el oficio de la construcción y las artes manuales. Sin embargo, eso no fue suficiente. Para una ciudad en expansión se necesitaba el apoyo de técnicos apropiados que reprodujeran la arquitectura europea y, por supuesto, fueron traídos de España. Estos continuaron el trabajo de construcción por aquellos años de 1551 a 1553. Para la construcción de todas las grandes catedrales, casas para los conquistadores, edificios de gobierno y la infraestructura general se usó mano de obra indígena, esa que se subordinó por la conquista a niveles casi de esclavitud.
Es oportuno mencionar en este punto que existen varias teorías sobre el origen de la tradición de celebrar el día 3 de mayo, día dedicado a los albañiles en México. Aunque no se tiene ningún registro confirmado, existe la siguiente teoría: Al terminar la construcción de las grandes catedrales y templos de la Ciudad de México, todos los indígenas que habían participado en su construcción se concentraban en el atrio de las edificaciones. En un principio, por ser tan numerosos y no estar aún bautizados en su mayoría, los indígenas tenían prohibido acceder a los templos. Los frailes ofrecían el rito de la misa en señal de agradecimiento, además de evangelización y bautizos a los presentes, comida y pulque. Se colocaba en lo alto, sobre la linterna (elemento arquitectónico que se ubica sobre la cúpula principal y que permite la entrada de luz, también conocido como cupulino) el último elemento para terminar la construcción: la cruz. De todas las versiones que hablan sobre el origen del día de los albañiles, me quedo con ésta. Aunque sin datos comprobatorios, estoy plenamente convencido de que así nace el festejo del día 3 de mayo, día de la Santa Cruz.
Continuando con el proceso de conformación educativa para la nueva España, Carlos V, como promotor de instalar centros educativos para el nuevo continente, y su hijo, el príncipe de Asturias, quien sería Felipe II, firmaron lo que tenían que firmar y fundaron en la Nueva España la Real y Pontificia Universidad de México. Teología, leyes, cánones, medicina y artes era lo que se enseñaba en esa época, y los alumnos fueron españoles y criollos, ningún indígena.
Tiempo después, Carlos III, rey de España, emitió en 1783 la cédula que aprobó la creación de la “Real Academia de San Carlos de las Nobles Artes de la Nueva España”, y con eso se formalizó la instrucción de arquitectura, pintura y escultura, para gente de origen español y para criollos. Esta enseñanza se basó en los principios fundamentales del arte neoclásico del siglo XVIII, que fueron la revisión y estudio de los tratados de Vitrubio (o Vitruvio), arquitecto de Julio César, del año I a. de C.
Para el año 1857 no solo existía la carrera de arquitectura dentro de la academia, sino que también se aprobó la carrera de ingeniero arquitecto.
Otro dato es que, en el año 1865, el emperador Maximiliano suprimió la Real y Pontificia Universidad de México y, en 1867, dos años después, el gobierno de Benito Juárez disolvió la junta directiva de la Academia de San Carlos para establecer como Institución de Arquitectura a la Escuela Nacional de Bellas Artes, ocupando el mismo edificio.
El edificio de San Carlos, ese que los profesores de arquitectura de cualquier universidad nombran cuando hablan de historia, se edificó sobre otro que se llamaba Antiguo Hospital del Amor de Dios. Ahí se trataban las enfermedades venéreas.
Bueno, continuando con el proceso histórico de la enseñanza y la formación de arquitectos, digamos que, en 1910, Justo Sierra, logró la aprobación por el congreso para que aquellas instituciones se convirtieran en la Universidad Nacional Autónoma de México. En ese tiempo, la influencia italiana dominaba en la enseñanza de la arquitectura a tal grado, que aún quedan las evidencias de los palacios que se construyeron. Entre los que aún se conservan quedan el Palacio de las Bellas Artes y el edificio de Correos de la ciudad de México. Éste último me parece que sirvió de inspiración para ambientar la película de Walt Disney Pictures llamada Coco.
La SEP (Secretaría de Educación Pública), en el año 1922, autorizó la creación de la Escuela Nacional de Maestros Constructores (se le conoce también como Escuela Nacional de Técnicos Constructores).
Otra fecha importante para la educación en México fue 1929. La universidad obtuvo su autonomía, y también en esa fecha se separaron las dos escuelas: la Nacional de Arquitectura y la Nacional de Artes Plásticas, que se habían instaurado en la época de don Benito. En este año todavía se compartía el edificio de San Carlos. Estoy seguro de que los asistentes no fue la gente común y corriente de una sociedad que se multiplicaba en mezcla de indios con españoles.
Para el año de 1932, la Escuela de Constructores se reestructuró y se impulsó la creación de la Escuela Politécnica Nacional (antecedente del Instituto Politécnico Nacional), y para el año 1936 se implantó la creación del Instituto Politécnico Nacional, ofertando diversas carreras, entre ellas la de ingeniero arquitecto.
La creación de esta institución tuvo varios objetivos, entre ellos, integrar las clases bajas de la sociedad al sistema educativo y direccionar la carrera de arquitectura a la solución de problemas técnicos como el cálculo de presas, puentes, diseño de avenidas, etcétera.
Para el año de 1954 arrancó la etapa moderna de la enseñanza para México. En esta época aparecen los nombres de grandes arquitectos formados en San Carlos y en el extranjero. Ellos se formaron como los grandes genios que impulsaron las bases de la construcción de la ciudad moderna, tales como Enrique del Moral, Carlos M. Lazo, Antonio Rivas Mercado (diseñador del monumento a la Independencia), Augusto H. Álvarez (diseñador de la Torre Latinoamericana), etcétera. La enseñanza formal de la carrera de arquitectura se estableció entonces en las instalaciones de Ciudad Universitaria, época que yo la identifico como la apertura educativa para el pueblo.
La instrucción profesional, como la historia lo ha mostrado, fue selectiva y la enseñanza de la arquitectura tampoco fue equitativa. Ésta les perteneció primeramente a los conquistadores y después a la clase privilegiada. Desde la conquista, la separación de clases ha prevalecido a lo largo de la historia, provocando encuentros y desencuentros sociales, que han terminado muchas veces en desacuerdos importantes. Si al pueblo se le hubiese instruido desde la época de la colonia, existiría en la actualidad una sociedad consciente y educada. Sin embargo, ante tal separación de clases, han aparecido signos de inconformidad, abanderados y encabezados en algunos casos por la comunidad estudiantil de una sociedad inconforme. A fin de cuentas, todos unidos por la desgracia.
Hemos avanzado con paso lento, y aún faltan muchos años para regularizar la educación entre la sociedad y, desde luego, elevar la calidad de la enseñanza en general y para el arquitecto mexicano. Aun con el apoyo del sector privado, sigue siendo insuficiente. Si echamos un vistazo a las estadísticas, nos decepcionaremos.
Sin embargo, desde otro punto de vista, los números son impresionantes; por ejemplo, los relativos a la población en términos absolutos. ¡Vaya si hemos crecido! Según datos del INEGI, en el año 2015, la República Mexicana contaba ya con 119 938 473 habitantes.
De acuerdo con estos datos, el Estado de México cuenta con 16 225 409 habitantes y la Ciudad de México con 8 985 339 habitantes.
Ahora bien, si el país cuenta con 194 920 egresados de la carrera de Arquitectura con empleo (lo indica el “Ranking de Mejores Universidades 2017”, realizado por El Universal), esto nos lleva a la conclusión de que, por cada 615 mexicanos, tenemos 1 arquitecto, pero eso sí, muy mal distribuidos en el país.
¿Dónde creen ustedes que quieren estar todos ellos? Desde luego, en las grandes ciudades, donde se encuentran las mayores oportunidades de desarrollo.
¿Y de dónde han egresado estos arquitectos que ejercen en el país? 65 % de los egresados estudiaron en una universidad pública y 35 % en una privada. Sin importar el tipo de universidad en donde se estudie, los recursos de financiamiento parten de diferentes fuentes para obtener la carrera. Según un estudio realizado en la Universidad del Valle de México, en el año 2018, 60 % de los padres son la principal fuente de financiamiento de las carreras de sus hijos; 17 % del gasto fue compartido entre los egresados y sus padres; 13 % de los estudiantes costea sus estudios con su propio trabajo, y en 7 %, la fuente primaria de financiamiento fue una beca.
Las generaciones continúan en el juego de dependencia: la que entra