personajes. Constata, además, que ha ganado enemigos, que él es más sabio en esto, no cree saber lo que no sabe, sabe que no sabe. Se pregunta: ¿será que este no saber constituye entonces la sabiduría?
Dice Epicteto en sus Pláticas (1963, III, 1, 19-20), en un texto central donde comenta esta misión socrática vinculada al Oráculo de Delfos:
¿Y por qué es Apolo? ¿Y por qué vaticina? ¿Y por qué en ese puesto se constituyó para ser vate y fuente de verdad y que a él acudiesen de toda la tierra habitada? ¿Y para qué está esculpido el Conócete a ti mismo, cuando nadie piensa en ello? ¿Sócrates, a todos los que se le acercaban, persuadía a que se ocuparan de sí mismos? Ni a una milésima parte.
Sigue diciendo Epicteto, cuando preguntan quién es Sócrates: “¿Tú, entonces, quién eres?”. He aquí la gran respuesta que liga el gnothi seauton con la epimeleia heautou (cuidado e inquietud de sí): “Soy aquel que debe ocuparse de los hombres” (1, 22). Él es el maestro que insta a que los otros se ocupen de sí mismos, y esto está ligado a que pueden tener inquietud de sí, o que la generen a partir de una relación particular y amorosa con el maestro filósofo, y que procedan a partir de allí a un autoexamen que los ayude a conocerse a sí mismos. Pero vayamos a la Apología, donde se habla del gnothi seauton vinculado con la epimeleia heautou. Veamos algunos de estos pasajes:
Mi buen amigo, siendo ateniense, de la ciudad más grande y más prestigiada en sabiduría y poder, ¿no te avergüenzas de preocuparte de cómo tendrás la mayores riquezas y la mayor fama y honores, y en cambio no te preocupas e interesas por la inteligencia, la verdad y por cómo tu alma va a ser lo mejor posible? (d)
El no preocuparse o interesarse, en el texto traducido del griego, hace referencia a “poner cuidado” (epimelesthai). También refiere al que no tiene en consideración la preocupación por la inteligencia, la verdad y su alma, que no se inquieta por ella ni las tiene en consideración (epimele, phrontizeis). Y prosigue diciendo en otro segundo pasaje:
Y si alguno de vosotros discute y dice que se preocupa, no pienso dejarlo al momento y marcharme, sino que le voy a interrogar, a examinar y a refutar, y, si me parece que no ha adquirido la virtud y dice que sí, le reprocharé que tiene en menos lo digno de más y tiene en mucho lo que vale poco. Haré esto con el que me encuentre, joven o viejo, forastero o ciudadano, y más con los ciudadanos por cuanto más próximos estáis a mi origen. Pues esto lo manda el dios, sabedlo también, y yo creo que todavía no ha surgido mayor bien en la ciudad que mi servicio al dios. (d-30a)
Esta y no otra es la orden que el Oráculo de Delfos le da a Sócrates: “Ocúpense de ustedes mismos” (Foucault, 2006a: 21). “Preocuparse por sí mismo”, tener “inquietud de sí”, “retirarse hacia sí mismo”, “ser amigo de sí mismo”, “cuidar de sí” son, entre otras, las expresiones que se utilizan en toda la tradición que vincula el gnothi seauton con la epimeleia heautou (30). La epimeleia es una actitud frente a sí mismo y los otros, es una determinada atención y una mirada (que implica convertir la mirada del exterior al interior), y designa además una serie de ejercicios o acciones que transforman o transfiguran la subjetividad en cierto sentido. A estos ejercicios Foucault los llama, a partir de Pierre Hadot (2006), “ejercicios espirituales”. Se puede rastrear, o incluso leer, toda la historia de la filosofía desde esta perspectiva, pues la filosofía, entendida como “terapéutica de las pasiones”, como “modo de vida”, a partir de una “conversión de la mirada”, etc., es una formadora del género humano; noción que se repite una y otra vez en su larga historia (Foucault menciona desde Montaigne a Rousseau, Spinoza, Nietzsche, el existencialismo, Heidegger, etc.). Foucault hace una pregunta fundamental en su primer seminario de 1982, La hermenéutica del sujeto: ¿Cómo es que, en la historia occidental de la filosofía, la epimeleia heautou se haya pasado de alto? ¿Y cómo se da la preeminencia del conócete a ti mismo sobre la inquietud de sí? Una posible respuesta, por demás muy arriesgada y sin lugar a dudas incompleta, es la que tiene que ver con lo que se dará en llamar “el momento cartesiano” (Foucault, 2006a: 32). El precepto de inquietud de sí fue olvidado. De alguna manera, se recalificó el conocimiento de sí en la formación del sujeto y se olvidó o se le restó importancia a la inquietud de sí. En las Meditaciones cartesianas, es la indubitabilidad de la propia existencia (entendida como evidencia) la que hace del conocimiento de sí mismo el acceso fundamental a la verdad. El sujeto no necesita ser distinto de sí mismo para acceder a la verdad, no hay una exigencia de transformación de la subjetividad, de cambio de vida, de “ejercicio espiritual” (todos elementos presentes en la epimeleia), para que el sujeto acceda a la verdad. En el acceso a la verdad cartesiana de la evidencia, no se pone en juego el sí mismo del sujeto, según Foucault (cuestión altamente discutible). A esto es precisamente a lo que Foucault llama espiritualidad, con Hadot; es decir, al conjunto de condiciones para que al sujeto le sea posible su acceso a la verdad y lo transforme como sujeto en la vida. La edad moderna se define, para Foucault, precisamente como el momento en que el acceso a la verdad está garantizado pura y exclusivamente por el conocimiento (36). En definitiva, las condiciones son más de tipo educativo (y no de formación humana en un sentido más amplio), o de preparación para el acto de conocimiento, pero no conciernen a la transformación del sujeto en su ser y en su vida. Es fundamental decidir en general, entonces, a la hora de evaluar la importancia del conocimiento de sí para la educación, entre estas dos posturas, que no tienen que ser antagónicas; pero lo cierto es que la visión que incorpora la epimeleia al gnothi seuaton implica la cuestión y la importancia del autoconocimiento, superándolo e integrándolo más ampliamente a un “arte de existencia”, y conformando así toda una “pedagogía del género humano”.5
1 Artículo publicado como “Autonocimiento y educación”, en Cuadernos de Pesquisa Educacional, vol. 8, Nº 8, Universidad Tuiuti do Paraná, 2014.
2 Se sabe que la Pitonisa se sentaba en un trípode en el fondo del templo de Apolo Pitio, que era un lugar sagrado de acceso prohibido, y desde allí emitía las respuestas a preguntas hechas por sus consultantes previamente (al principio, transmitidas a un sacerdote en verso y posteriormente en prosa)
3 En este sentido, nos recuerda Foucault (2006a: 18-19) a partir de diversos intérpretes, que son tres los preceptos a tener en consideración a la hora de consultar: a) meden agan: nada en exceso, esto es, cuando vengas a consultar no hagas demasiadas preguntas sino sólo las que es necesario hacer; b) eggue: cuando consultes a los dioses, no hagas votos ni te comprometas con cosas que no puedes llegar a hacer, y c) gnothi seauton: como sólo puedes hacer algunas preguntas, presta atención en ti mismo sobre lo que necesitas saber. También es posible que el precepto del gnothi seauton se refiera más bien a la idea de que uno tiene que saber que es mortal y no debe presumir demasiado sus fuerzas frente a la divinidad.
4 Cuenta Diógenes Laercio que, a partir de esto, fue objeto de extrema envidia.
5 Ver a propósito de este tema la revista Fermentario, N° 4 (2010): “Hacia una pedagogía del género humano” (disponible en http://www.fermentario.fhuce.edu.uy; consulta: noviembre de 2014).
2. Una relectura de la Apología como ejercicio espiritual
Yo no he sido jamás maestro de nadie.
Sócrates
De los textos de Platón, la Apología es uno de los textos que más nos han impactado desde nuestra juventud. En este breve escrito, no pretendo transmitir ese impacto, que es mucho más que intelectual o emocional, sino, más modestamente, leer ese texto desde el contexto de nuestra investigación y al servicio de una preocupación filosófica que para nosotros es central: la educación.
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