a los diseños preliminares de von Braun y Walter Riedel, teniendo en cuenta que era una tecnología totalmente nueva. Otra cosa era la parte política del asunto. El 23 de marzo de 1939, Hitler había visitado las instalaciones de Kummersdorf donde se le mostraron planos y diseños del a-3 y del a-5 y pudo contemplar pruebas estáticas de motores. A todos los que le acompañaban les impresionó lo que vieron, excepto al propio Hitler que parecía totalmente ajeno a lo que le rodeaba sin hacer una sola pregunta, a pesar de su entusiasmo de sobras conocido por las armas secretas. Tan sólo a la hora de la comida comentó algunos aspectos con el coronel Becker. Y tras su reducido almuerzo vegetariano, pasó junto a Dornberger, le sonrió ligeramente y le comentó: «Bien, fue grandioso». Ese fue el único indicio de interés mostrado por Hitler respecto a los cohetes que se estaban probando en vísperas de una guerra. En cambio, el mariscal von Brauchitsch, comandante en jefe del Ejército, de manera muy entusiasta, dio total prioridad al programa del a-4 tras la invasión de Polonia. En realidad, Hitler padecía lo que muchos denominan la «perspectiva de las trincheras», la típica mentalidad de la primera guerra mundial que comprendía muy bien armas como los tanques, las armas ligeras y la artillería, pero infravaloraba los aviones a reacción, los radares, los cohetes y cualquier otra innovación tecnológica. La guerra se iba a ganar en el suelo, con la infantería. Por supuesto, ya sabemos que no fue así, pero Hitler nunca lo supo y así le fue.
El resultado de esa mentalidad arcaica fue que la rapidez de la campaña polaca (y las posteriores ofensivas en el oeste de Europa que condujeron a la invasión de Noruega, Francia, Países Bajos y Dinamarca), provocaron tal euforia en Hitler que, en febrero de 1940, decidió retirar la prioridad a las pruebas de Peenemünde. Al fin y al cabo, los grandes cohetes no serían necesarios pues los ejércitos alemanes avanzaban victoriosos en todos los frentes y nada los iba a parar. Ninguna nueva arma que requiriera más de un año de desarrollo para entrar en servicio sería necesaria. Ni siquiera el personal encargado de su desarrollo; así que se empezó a asignarlos a unidades de combate en el frente. Por suerte, no todos los jefes del Ejército estaban de acuerdo con la orden de dejar morir el programa de desarrollo de armas secretas, así que gracias al mariscal de campo Walter von Brauchitsch, comandante en jefe del Ejército, se creó una unidad destinada a defender la madre patria llamada Versuchskommando Nord (vkn, Comando Experimental Norte) a la que se asignaron todos los científicos, ingenieros y especialistas movilizados y que tendría por misión defender la base de Peenemünde. Dado su rango, sólo debía rendir cuentas ante Hitler en persona o ante el mariscal de campo Wilhelm Keitel, jefe supremo de las fuerzas armadas. Pero si en algún momento alguno de los dos se dio cuenta de la «jugada» de Dornberger y von Brauchitsch, parece ser que decidieron hacer la vista gorda. Esta unidad es la principal razón de la gran heterogeneidad de la base báltica, porque todos esos hombres que estaban a las órdenes del mayor Heigel tenían formación académica superior, eran ingenieros o científicos que, salvo raras excepciones, no sabrían cómo disparar un arma en caso necesario. Este es el caso de Ernst Stuhlinger, que en tiempos de paz había sido el ayudante del físico atómico Johannes Geiger, y durante la guerra acabó formando parte de las tropas enviadas a Stalingrado para relevar al 6º Ejército de von Paulus en 1942. A punto de llegar a su destino fue reclamado para el vkn y se dirigió a pie hasta Peenemünde... Sin duda, esta ingeniosa idea solucionó los problemas de personal, pero no el de los fondos que, aunque seguían siendo suficientes para continuar con la investigación, no lo eran para ampliarla.
Hitler visitó Kummersdorf en 1939 y no quedó muy impresionado por lo que vió. Tardó tres años en cambiar de opinión.
Antes del sonado éxito del primer vuelo propulsado y guiado del a-5, concretamente entre los días 28 y 30 de septiembre de 1939, se celebraron en la base báltica unas jornadas de conferencias a las que se invitó a 36 estudiantes y graduados de escuelas de tecnología de toda Alemania para idear soluciones en diseños de cohetes (sin saber que sus ideas iban a aplicarse en el a-4) y para captar nuevos miembros especialistas para su desarrollo. De ahí que a esas jornadas se las conociera más tarde como «los días de la sabiduría» («Der tag der Weisheit»). No fue menos valiosa la ayuda proporcionada por el Kriegschilfe, el servicio auxiliar femenino alemán. Muchas de las tareas administrativas de la base eran llevadas a cabo por las mujeres de este servicio, aunque había muchísimas otras que, con compases y reglas de cálculo, se encargaban de realizar complicados dibujos técnicos o trazar trayectorias en una época en que no existían los ordenadores. Al grupo de estas expertas en matemáticas se las apodó Messfrauen («chicas calculadora») y dentro de éstas, al selecto grupo de 50 mujeres que se encargaba de calcular trayectorias de misiles se las conocía como Tapetenfrauen, por la gran cantidad de rollos de papel que gastaban.
Oficinas de diseño de Peenemünde. De estas mesas de dibujo salieron revolucionarios proyectos que, en poco tiempo, iban a llevar al hombre al Espacio (Bundesarchiv).
Lo curioso es que nadie podía imaginar en ese momento que el mayor problema del a-4 iba a ser el combustible, y no sólo por la dificultad de su elaboración. El principal ergol que usaba su potente motor era el alcohol etílico, o etanol, y éste es excesivamente volátil. Una gran cantidad de alcohol se perdía por evaporación durante el transporte desde las siempre alejadas fábricas de producción o bien por despilfarro y, ante eso, Dornberger exigió medidas inmediatas. Pero también existía la fundada sospecha de que no toda la evaporación se debía a causas «naturales». En una ocasión, un ingeniero de Peenemünde calculó que la carga de combustible de una v-2 a punto de despegar equivalía a «66.130 martinis moderadamente secos» y eso era toda una tentación para las tropas, siempre dispuestas a tomar un buen schnapps. Para comprobar esa suposición se decidió añadir un colorante rosa al propelente que le daba un apestoso olor. Pero el avispado personal de la Plataforma de Pruebas número 7 se dio cuenta de que filtrándolo a través de patatas crudas desaparecía el olor y se obtenía un aceptablemente delicioso destilado. No quedó más remedio que sustituir el colorante por laxante. El absentismo laboral y las horas perdidas en la letrina terminaron con la evaporación «artificial» del alcohol etílico. Más adelante, la campaña de bombardeos aliados, ya avanzada la guerra, afectó a las plantas de producción. Unido a una serie de malas cosechas de patatas (una de las materias primas para la obtención del alcohol etílico por fermentación) y la creciente demanda de este elemento como combustible para otras armas, obligó a reservar el uso del alcohol etílico para los lanzamientos tácticos, y usar el metílico para los de pruebas. Usando este tipo de alcohol, el metílico, o metanol, se evitaba por completo cualquier tentación lúdica, pues incluso en pequeñas proporciones resulta extremadamente tóxico. Su uso está casi exclusivamente reservado para anticongelantes de motores, disolventes industriales y combustible para bombonas de camping-gas.
Terminó 1939 y pasaron el año siguiente y el otro, y el programa parecía no avanzar. Una vez más, el obstáculo era el dinero que fluctuaba según los caprichos de Hitler. El nivel de prioridad del que gozaba el proyecto en 1939 nunca volvió a alcanzarse y esta prioridad dependía tanto del humor del Führer como de los avatares de la guerra. En 1940, tras dar por perdida la «Batalla de Inglaterra», parecía que podría volver a subir ese nivel, pero habría que esperar hasta marzo de 1941 para ver un incremento del presupuesto. Seis meses después, el programa estaba tan atrasado que, si quería cumplirse el plazo de lanzar el primer misil en la primavera de 1942, se iba a requerir mucha más mano de obra especializada, más ingenieros y más científicos. El 8 de febrero de 1942, el ministro de Armamentos, Fritz Todt, el artífice de las famosas autopistas, o autobahn, falleció en un accidente de avión y al día siguiente, por orden directa y expresa de Hitler, Albert Speer fue nombrado su sucesor plenipotenciario en todas sus responsabilidades, que eran muchas y variadas. Esta decisión no fue del agrado de Hermann Göring, que aspiraba a asumirlas él mismo, lo que influyó en la relación entre ambos más adelante. Ahora Speer tendría el control del 80 % de la producción industrial de Alemania, incluyendo todos los armamentos, y eso para los hombres de Peenemünde era bueno, pues Speer creía en los cohetes mucho más que Hitler.
Pero Speer se vio obligado a incrementar la producción de guerra a toda costa y eso era imposible.