Andrea Díaz Genis

La formación humana desde una perspectiva filosófica


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responder las siguientes preguntas: ¿se puede explicar el perfil característico o fundamental de la formación humana a partir de la relación, la contradicción, la falta o el olvido de la inquietud de sí, y el cuidado de sí y de los otros, vinculado con el triunfo de una determinada manera de entender el “conócete a ti mismo” a partir de la modernidad? ¿Cómo entender el problema filosófico de la formación humana desde la relación de contradicción o complementariedad entre el cuidado de sí (epimeleia heautou) y el autoconocimiento (gnothi seauton)? ¿O cómo entender el problema de la formación humana desde esta lectura filosófica? ¿Cómo elaborar teóricamente el aporte foucaultiano a la filosofía de la educación a partir de un análisis crítico de su obra final? ¿Es posible una relectura de la historia de la subjetividad en relación con la verdad que nos permita repensar la formación humana desde una intención que siga siendo “emancipatoria”? ¿Qué relación podemos establecer entre la filosofía como “cura del alma”, la inquietud de sí y la formación del “género humano”?

      Todos estos temas forman parte de un proyecto de investigación que va mucho más allá de este libro en concreto, pero que ordena y se muestra en el concierto general de los temas propuestos por él. Es nuestro deseo que guste e interese, y que sus propuestas puedan ser discutidas a fondo, tanto dentro como fuera de la academia.

      PARTE I. La formación humana y la influencia socrática

      Pero el desconocerse a sí mismo uno y el presuponer cosas que no sabe y creerse conocerlas lo contaba entre lo más cercano de la locura.

      Jenofonte, Recuerdos de Sócrates

      Sabemos que, además de Aristófanes y Platón, una de las fuentes de Sócrates es el historiador Jenofonte. Veamos cómo se entiende el gnothi seauton en uno de los episodios fundamentales donde alude a la temática, en Recuerdos de Sócrates:

      “Dime, Eutidemo, ¿has ido alguna vez a Delfos?”. “Sí, dos veces, ¡por Zeus!” “¿Viste entonces en algún lugar del templo la inscripción «Conócete a ti mismo»? “Sí.” “Y, luego, ¿no te preocupaste nada de la inscripción, o acaso le prestaste atención e intentaste examinar quién eres?” “¡Por Zeus!, claro que no, pues creía que lo sabía muy bien. Difícilmente podría saber otra cosa si no me conociera a mí mismo”. (Jenofonte, 2009: 284)

      A partir de allí, Sócrates discute con Eutidemo sobre qué significa conocerse a sí mismo. Ocurre que el que se conoce a sí mismo, nos dice, no es simplemente el que sabe su nombre, sino el que conoce las cualidades que tiene para “su uso como ser humano”; de esta manera, alcanza el conocimiento de sus capacidades, de las “adecuadas e inadecuadas”. Se trata de que uno mismo debe conocer sus talentos, sus cualidades, pero también sus limitaciones, etc.; pues el que desconoce sus capacidades no se conoce a sí mismo. Otra cosa le queda clara al Sócrates de Jenofonte: es de conocerse a sí mismo de donde más les vienen los bienes a los hombres, y del estar equivocados de sí mismos, la mayoría de sus males (285). El que se conoce sabe hasta dónde puede, qué puede hacer y quién es. Esto está del lado de los beneficios. Los que no saben quiénes son yerran en lo que hacen y caen en la desgracia. Entonces, hasta aquí, en Jenofonte, los parabienes de conocerse a sí mismo; ahora la pregunta de Eutidemo se centra entonces en cómo se puede uno conocer a sí mismo. La pregunta queda abierta a posibles respuestas. Siempre el conocimiento de sí mismo, tanto en Jenofonte como en Platón, se vincula con el “autoexamen” de sí mismo. Mas el autoexamen de sí mismo es parte de la preocupación por sí, de la inquietud de sí que lleva al cuidado de sí y de los otros. Vayamos a la tradición socrático-platónica que vincula estos términos. Uno de los textos más importantes de esta tradición es la Apología de Sócrates (Platón, 2003). Allí también se cuenta el famoso episodio que marca su gran “misión filosófica” en la polis ateniense, que es la visita de Querefonte al Oráculo de Delfos ¿Qué hace el filósofo con la respuesta del Oráculo? No busca descifrar a través del análisis el sentido oculto de las palabras del dios (como ocurre generalmente con los oráculos), sino que buscar entender en la vida misma, en el diálogo con otros, qué es en definitiva tener sabiduría, y lo hace bajo la forma de verificación o refutación con las afirmaciones de los otros y con la vida que llevan. Este enigma y su desciframiento en forma de verificación-refutación a través del diálogo y el examen de los otros se convierten en su gran misión filosófica, pero a su vez en su gran tarea pedagógica. Como Sócrates no se cree sabio, dado que parte de que no sabe nada, va en búsqueda de las personas que dicen ser sabios, para constatar en qué sentido lo son. Comienza las preguntas por los políticos, los siguen los poetas y por último los artesanos (sabemos que esto lo hace como actividad “privada”, en el escenario de la polis, pero no a partir de ninguna función pública como ciudadano, a la que renuncia con abnegación, precisamente para dedicarse a esta tarea). Sabemos que esta misión, y sus consecuencias negativas por parte de sus interrogados, son parte justamente de la explicación del juicio al que fue sometido