando, proclamando, y desplegando Tu alabanza. Eres digno de toda la alabanza, gloria, y honor—mi Rey, mi Salvador, mi Señor, y mi Amigo.

Parte 1 La vivacidad del evangelio

      Yo soy un incrédulo. Tú también lo eres.

      Y tal vez estás pensando: “¡Espera un momento!” “¿Qué haces escribiendo un libro acerca del evangelio de Jesucristo si tú eres un incrédulo? y, además, ¿qué es lo que tú sabes acerca de mí? ¿quién piensas que soy?”

      Yo crecí creyendo que las personas se encontraban dentro de dos categorías: o eres creyente o eres incrédulo; o crees en Jesucristo y lo que Él ha hecho por nosotros o no lo crees. Pero ahora, después de más de 25 años siendo pastor, puedo ver que cada uno de nosotros es un incrédulo, incluyéndome a mí—al menos en algunas áreas de nuestras vidas.

      No me malinterpreten. Yo sí creo que existen personas que son hijos de Dios regenerados y que hay otras personas que todavía no lo son. Hay quienes han recibido una vida nueva a través de la fe en Jesús. Ellos han sido hechos nuevas creaciones y han tenido un nuevo comienzo por causa de su fe en Jesucristo y en lo que Él ha hecho por ellos. Y también creo que hay otros que siguen muertos en sus pecados y no están verdaderamente vivos en Cristo (vea Juan 1:12–13; 2 Corintios 5:17; Efesios 2:1–10).

      Cuando digo que todos somos incrédulos, me refiero a que seguimos teniendo cosas en nuestras vidas en los que no le creemos a Dios. Hay aspectos en donde no confiamos en Su Palabra y no creemos que lo que Él logró en Cristo es suficiente para lidiar con nuestro pasado, o con lo que estamos enfrentando en este momento, o en lo que está por venir.

      No creemos que Su Palabra es verdad o que Su obra es suficiente.

      No creemos. Somos incrédulos.

      Yo lucho contra la incredulidad de manera cotidiana. Tengo una conversación con mi esposa, y cuando ella señala algo en lo que todavía tengo que mejorar, escucho la palabra fracaso en mi cabeza.

      Intento dirigir una buena conversación acerca de la Biblia durante la cena con mis hijos, pero en lugar de que ellos estén al filo de sus asientos con mucho entusiasmo, los veo con sus cuerpos encorvados y con sus ojos en blanco. Mal padre.

      Enseño acerca de ser un buen vecino, uno que conoce las historias de las personas que viven en tu calle, pero desde que me mudé al vecindario en el que vivimos actualmente, hace unos meses, la única historia que conozco es la de mis intentos fallidos por conocer a las personas. Hipócrita.

      Incredulidad.

      Me deslizo dentro y fuera al momento de creer en la Palabra de Dios acerca de mí y de Su obra por mí. Jesús dio Su vida para hacerme una nueva Creación. Él murió para perdonarme de mis pecados y cambiar mi identidad de pecador a santo, de fracasado a fiel, y de malo a bueno e incluso justo y santo. Pero olvido lo que Él ha dicho acerca de mí. Olvido lo que ha hecho por mí. Y a veces no es que se me olvide. A veces es sólo mera incredulidad. Yo sé estas cosas. Simplemente no las creo.

      Soy un incrédulo. Por supuesto, no lo soy en todo momento. Pero sí tengo algunos momentos.

      Y tú también. Estoy seguro de eso.

      Todos luchamos con la incredulidad en Dios, porque el mensaje de Quién es Él y qué ha hecho por nosotros a veces puede sonar increíble. Todos tambaleamos de aquí para allá, en nuestra confianza de que lo que Él ha hecho por nosotros en Jesús es suficiente para nosotros hoy.

      Es muy posible que, aunque estés familiarizado con Jesús, todavía no hayas creído en Él para tu vida. O tal vez has venido a la fe en Jesús, pero ésta no ha cambiado verdaderamente tu vida diaria o la manera en la que te involucras en tus actividades cotidianas.

      El apóstol Pablo les dijo a los creyentes en Jesús de Galacia: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios [Jesús], el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20). Ellos habían comenzado con fe en Jesús, pero estaban poniendo su fe y su esperanza en algo más que los hiciera justos en lugar de Jesús. Pablo los llamó a tomar conciencia de que la buena noticia acerca de Jesús—el evangelio—es para toda la vida: es todo.

      Una vida de vivir verdaderamente es una vida de fe en Jesús, una vida de creer en Jesús en las actividades cotidianas de la vida.

      Yo sigo aprendiendo cómo vivir de esa manera. Pues sigo siendo incrédulo de muchas maneras. Sin embargo, no quiero permanecer en esa condición. Quiero que toda mi vida esté marcada por la fe en Jesús.

      Dios tiene la intención de hacer que todo sea acerca de Jesús, porque a través de Él todas las cosas llegaron a existir, y en Él todas las cosas subsisten (Efesios 1:22–23; Colosenses 1:15–20).

      Dios también quiere rescatarte de la incredulidad y santificarte para hacerte semejante a Jesús. La santificación sólo es una palabra grande que se refiere a comenzar a ser cada vez más como Jesús a través de la fe en Jesús. Te vuelves semejante a aquello en lo que crees. Así que, volvernos semejantes a Jesús requiere que creamos en Él cada vez más, en cada parte de nuestra vida. La santificación es pasar de la incredulidad con respecto a Jesús a la creencia en Él en las actividades cotidianas de la vida.

      Todavía no has llegado a ese nivel ¿o sí? Yo tampoco. Seguimos siendo incrédulos que necesitan a Jesús más—en más formas y más aspectos.

      Mientras escribo este libro, me doy cuenta de lo mucho que necesito a Jesús. A veces creo que mis escritos pueden cambiar una vida. Pero cuando un día de escritura no resultó ser tan provechoso, me sentí aplastado bajo el peso de esa responsabilidad. Y tuve la necesidad de creer una vez más que Dios es el que cambia las vidas, no yo.

      Es verdad que Él obra a través de nosotros para cambiar a otros, pero Él no depende de qué tan bueno sea nuestro desempeño. Dios puede hablar a través de cualquier persona y cualquier cosa. De hecho, una vez Él habló a través de un burro, así que imagino que Él puede hablar a través de mí.

      Al recordar esto, pasé de la incredulidad a la fe. “Jeff”, me dije a mí mismo (o algunos me lo dicen cuando se me olvida), “confía en la obra de Dios, no en la tuya. Cree en Sus palabras dichas sobre tu vida a través de Jesús, no en las tuyas”. Así que de esa manera puedo descansar una vez más y continuar escribiendo.

      De manera que sigo escribiendo como fruto de mi fe en Jesús.

      Esto no sólo me pasa cuando estoy escribiendo. Me doy cuenta de que necesito esto cuando tengo que levantarme temprano para ejercitarme; cuando considero cómo vamos a pagar nuestras cuentas; o cuando me encuentro estancado en la Interestatal 405, la cual llamamos autopista, pero que por lo regular no avanza cuando necesito llegar a un lugar y avanzar más rápido que todos los demás que están en el camino.

      Necesito recordar eso porque lo olvido. Necesito creer porque no creo.

      Afortunadamente, no estoy solo en esto. Tengo una comunidad de personas a mi alrededor que también son incrédulos profesos. Ellos creen en Jesús, pero no todo el tiempo para todas las cosas. Al menos no