Carmen María Montiel

Identidad robada


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       Carmen María Montiel

      Periodista venezolana radicada en Estados Unidos. Fue Miss Venezuela, Miss Sudamérica y segunda finalista en el certamen Miss Universo en 1984. Culminó sus estudios de periodismo en Estados Unidos con la distinción magna cum laude. En 1991 se unió a las filas de reporteros de Telemundo-CNN y se convirtió en ancla del noticiero en Houston, Texas. Actualmente es una exitosa empresaria que se dedica a labores benéficas ayudando a los más necesitados, especialmente a las mujeres víctimas de violencia de género.

       www.carmenmaria.today

      AVISO LEGAL

      Este libro es una recopilación ficcionada de mis recuerdos, basada en acontecimientos, lugares y conversaciones reales. Se han cambiado algunos nombres y detalles de identificación para proteger la privacidad de las personas.

      Dedicado a todas las mujeres

       que sufren en silencio el yugo

       del abuso, a las que ya han podido

       liberarse y a las que

       no vivieron para contarlo.

      Agradecimiento

      A mi familia, por demostrarme una vez más lo que es el amor incondicional.

      A mis abogados triunfadores, por haberme tenido fe y haber luchado por mis hijos y por mí.

      A mis hijos, por enseñarme la entereza innata que tiene el ser humano. A su corta edad, me dieron lecciones a diario que me permitieron continuar. Gracias por haber podido sonreír a pesar de la tiniebla y por regalarle esos pequeños destellos de felicidad a mami en los peores momentos. Gracias por haber podido salir adelante y por tomar lo positivo de esta experiencia para encaminar sus vidas. Alexandra, Kamee y Juan Diego: ustedes me salvaron. Los amo más que a nada en la vida.

      Introducción

      El matrimonio puede ser la relación más segura o la más peligrosa. Hacia el final del mío, supe que mi unión era del segundo tipo, pero ¿cómo podía decir algo al respecto?

      La violencia de género es una asesina silenciosa, ya que ocurre a puerta cerrada. De hecho, cada nueve segundos una mujer es víctima de este tipo de delito.

      En el caso de la agresión sistemática que sufrí, matarme habría sido demasiado obvio. La siguiente mejor opción era enterrarme viva enviándome a prisión.

      Como la mayoría de las mujeres, yo ignoraba que era víctima de violencia de género. El agresor comienza por infligir maltrato psicológico para destruir primero la autoestima y la confianza de las víctimas. Luego, la agresión pasa a ser física.

      Mi marido logró disminuirme durante años de maltrato psicológico y físico e incluso mediante el uso de drogas. Pensó que finalmente me tenía fuera del camino para poder disfrutar de la vida como quisiera, gastando nuestro dinero y disfrutando de su adicción al sexo.

      Sin embargo, pese a estar casi destruida, logré conservar mi dignidad aun viéndome obligada a permitirle mantener una doble vida: la de un respetado hombre de familia con una consulta médica exitosa, y también la de un marido que engañaba a su esposa con prostitutas, a menudo en su propia casa.

      Amaba a mi esposo y luché con todas mis fuerzas para construir nuestra familia y nuestro negocio. Nunca imaginé que podría lastimarme o que terminaría tratando de destruirme. Nunca pensé, cuando me lastimó, que aquello pudiera ser intencional, ya que todos los agresores culpabilizan a sus víctimas. Y hasta tal punto lo había logrado en mi caso que, después de cada agresión, yo recreaba el incidente para ver qué era lo que había hecho para que él reaccionara de esa forma.

      Identidad robada va más allá de la violencia de género y contempla además la nueva agresión virtual a través de internet, de la que sigo siendo víctima. Expone también lo difícil que es, incluso para las autoridades, reconocer a los agresores.

      Esta es mi historia, la de una mujer inmigrante y maltratada que no encontraba forma de escapar o de esconderse. Una católica que cree en la familia y que luchó por mantenerla por el bien de sus hijos. Sin embargo al final, y precisamente por sus hijos, tuvo que salir de ese matrimonio vicioso para salvarse y salvarlos.

      CAPÍTULO 1

      Miedo

      —Ha sido acusada de intimidar al sobrecargo Oliver —dijo la juez.

      Escuchaba esas palabras como en un sueño, mientras mis manos estaban esposadas y también mis pies.

      Me encontraba frente a ella y a mi lado se hallaba mi abogado. Con disimulo, me sostuve apoyándome en él, esperando que nadie se diera cuenta de que estaba a punto de caer al suelo. No lograba tenerme en pie.

      La juez prosiguió diciendo:

      —Dicho cargo contempla una condena de veinte años de prisión y doscientos cincuenta mil dólares de multa.

      Las piernas me temblaban. Estaba aterrorizada. Esperaba que no se notara mi estremecimiento. Luchaba por no desvanecerme. Finalmente, le dije a mi abogado en un susurro:

      —Cameron, tengo miedo.

      Las palabras casi no lograban salir de mi boca; más que palabras, lo que salió fue un suspiro. Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para poder mover mis labios. Cameron me mandó a callar con un:

      —¡Shhh!

      En ese momento, mi vida pasó de manera fugaz por mi cabeza. Después de todas las luces y bambalinas… Mis hijos, ¡Dios, mis bellos hijos!; después de la felicidad que viví, mi vida iba a terminar así. ¿Cómo? ¿Por qué?

      Después de tanta gloria, de tantos momentos de éxito; después de tanto trabajo arduo y de hacer el bien —porque eso me habían inculcado: ayudar a otros—; después de mantener mi cabeza en alto, orgullosa de hacer siempre lo correcto, terminaría en prisión y me convertiría en una criminal sin haber hecho nada, cuando la máxima falta que había cometido había sido, como mucho, una infracción de tránsito. Pero Alejandro había salido victorioso en su intento de incriminarme.

      Mi cabeza regresó al juzgado en el momento en el que escuché la voz de mi abogado, quien me susurraba al oído:

      —Cálmate.

      Regresé a mi cuerpo; seguía sin poder tenerme en pie. Había perdido demasiado peso en tan solo un día. Aunque siempre había sido delgada, para entonces estaba casi en los huesos. Pensé y me dije que debía estar en menos de cincuenta kilos.

      En ese momento, mis abogados estaban tratando de obtener mi libertad bajo fianza.

      El fiscal se dirigió a la juez y le solicitó que me ordenara hacer entrega de mis pasaportes y los de mis hijos, luego de aclarar que yo tenía dos pasaportes: el venezolano y el estadounidense.

      —Su señoría, ella corre el riesgo de escaparse de los Estados Unidos y de llevarse a sus hijos, pues tiene dos pasaportes. Ella presenta lo que se llama un riesgo de fuga.

      Levanté la vista y miré al fiscal con asombro. ¡Sabía por dónde venían!

      En ese instante confirmé mi sospecha: mi esposo estaba detrás de todo aquello. Si no hubiera sido así, ¿de dónde habrían sacado esa información, de dónde? Ahora estaba tratando de que no me concedieran la libertad bajo fianza. Con el tiempo me daría cuenta de cómo todo había sido perfectamente planeado.

      Lo que me ocurría