José Manuel Ramírez Galván

V-2. La venganza de Hitler


Скачать книгу

de concentración (y que, parece ser, Speer no sabía que algunas de esas «zonas» en realidad iban a ser los famosos hornos crematorios, ideados por Hans Kammler) a cambio de obtener 50.000 prisioneros de guerra de esos campos, principalmente judíos. No era la mejor solución, pues los técnicos de Peenemünde, con von Braun a la cabeza, creían que para algo tan tecnológicamente avanzado, tan rigurosamente secreto y tan extremadamente peligroso en cualquier momento de su fabricación o manejo, era preferible una mano de obra especializada, responsable de sus actos y consciente de su peligrosa tarea. Los prisioneros de guerra no eran los más adecuados para este trabajo. Pero a pesar de las protestas, quien mandaba eran las ss.

      La fecha prevista para la primera prueba del a-4 se acercaba y los problemas de índole mecánica o de diseño no dejaban de aparecer. Con las pruebas del a-5 se vio la necesidad de sustituir los carísimos deflectores del chorro de gases de molibdeno, un material muy caro por su escasez, y substituirlo por grafito, que Alemania producía en grandes cantidades y, por tanto, más barato de obtener, a pesar de que el molibdeno es mucho más resistente a la corrosión. En una época en la que aún no existía la telemetría (obtención de datos mediante transmisiones de radio), para conseguir el diseño más adecuado de las aletas se tuvo que recurrir a muchas horas de ensayo en el túnel de viento malgastando 20 valiosos cohetes a-5 en diferentes pruebas. Y cuando todo estaba listo, el 23 de marzo de 1942, Hitler decidió rebajar una vez más la prioridad del programa para centralizar todos los recursos en el frente ruso.

      A pesar de todo ello, el primer a-4 estuvo listo en la primavera de 1942 aunque sólo para estudio de procedimientos de manejo y pruebas estáticas del motor hasta que explotó. Las pruebas del motor se habían iniciado en enero de 1938, gracias a los esfuerzos del doctor Walter Thiel, y su desarrollo llegó a prolongarse un año y medio más. En las pruebas estáticas que se realizaron en enero de 1939 la configuración ya era prácticamente definitiva, con 18 quemadores proporcionando cada una de ellas una tonelada y media de potencia y que alimentaban una única tobera, obteniendo un empuje combinado de 25 toneladas. El diseño de la célula en sí no trajo excesivas complicaciones pero sí el sistema de guiado, incluyendo las aletas de grafito instaladas justo en la salida del chorro de gases que debían desviarlo y orientarlo mejor. Hasta el 13 de junio de 1942 no estuvo todo listo y ese día, desde la Plataforma de Pruebas número 7 de la base báltica, el primer a-4 realizó su despegue. Mejor dicho, su primer intento de vuelo porque, por desgracia, el misil apenas voló 36 segundos y recorrió un kilómetro antes de caer totalmente fuera de control. Se revisó el sistema de servocontrol y las bombas de combustible y se programó el segundo vuelo para el 16 de agosto. Ese día, el segundo ejemplar recorrió unos doce kilómetros antes de que su morro se desprendiera y el cohete explotara. Pero antes de que eso pasara, tuvo tiempo para entrar en la historia por méritos propios pues fue el primer ingenio fabricado por el hombre que superaba la barrera del sonido.

      Hubo que esperar hasta el tercer intento, el 3 de octubre, para que el cuarto ejemplar funcionara correctamente. Ese día todo el mundo en la isla tenía los dedos cruzados, porque del éxito de ese vuelo dependía todo el programa. Si fallaba, todo estaría perdido. A modo de silencioso homenaje a la añorada vfr, y quizás de paso para alejar malos presagios, se pintó en su costado el emblema de la película Frau im Mond. El cohete se levantó perezosamente y durante los primeros segundos parecía no querer ganar altura. Pero la combustión del motor no se detuvo hasta los 63 segundos, tal y como estaba fríamente calculado. Siguió volando llevado por su inercia, igual que una bala de cañón, hasta que casi a los 300 segundos de vuelo impactó en el mar Báltico. En el punto máximo de su arco balístico había alcanzado los 100 kilómetros de altitud. El ingeniero Ernst Steinhoff cogió un avión y se dirigió hacia el punto de impacto, coloreado de un tono verde brillante, a 190 kilómetros de su plataforma de lanzamiento. Un éxito rotundo. Durante la cena de celebración de esa misma noche, un Dornberger eufórico no pudo reprimir su alegría y le comentó a von Braun: «¿Se da cuenta de lo que hemos conseguido hoy? ¡Acaba de nacer la nave espacial!».

      Con estas palabras, empezó un discurso en el que dijo a los presentes que por primera vez habían llegado al Espacio y demostrado que podría usarse como un puente para unir dos puntos en la superficie de la Tierra. Pero ahora estaban en guerra y debían perfeccionar el cohete, su cohete, como arma para traer la victoria a su país. Desarrollar sus infinitas posibilidades, que apenas sí se atrevía a soñar, era una tarea para los tiempos de paz. Tras la cena, llegó un telegrama por el que se notificaba que von Braun había sido condecorado con la Cruz por Servicios Distinguidos de Primera Clase con Espadas, el equivalente civil a la Cruz de Hierro, que no podían concederle al tratarse ésta de una distinción puramente militar.

      Un cohete con la imagen de la película Frau im Mond alza el vuelo.

      Por enésima vez, Dornberger aspiró a tener una prioridad absoluta para el programa, pero una vez más su petición fue rechazada. Lo que sí consiguió fue la autorización para que a finales de 1943 el cohete entrara en producción masiva. Como esa orden no alteró lo más mínimo la prioridad del programa, Dornberger, von Braun, o los dos al mismo tiempo se entrevistaron varias veces con Speer para pedirle que intercediera ante Hitler para aumentarla, a pesar de que el Ministro de Armamento insistía una y otra vez que Hitler no creía en la efectividad del a-4 como arma para destruir Londres. Speer explicó que, en febrero de 1943, Hitler empezó a creer que el a-4 sería una buena arma de guerra. Pero justo un mes después había tenido un sueño según el cual el a-4 nunca estaría operacional contra Gran Bretaña y que, como Führer del Reich de los mil años, sólo podía creer en sus propias intuiciones.

      El que no parecía saber nada sobre la falta de prioridad era el siniestro Heinrich Himmler, que en abril de 1943 visitó Peenemünde, junto con el general Friedrich Fromm, Jefe de Armamentos del Ejército. Himmler afirmó que seguro que Hitler cambiaría de opinión pronto y daría prioridad al programa, y que mientras tanto él podría ofrecer protección contra el sabotaje y el espionaje con sus siempre fieles tropas. Fromm no tardó en responderle diciendo que Peenemünde era una instalación militar y sólo al Ejército le correspondía la seguridad de su instalación. Como era de esperar, esa afirmación no le gustó nada a Himmler y antes de marcharse le comentó a Dornberger que más adelante volvería pero, por supuesto, sin la insidiosa compañía de oficiales del Ejército, para seguir «discutiendo» sobre el asunto.

      Llegados a este punto, no olvidemos que existía otra nueva arma secreta que también reclamaba la atención de algunos altos mandos de la Wehrmacht. Aunque revolucionaria en algunas cosas, la bomba volante Fieseler Fi-103 desarrollada por la Luftwaffe en Peenemünde no parecía gran cosa comparada con el a-4. Pero tenía sus indudables ventajas, como por ejemplo su facilidad de construcción (que permitía la producción de cantidades enormes) y de manejo (tan sólo necesitaba una catapulta para despegar). Era necesario efectuar una prueba comparativa entre las dos para ver cuál sería la que se construiría en serie. Una comisión formada por Waldemar Petersen (vicepresidente de la filial alemana de General Motors), el gran almirante Karl Dönitz, el general Fromm y Erhard Milch (Jefe de Armamentos de la Luftwaffe), se prepararon para presenciar una demostración práctica de las dos armas secretas el 26 de mayo de 1943. Al principio, las cosas fueron muy bien para el a-4, cuyo primer disparo alcanzó los 280 kilómetros de distancia, fallando el blanco por menos de cinco kilómetros. El segundo cohete, lanzado varias horas después, cayó al mar. Después de eso, llegó el turno a la bomba volante Fi-103, pero ninguno de los dos ejemplares lanzados consiguió volar más allá de unos pocos centenares de metros. Milch apartó a Dornberger y le dijo al oído: «Felicidades. Dos a cero a su favor». Pero ni siquiera ese rotundo fracaso de la bomba volante sirvió para hacer decantar la balanza a favor del a-4. Tras varias horas de presiones, conjeturas y deliberaciones, se tomó la decisión de construir las dos armas. Esa fue la peor decisión que podía esperar el ministro de Armamento, Albert Speer, aunque no le quedó más remedio que acatar la decisión de la comisión especial.

      Una bomba volante v-1 conservada en el Imperial War Museum de Londres. Construida y lanzada en mayor cantidad que la v-2, provocó mayores destrozos