David Antonio González Piña

Yo elegí Arquitectura


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“Los ingenieros”

      Todos los seres humanos necesitamos un espacio libre y confortable para vivir, espacios que, ante una necesidad imprescindible, se convierten en nuestros refugios autónomos, que no se dimensionan por la exageración ni el derroche económico, sino que se miden por la proximidad y la distancia entre personas. Lo confortable se obtiene por la razón. Esos espacios adecuados para realizar de manera eficiente todas las actividades propias de la vida diaria, los diseñamos los arquitectos.

      Nosotros somos los encargados de resolver los problemas espaciales de la sociedad. Para lograrlo, proponemos dimensiones adecuadas apoyados en las condiciones y necesidades de cada persona. Empatizamos, entendemos y proponemos locales para realizar actividades como dormir, trabajar, jugar, comer, asearse, etcétera.

      Resolver un proyecto arquitectónico requiere mucha capacitación, debiendo demostrarse que se está calificado para ejecutarlo. Para eso debemos obtener el certificado que avale los conocimientos.

      Todas aquellas personas que requieren de un profesional de la arquitectura, tienen que confiar en su arquitecto titulado experimentado y ético, pero ¡mucho cuidado con el arquitecto autodidacta sin título!, ese que proyecta y construye por sí mismo sin contar con opinión ni dirección profesional. Estas personas saben cómo convencer al cliente y a la sociedad. Son los intermediarios de la construcción.

      Evitemos que la sociedad caiga en la tentación y en las manos erróneas que el nivel técnico podría ofrecerles sin resolver sus problemas. Expliquemos a las personas la importancia de recurrir a los profesionales de la construcción para resolver sus problemas espaciales.

      ¿Cómo se percibe el arquitecto mexicano en la sociedad? Bueno, eso es muy variable, como se deduce de los comentarios que la gente manifiesta de manera puntual y coincidente.

      Los arquitectos en México, según la sociedad, son personas de buen ver, pero desafortunadamente se nos califica de cobrar muy elevado nuestro trabajo, y de ser sofisticados y elitistas.

      Para tener más opiniones al respecto, me decidí realizar algunas preguntas a la gente sobre lo que piensan de los arquitectos. Las preguntas fueron: ¿Qué piensa usted sobre los arquitectos como profesionistas? ¿Qué piensa de ellos como personas? ¿Qué imagen le proyectan?

      La encuesta fue amplia. Abordé a médicos, abogados, contadores, amas de casa, obreros, secretarias, estudiantes, etcétera.

      Los resultados fueron estos: los arquitectos son artistas, son fresas, de mucha imaginación, precavidos, previsores, creativos, curiosos, amables, prácticos. Muy pocos comentaron que engañamos a las personas. Esos fueron los comentarios coincidentes entre gente común, y fueron más los comentarios positivos ante los negativos.

      Otros profesionistas coincidieron en que somos muy observadores y planificadores.

      Hubo comentarios que no esperaba, de personas muy respetables. Dijeron que somos personas éticas y nobles. Es halagador, ya que antagónicamente aludieron a los abogados e hicieron aseveraciones lamentables sobre ellos y su carrera; todo lo contrario a la nuestra y a nuestra personalidad.

      Respecto a la imagen física que proyectamos, es la de personas que cuidan su apariencia en exageración sin llegar al concepto metrosexual. Se dice que la tendencia es la del personaje delgado, de saco informal y camisas floreadas, sin usar corbata.

      Y qué decir del concepto que se tiene de nosotros por parte de los ingenieros civiles o de los ingenieros arquitectos. Ellos dicen que los arquitectos somos muy delicados, y nos definen como personas poco capacitadas para concebir sistemas estructurales e instalaciones de nuestros propios proyectos. Existe una razón muy especial: nuestra formación se centra en actividades diferentes a las del ingeniero. Estas se irán aclarando al avanzar con la lectura.

       Los ingenieros asisten al arquitecto con soluciones específicas propias de su área para complementar los proyectos, como el cálculo estructural, el cálculo de las instalaciones hidrosanitarias, cálculo de las instalaciones eléctricas, y de las instalaciones especiales como aire acondicionado, domótica y estudios de mecánica de suelos, entre otras especialidades.

      He conocido a lo largo de mi carrera decenas de arquitectos que realizan proyectos deficientes, no cuentan con los criterios básicos para cubrir claros, no conocen la proporción de las secciones para columnas y losas, no tienen idea sobre la resistencia de los materiales, y todo eso influye en sus proyectos convirtiéndolos en inviables. Sin dirección adecuada, la responsabilidad de la estabilidad de la construcción recae en el ingeniero, que, al subsanar las carencias técnicas del arquitecto, muchas veces afectan a la estética, a la función y a la forma del proyecto original. Esto genera disputas y malentendidos entre quien diseñó y quien estructuró el proyecto.

      Estoy convencido de que el arquitecto debe realizar una labor similar al director de una orquesta: esta persona coordina a los distintos intérpretes con sus instrumentos, que componen la orquesta y presentan juntos una obra musical. Todos los músicos participantes se adaptan a las instrucciones del jefe. De igual forma, el arquitecto debe coordinar todas las ingenierías en torno a su composición arquitectónica para que su obra no se vea alterada ante cualquier decisión sobrevenida.

      Siempre existirán las bromas y la competencia entre ingenieros y arquitectos, pero sobre todo existe una rivalidad desde la universidad por posicionar nuestras carreras como una mejor que la otra. Les tengo un enorme respeto a los ingenieros; sin embargo, pienso que a ellos les hace falta instrucción en el campo de la estética, sin el afán de ofender, claro está.

      Ya que estamos en el momento de chascarrillos, se me vino a la memoria aquel chiste que se cuenta para definir las diferencias entre ingenieros y arquitectos. Debo citarlo, ya que ellos nos bombardean con diversas bromas para ridiculizarnos, las cuales, desde luego, y como ya lo mencioné, sin otro propósito que divertirse.

      Por tal motivo contaré aquel chiste que alguna vez leí en algún lado y me pareció genial. Decía:

      En la explanada de la universidad se encontraban tres futuros ingenieros que realizaban una tarea práctica y sencilla. Consistía en medir la altura del asta bandera desde su base hasta la punta. El asta se encontraba colocada al centro de la plaza. Los tres alumnos de ingeniería, para realizar dicho trabajo, contaban con un flexómetro (cinta de medición) de solo tres metros de alcance.

      Para lograrlo, obviamente, se complicaba la tarea, puesto que el asta bandera era mucho más larga que la cinta para medir. Eso provocó que los estudiantes ingenieros realizaran varias maniobras, entre ellas subirse en los hombros de cada quien y, ya en pirámide, el de arriba desplegaba la cinta sin lograrlo.

      ¿Tal vez lanzando la cinta al aire? No, tampoco. ¡Uf, qué tarea más difícil!

      Pasaba el tiempo y, sin obtener ningún resultado, los ingenieros, desesperados, casi perdían la esperanza.

      En eso, pasa frente a ellos un estudiante de arquitectura y, al ver su desesperación, les pregunta:

      —¿Qué hacen, compañeros?

      A lo que los ingenieros respondieron:

      —¡Tratando de determinar la altura de esta pinche asta bandera!

      El estudiante de arquitectura les comenta:

      —¡Muy fácil!

      Procede a desanclar el asta del piso, la recuesta sobre la plaza y, con la cinta métrica, en cuatro movimientos, les dice:

      —Tres… seis… nueve… ¡Doce metros, compañeros!

      A lo que los ingenieros respondieron:

      —¡Ja ja ja! ¡Qué tonto arquitecto! ¡Nos piden la altura y él da la longitud!

      A mí me parece que esa eterna rivalidad entre arquitectos e ingenieros tiene su origen desde que se dividieron las carreras en el año 1857, cuando aún se ocupaba el edificio de San Carlos.

      Consecuencia de un programa de estudios que nace con la enseñanza de la arquitectura en México, la ingeniería se derivó del arte por la necesidad tecnológica de un país en crecimiento. Calcular