José Manuel Ramírez Galván

V-2. La venganza de Hitler


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propulsado con metano y oxígeno líquidos. El 21 de febrero de 1931, consiguió alcanzar los tres metros de altitud y unos pocos días después, llegó a los 90 después de dotarlo de estabilizadores. Como nadie sabía nada de los experimentos de Goddard, la vfr al completo creyó que era el primer vuelo en todo el mundo de un cohete de combustible líquido. La desilusión fue durísima para ellos cuando se enteraron, pero al menos habían conseguido la primicia para Europa. Al año siguiente, decidió probar suerte con un modelo mayor, con idéntico combustible, que debería alcanzar los cinco kilómetros de altitud.

      Para concentrar esfuerzos y recursos, el laboratorio de Winkler se instaló también en el Raketenflugplatz, eso sí, en una zona separada y con el nada modesto nombre de Instituto Winkler para la Investigación de la Propulsión a Chorro. En sus nuevas instalaciones empezó a construir el hw-ii. Para su época, este cohete era una auténtica obra maestra de precisión e ingeniería alemanas. Su aspecto era el de una gota de agua, muy parecida a los diseños del pionero ruso Konstantin Tsiolkovsky, con unos pequeños empenajes en la cola. Para mantenerlo en posición vertical antes del lanzamiento, se le instalaron unas enormes superficies triangulares que visualmente daban la sensación de formar parte del cohete. Se consiguió permiso para realizar el lanzamiento desde la costa de Prusia oriental el 6 de octubre de 1932, ante la presencia de altas autoridades y la ayuda de la Marina de Guerra alemana, que bloqueó el acceso a la zona por tierra y mar, para evitar posibles accidentes y miradas indiscretas. Por desgracia, esa mañana, mientras se llenaban los depósitos, Winkler observó que la corrosión del mar había afectado seriamente las válvulas y que éstas tenían fugas. El nuevo y revolucionario material con el que había sido construido el cohete, una extraña aleación de aluminio y magnesio llamada elektron, resultó ser muy débil ante la salinidad y humedad del ambiente costero. Pero a pesar del riesgo evidente, era demasiado tarde para suspender o aplazar el lanzamiento. Se inyectó nitrógeno a presión en el cuerpo del cohete justo antes del lanzamiento como medio para intentar paliar el desastre que se avecinaba, pero el esfuerzo fue inútil y el cohete, tras incendiarse durante el despegue, estalló a tan sólo 15 metros de altitud. Winkler, desilusionado, decidió regresar a la Junkers y olvidarse de los cohetes, engrosando la cada vez más larga lista de los desencantados con este tipo de propulsión. Pero también para la vfr pintaban bastos...

      A la guerra en cohete

      Paradójicamente, los buenos tiempos de la vfr coincidieron con el inicio de la crisis económica que recorrió todo el globo tras la caída de la bolsa de Wall Street en octubre de 1929, sólo que ese espejismo no podía durar mucho. En poco tiempo, la sociedad vio cómo de manera irremediable disminuía en picado la cantidad de sus socios. Poco a poco, desde la segunda mitad de 1931, fue arrastrando una existencia cada vez más penosa y alejada de la gloria de antaño hasta que hubo de suspender sus actividades y disolverse en septiembre de 1934. En sentido estricto, la vfr sólo contaba con dos miembros activos en ese momento, Rudolf Nebel y Klaus Riedel, porque el más joven de todos, Wernher von Braun, estaba trabajando para el Ejército desde hacía un par de años, cuando le vinieron a buscar personalmente.

      Pero; ¿qué interés podían tener los militares en unos simples aficionados por los cohetes? Pues está bien claro. El Ejército tenía dinero, instalaciones y un buen motivo para estudiarlos: eludir el Tratado de Versalles. Alemania quería reorganizar sus fuerzas armadas, pero se encontraba maniatada por el nefasto tratado. Hasta que no se librara para siempre de él, debería seguir respetándolo, aunque sólo fuera en apariencia. Entretanto, aplicándolo en su sentido más literal, se podría conseguir la mayor efectividad dentro de la más estricta legalidad. De hecho, pocos años después de su firma quedó de manifiesto que, efectivamente, aplicado de manera estricta, no era más que un plato de sopa lleno de agujeros. Ateniéndose a lo especificado en él, y leyendo entre líneas, consiguieron reconstruir sus fuerzas armadas con tan increíble rapidez y maestría que se convirtieron en las mejores del mundo al cabo de muy pocos años.

      A Alemania se le había prohibido tener y diseñar aviones de caza y bombarderos. Pero ningún artículo del tratado les impedía construir aviones de pasajeros a los que bastaba con retirar las butacas para colocar bancos en los que acomodar paracaidistas o instalar dispositivos lanzabombas; o aviones de enseñanza que en pocos minutos de trabajo podían equiparse con ametralladoras. Sus mayores buques de guerra no podían exceder las 10.000 toneladas, pero los ingenieros germanos se las arreglaron para construir los cruceros de batalla más rápidos y mejor armados de la época, aunque en realidad se pasaron «un poco» de esa incómoda limitación de desplazamiento. Y, cómo no, el Ejército de Tierra tenía totalmente vetado el uso de cañones y carros de combate pero, ¿quién podía ser capaz de imaginarse el desarrollo que iba a tener la cohetería en las futuras décadas? Bueno, quizás Oberth y Nebel quienes habían hablado o escrito a menudo sobre los cohetes como arma... pero nadie más.

      Como los cohetes podían resultar interesantes para eludir esas molestas cláusulas sobre el Ejército, el coronel de artillería Karl Emil Becker, que había colaborado en algunos experimentos de balística con el ingeniero Carl Julius Cranz, decidió en 1929 seguir de cerca el desarrollo de estos ingenios y encargó a un grupo de sus jóvenes oficiales (el recién graduado en ingeniería mecánica capitán Walter Dornberger, el ayudante personal de Becker, capitán Ritter von Horstig, y el también capitán Leo Zanssen), formar el embrión del programa de cohetes del Ejército alemán que debía evaluar sus posibilidades reales en el terreno militar. El 17 de diciembre de 1930, Dornberger se hizo cargo de controlar y dirigir cualquier investigación sobre cohetes de combustible líquido que llevaran a cabo los militares. Las instrucciones de Becker eran tan simples como claras: desarrollar en instalaciones militares, y en el máximo secreto, un cohete de combustible líquido cuyo alcance superara al de cualquier cañón y que pudiera ser construido por la industria del momento. El Ejército, con un más que modesto presupuesto de 5.000 marcos, instaló un centro de experimentación en el campo de tiro de Kummersdorf-West, en Berlín, ensayándose allí algunos ingenios de combustible sólido, aunque ambos oficiales no apartaron la vista de los experimentos que llevaba a cabo la vfr en el Raketenflugplatz.

      En la primavera de 1932, al percatarse de la crisis de la agonizante asociación, Nebel envió un informe al coronel Becker sobre los beneficios del cohete como arma de artillería en espera de que el Ejército les diera fondos para seguir con las actividades de la vfr. El coronel, que ya conocía de sobras las ventajas que podían proporcionar los cohetes a las fuerzas armadas, vio la oportunidad de meter baza de manera descarada en el asunto y, con Dornberger y el mayor Ritter von Horstig, se presentó en el Raketenflugplatz, vestido de paisano, para ver de cerca cómo trabajaban esos entusiastas aficionados. Tras comprobar la precariedad de los instrumentos que usaban y de ver una extensa colección de motores, cohetes e ideas, pero no datos transcendentales (como, por ejemplo, curvas de empuje, consumos de combustibles, temperaturas internas y otros datos elementales porque no sabían o no podían recoger semejante información al tratarse de aficionados mal equipados), el grupo de militares se marchó bastante decepcionado. A pesar de ello, el 23 de abril de 1932 la pequeña comitiva volvió al Raketenflugplatz y ofreció la suma de 1.367 marcos a la asociación para renovar su material y construir y lanzar desde Kummersdorf un cohete que alcanzara los 3.000 metros de altitud y lanzara una bengala roja para permitir su seguimiento con instrumentos del Ejército. Una soleada mañana de julio, el grupo de la vfr se presentó en Kummersdorf en donde se reunieron con Dornberger. Los entusiastas aficionados se quedaron boquiabiertos ante el despliegue de instrumental y equipos del Ejército para la prueba, algunos de los cuales ni siquiera sabían que existían, y a media tarde estaba todo ya listo para el lanzamiento. Por desgracia, el ensayo no fue todo lo satisfactoria que se podía esperar. Tras elevarse y alcanzar una altitud de 60 metros, el cohete describió una espléndida trayectoria... horizontal, hasta que se estrelló sin ni siquiera poder abrir el paracaídas. Fue un vuelo tan decepcionante y quedó tan por debajo de las expectativas de Becker, que éste se negó rotundamente a pagar un solo marco de lo acordado porque el cohete no llegaba ni a cumplir los mínimos exigidos en el contrato. El fracaso, no obstante, despertó en von Braun la madera de líder que pronto acabaría mostrando en toda su magnitud y, tras recoger toda la documentación que pudo sobre las investigaciones de la vfr, se presentó en el despacho de Becker. El viejo coronel quedó impresionado por el