profundicen en su ser y su modo de estar en el mundo. Así se constituyó y se fundó nada menos que la filosofía en Occidente. Pero también una manera de entender la educación. Desde los comienzos de esta tradición, el asunto de la formación humana no tuvo que ver solamente con la conformación de un saber sobre el mundo, sino con transformar la vida en relación con una búsqueda activa de ese saber y, mucho más que saber, una sabiduría. Y uno de los aspectos de la sabiduría es precisamente éste: ponerse en posición de ignorancia para establecer una relación activa y no pasiva con esta búsqueda. El Oráculo de Delfos marca el comienzo de una misión divina y un sentido nuevo para la hermenéutica del designio del dios. Ahora, la manera “original” que Sócrates encontró para designar el sentido alegórico u oculto de las palabras del dios Apolo es, precisamente, entender de qué se trata su designio a partir del diálogo con los otros que dicen saber. Puesto que él no sabe nada. Podemos tener frente al saber varias actitudes: hemos de saber con otros, hemos de saber de los otros y hemos de ignorar juntos, para juntos buscar el sentido del Oráculo de Delfos, que dice que el hombre más sabio es Sócrates. A la aclaración de este “enigma”, como es demostrado en la Apología, Sócrates le destinó su vida. Decidió abandonar honores, búsqueda de riquezas, reconocimientos, beneficios personales. Dio, entregó su vida para una misión que es identificada ahora con su nombre, un nombre ilustre, que ha sido el receptáculo de un gran destino, la filosofía. No hizo un discurso, no demostró una serie de hipótesis teóricas, no. De esto no se trata la filosofía para el Sócrates platónico de juventud. Pero tampoco es teoría su pedagogía radical como maestro “ignorante”. Las acusaciones de Melito-Anito son calumnias, son mentiras, producto de otro tipo de ignorancia, la ignorancia del que no ha pensado bien, del que no ha pensado con profundidad, o sea de aquellos que, por eso, actúan por malevolencia y envidia. Mas esto no está en el centro de la cuestión. El centro es la misión socrática que no puede decaer ante ninguna acusación, que no puede ser negada por el arrepentimiento. ¿Quién se lleva la peor parte? ¿Él porque muere o el que actúa injustamente acusándolo? La respuesta socrática es obvia.
No vale la pena la vida si no es examinada
La vida examinada es la vida socrática:
Corrí, entonces, el riesgo de morir, y en cambio ahora, al ordenarme el dios, según he creído y aceptado, que debo vivir filosofando y examinándome a mí mismo y a los demás, abandonara mi puesto por temor a la muerte o cualquier cosa. (29)
“Su puesto”: éste es su puesto en la vida para sí mismo y para los otros, para el bien de la ciudad; es “su forma” de hacer política. “Su puesto” en la vida es filosofar. ¿Para qué, si no para hacer mejores a las personas, para formar?, y esto es transformar la vida de los sujetos. Dice Sócrates:
No dejaré de filosofar, de exhortaros y de hacer manifestaciones al que de vosotros vaya encontrando, diciendo lo que acostumbro: Mi buen amigo, siendo ateniense, de la ciudad más grande y más prestigiada en sabiduría y poder, ¿no te avergüenzas de preocuparte de cómo tendrás las mayores riquezas y la mayor fama y los mayores honores, y en cambio no te preocupas ni interesas por la inteligencia, la verdad y por cómo tu alma va a ser lo mejor posible? (c)
Preocuparse (epimeleia) no del honor, el dinero o la fama (que han sido y son las preocupaciones centrales de los seres humanos), sino de la inteligencia (phrónesis),1 la verdad (aletheia) y el alma (psijé), para ser lo mejor posible. No se pueden separar todas estas cuestiones en la formación del género humano. La epimeleia implica un modo de vida, ejercicios espirituales, filosóficos o éticos, en búsqueda de juntar la inteligencia con la verdad y con el alma, como una manera de estar en el mundo que nos haga mejores, para un ethos.
El “tábano” –Sócrates– siempre estará en “su puesto”, por el que no recibe ningún dinero, para despertar, persuadir, reprochar (31a), y no cesará de estar en esa función aquí o allá, en la vida, y si es que hay vida después de la muerte, también lo seguirá haciendo. Por esto Sócrates ha de vivir, por esto ha de morir. ¿Y por qué lo quieren matar, puesto que él mismo le da el más grande beneficio a la ciudad? No pretendo contestar esto ahora. Esta respuesta o las posibles respuestas serán encontradas en la Apología y en otros libros de Platón. Pero lo cierto es que esta misión socrática no se produce sin riesgo de muerte (una se llama a otra). Foucault analiza este punto, sobre todo en El coraje de la verdad (2010), otro de los seminarios del último período. No se hace filosofía sin riesgo, es decir, no se practica la parrhesía, el decir franco o verdadero, sin riesgo; incluso riesgo de muerte. Esto lo testimonian muchas vidas de filósofos de la antigüedad y “maestros espirituales”. La verdad no gusta, incomoda, produce desasosiego. Es algo que no quieren escuchar los que buscan riquezas, honores y fama. Las personas parece que no gustan de que se les deje en evidencia que no saben, que actúan mal, que viven mal, que pierden tiempo; no quieren avergonzarse por sus modos de vida, ni cambiarlos. Puede haber muchas razones, pero sin lugar a dudas ésta es una de ellas. No es el primer maestro espiritual de la humanidad ni el último que muere pretendiendo dar un mensaje de bien. Puede haber explicaciones políticas, complejos entramados sociales. Pero lo cierto es que esta actitud del que pretende hacer bien, y por ello deja en evidencia un estado de cosas que no están bien, genera la actitud contraria, la calumnia, la envidia, el hostigamiento y, finalmente, el asesinato. Ya en la famosa “Alegoría de la caverna”, del libro VII de la República de Platón, aparece la misma constatación. El filósofo que (supuestamente) ve el verdadero mundo, que asciende al mundo de las ideas, no se queda allí, se compromete con una misión, volver a enseñarles a los otros lo que ha visto; a los otros, que sólo ven sombras y no la verdadera realidad. ¿Éstos qué hacen? Lo matan. No importa aquí si hoy nos parece ingenua esta visión en términos absolutos de la verdad; lo que es, lo que sigue siendo incomprensible es ensañarse, perturbarse, maldecir y finalmente matar a aquel que pretende dar enseñanzas que transformen la vida de los sujetos. En la República, Platón dice: “Después de eso proseguí comparando nuestra naturaleza respecto de su educación y de su falta de educación con una experiencia como esta” (libro VII, 514a). Siempre está presente esto, una buena o una mala educación. La filosofía es un proyecto intelectual, ético, psicagógico, político, pero siempre, además, un proyecto formativo del género humano. No es una profesión, en el sentido de un profesor como podría ser el sofista (origen o antecedente de esta profesión precisamente), que ofrece determinados saberes por dinero. No se trata de esto. Se está hablando de otro tipo de magisterio. Un magisterio que entrega la vida para poder mejorar la humanidad a riesgo de que ésta le responda con la muerte. Este filósofo se acerca privadamente (no tratando de llamar la atención y sin mucho alarde), pero a través de un acercamiento amoroso, pues lo hace como un “padre” o un “hermano mayor” (31b). Para que la persona se preocupe (epimeleia) de la virtud,2 por aquello que se relaciona con su alma y su forma de vida. Como Sócrates quiere vivir más, no se dedica a predicar sus enseñanzas en público; su enseñanza es personalizada y ocurre en la vida cotidiana, es espontánea pero exigente (32a).
Yo no he sido maestro de nadie
“Yo no he sido maestro de nadie” (33a), dice Sócrates. No es enseñanza de contenido. Su forma de magisterio es ser “médium” de una relación con la verdad que sacudirá activa y vitalmente a la persona, a partir del reconocimiento de su propia ignorancia o de su no posesión del saber. Que insta, fundamentalmente, a que los otros se preocupen de sí mismos y sean lo mejor posible (36c). Ésta es una “posición de ignorancia”. Este maestro sabe mucho; sabe, por ejemplo, lo siguiente:
El mayor bien para un hombre es precisamente éste, tener conversaciones cada día acerca de la virtud y de los otros temas de los que vosotros me habéis oído dialogar cuando me examinaba a mí mismo y a otros, y si digo que una vida sin examen no tiene objeto vivirla para el hombre, me creeréis aun menos. (38a)
El examen de sí mismo y del mundo, de las ideas y del sí mismo, del modo de vida que llevamos, etc. El examen en profundidad es “el” ejercicio filosófico socrático por excelencia. El que marca un antes y un después en la