en 1927, junto a un grupo de entusiastas de la naciente técnica aeroespacial fundó la «Verein für Raumschiffhart» (vfr). Al año siguiente, por encargo de la productora cinematográfica alemana ufa, aceptó el proyecto de construir un cohete de combustible líquido para ser lanzado el día del estreno de la película Frau im Mond (Una mujer en la Luna) de Fritz Lang. El guión era obra de su mujer, la actriz y protagonista del film Thea von Harbou, quien se había basado en algunos textos de libros y artículos del propio Oberth y de Willy Ley. El cohete se empezó a construir gracias al esfuerzo de toda la vfr, pero nunca fue terminado.
En primer lugar, Oberth fue un teórico que carecía totalmente de experiencia en ingeniería práctica. Esperando que le sirvieran de ayuda, la ufa contrató a Rudolf Nebel y a Alexander Shershevsky para que colaboraran con Oberth. El primero había sido piloto de la Luftwaffe durante la primera guerra mundial con once derribos acreditados, pero tenía unos limitados conocimientos sobre ingeniería que substituía con su increíble entusiasmo. Durante el conflicto intentó propulsar un avión mediante un cohete, y en la dura posguerra creó una empresa pirotécnica en Sajonia. Shershevsky era más pintoresco aún. Estudiante de ingeniería aeronáutica en Rusia, no podía volver a su país, a pesar de ser un ardiente comunista, porque su visado de estancia en Alemania había expirado y, por tanto, en la Unión Soviética se le acusaba de deserción. En sus ratos libres escribía artículos de divulgación sobre aviación, pero pasaba más tiempo discutiendo de política con la primera persona con la que se encontrara que trabajando en el cohete. En resumen, ambos tenían la misma desventaja que su jefe, por lo que acabaron entorpeciéndole más que ayudándole.
Hermann Oberth diseñó el cohete que aparece en la película Frau im Mond, aunque no pudo construir una réplica real para el estreno del film.
Un nuevo contratiempo llegó de la mano de otro miembro de la vfr que, en una conferencia y contradiciendo las bases teóricas de la asociación, afirmó que un cohete de combustible líquido nunca podría volar, pues al poner en contacto los ergoles en la cámara de combustión, estos explotarían. Dado que el vuelo del cohete de Goddard en 1926 todavía no se había hecho público, Oberth, incomprensiblemente alarmado por esa afirmación, decidió investigarla por su cuenta, añadiendo un nuevo motivo de retraso a la construcción del cohete. Mientras llevaba a cabo esas investigaciones, una explosión, que a punto estuvo de matarlo y lo dejó ciego temporalmente destruyó el laboratorio. Como los prometidos fondos de la productora no llegaban, Oberth tuvo que emplear parte de sus propios ahorros simplemente para reconstruir el laboratorio. Para entonces, el tiempo había pasado muy deprisa y el cohete no iba a estar listo. Para colmo, el diseño del cohete se inició sólo tres meses antes de la fecha del estreno de la película y como se pretendía darle un alcance de setenta kilómetros era, a todas luces, un proyecto imposible de alcanzar en ese momento.
La película se estrenó el 15 de octubre de 1929, sin el cohete de Oberth, y marcó rápidamente un antes y un después en lo que se iba a entender desde entonces por «viaje espacial» al aparecer en ella cosas tan inauditas por aquel entonces como los efectos de la aceleración, la falta de gravedad o la desde entonces inevitable y dramática cuenta atrás de los últimos segundos previos al despegue. A consecuencia del fracaso de Oberth y sus colaboradores, la vfr entró en tal «crisis existencial» que su presidente, Johannes Winkler, presentó la dimisión para volver a dedicarse a tiempo completo a su trabajo en la empresa aeronáutica Junkers. Para evitar en lo posible la vergüenza pública que iba a suponer no tener listo el cohete, Nebel, que ahora sí se hizo socio de la vfr, sugirió impulsarlo con combustible sólido y hacerlo estallar en pleno vuelo para que nadie pudiera examinar sus restos y descubrir el auténtico motor. La desesperada propuesta, por descontado, no prosperó, cosa que sí sucedió con su nueva propuesta: construir un «cohete mínimo», un Mirak (por Minimum Rakete). Esa idea fue la base teórica del primer cohete de la sociedad. Oberth fue el único que no se entusiasmó con ella, porque para él era necesario demostrar la clara superioridad de los cohetes de combustible líquido frente al sólido, con un enorme y gran cohete capaz de alcanzar una gran altitud, y el Mirak iba a ser demasiado pequeño y ridículo para poder hacerlo. Sin duda, Oberth era un soñador y un visionario, un auténtico novato en cuestiones prácticas...
Lo que sí estaba listo era el motor que debía impulsar al cohete de la ufa, el Kegeldüse («motor cónico», debido a su extraña y evidente forma), primer motor desarrollado por la vfr. El día de la primera prueba, el 23 de julio de 1930, funcionó durante un minuto y medio. Estaba construido en acero con un revestimiento de cobre, sin ningún tipo de refrigeración y quemaba gasolina y oxígeno líquido. Poner en marcha el motor no era fácil: se sumergía el Kegeldüse en un cubo de agua, protegido por una mampara y se le colocaba encima un trapo empapado en petróleo ardiendo. Al cabo de unos segundos, los necesarios para ponerse a cubierto, arrancaba el Kegeldüse en medio de un enorme ruido. Esa primera prueba había sido controlada por miembros del Chemische-Teknische Reichsanstalt, por lo que la asociación pudo obtener un valioso certificado en el que quedaba palpablemente demostrado que su motor había funcionado durante noventa segundos durante los cuales consumió seis quilos de oxígeno líquido y uno de gasolina, obteniendo casi siete kilos de empuje.
El Mirak en su primera versión. Impulsado por el motor Kegeldüse fue el primer cohete diseñado por la vfr (Mark Wade).
Oberth permaneció en Berlín hasta justo después de esa prueba, fecha en que regresó a su pueblo natal para seguir con su trabajo de profesor de matemáticas. La estancia en su hogar duró pocos años porque, en 1938, fue requerido por la Escuela Técnica de Viena. Allí le sorprendió el estallido de la segunda guerra mundial, que supuso un nuevo traslado para Oberth. En julio de 1941, fue enviado a Peenemünde donde gracias a sus experimentos, teorías e inventos empezaba a tomar forma el cohete a-4. Terminado el conflicto, Oberth fue pasando de un campo de concentración aliado a otro, siempre minuciosamente interrogado, hasta que consiguió abrirse camino a Suiza en 1948. En ese país permaneció dos años, pero el siempre inquieto y solicitado profesor volvió a cambiar de residencia en 1950, marchando a Italia para colaborar con la marina en el desarrollo de un nuevo cohete propulsado con nitrato de amonio. En 1954 regresó a Alemania, aprovechando la estancia para publicar su tercera gran obra sobre vuelos espaciales: Menschen im Weltraum (Los hombres en el Espacio). Al año siguiente, por expreso deseo de von Braun, se unió al equipo de éste en Huntsville, Alabama, y colaboró con el esfuerzo espacial de este país hasta 1958. Dos años después se jubiló y regresó a Alemania dedicándose a partir de entonces a cuestiones más filosóficas. La muerte le sorprendió en 1989, mientras vivía en Feucht, cerca de Nuremberg.
La aportación de este tercer gran pionero fue brutal e irremplazable. Había establecido las ecuaciones y normas que permiten calcular los parámetros más óptimos para los cohetes, dedujo las leyes fundamentales de la concepción de los cohetes, la formulación de las relaciones entre velocidad, consumo y aceleración, y algo más de doscientos variables, leyes y principios matemáticos, físicos y técnicos. Diseñó el Pendelrakete, un antecesor del actual transbordador espacial, y escribió sobre satélites meteorológicos, de reconocimiento, de telecomunicaciones, astronómicos y navegación, sobre el tratamiento de materiales en condiciones de baja gravedad y sobre el aprovechamiento de la luz y la energía solar gracias a enormes espejos puestos en órbita. Influyó tanto en toda una generación de jóvenes ingenieros que, sin su aportación, la astronáutica, a pesar de Tsiolkovsky y Goddard, se habría quedado estancada antes de madurar.
Socios para el vuelo espacial
Un puñado de esos entusiastas ingenieros y técnicos aficionados a la astronáutica fueron los que, un año después de la hazaña del norteamericano Robert H. Goddard (que hizo volar el primer cohete de combustible líquido el 16 de marzo de 1926, aunque su desconfianza hacia los periodistas le hizo mantener el secreto casi tres años), y tras aprenderse de memoria el Die Rakete zu den Planetenräumen de Hermann Oberth, afirmaron que el cohete de combustible sólido era un ancestro del pasado y no tenía ningún valor para sus investigaciones. Y con espíritu