contra mi piel y me rompí en pedazos.
Grité.
Se me apareció en forma de lobo. Era grande y blanco, con manchones negros en el pecho, las patas y el lomo. Era mucho más grande de lo que yo llegaría a ser nunca, y tenía que echar la cabeza hacia atrás para verlo entero.
Las estrellas centelleaban en lo alto, la luna estaba redonda y brillante, y sentí que algo me latía por las venas. Era una canción que no llegaba a comprender del todo. Me ardían muchísimo los brazos. Por momentos, me parecía que las marcas de mi piel empezaban a resplandecer, pero podía ser un efecto de la luz de la luna.
–Estoy nervioso –dije, porque era la primera vez que me permitían salir con la manada en luna llena. Antes era muy peligroso. No por lo que los lobos podían hacerme a mí, sino por lo que yo podría haberles hecho a ellos.
Ladeó la cabeza ante mí, los ojos le ardían naranjas con motas de rojo. Era mucho más de lo que pensé que alguien podía llegar a ser. Me dije que no le tenía miedo, que podía ser valiente, como mi padre.
Me sentí un mentiroso.
Otros lobos corrieron detrás de él a un claro en el medio del bosque. Gemían y aullaban, y mi padre se reía y tironeaba de la mano a mi madre. Ella se volvió para mirarme y me sonrió en silencio, pero luego se distrajo.
No me importó, porque yo también lo hice.
Thomas Bennett estaba frente a mí, el hombre lobo que se convertiría en rey. Resopló ruidosamente, moviendo un poco la cola y haciéndome una pregunta para la cual yo no tenía una respuesta.
–Estoy nervioso –le dije de nuevo–. Pero no tengo miedo.
Era importante para mí que lo entendiera. Se echó al suelo y se recostó sobre su estómago, las patas por delante, y me contempló. Como si quisiera hacerse más pequeño. Menos intimidante. Que alguien de su posición bajara al suelo era algo que no comprendí hasta que fue demasiado tarde.
Gimió levemente desde lo profundo de su garganta. Esperó, y volvió a hacerlo.
–Mi padre me dijo que serás el Alfa –dije.
Avanzó, arrastrando su estómago por la hierba.
–Y que yo seré tu brujo –continué.
Se acercó un poco más.
–Prometo que haré lo mejor que pueda –añadí–. Aprenderé todo lo que pueda y haré un buen trabajo para ti. Ya lo verás. Seré el mejor que haya existido –abrí los ojos como platos–. Pero no le digas a mi padre que he dicho eso.
El lobo blanco estornudó.
Me reí.
Por último, me estiré y apoyé la mano sobre el hocico de Thomas y, por un momento, me pareció oír un susurro en mi mente:
ManadaManadaManada.
–¿Es esto lo que quieres? –me preguntó mi madre cuando nos quedamos solos. Me había alejado de los lobos, de mi padre y les había dicho que quería pasar tiempo con su hijo. Estábamos sentados en un restaurante del pueblo, y olía a grasa y humo y café.
Me sentía confundido e intenté hablar con la boca llena de hamburguesa.
Mi madre frunció el ceño.
–Modales –me regañó. Hice una mueca y tragué rápido.
–Lo sé. ¿A qué te refieres?
Miró a través de la ventana en dirección a la calle. Un viento cortante sacudía los árboles y los hacía sonar como huesos viejos. El aire estaba frío y las personas se cerraban bien los abrigos mientras caminaban por la acera. Me pareció ver a Marty, con los dedos manchados de aceite, caminando de vuelta a su taller, el único de Green Creek. Me pregunté cómo se sentiría tener marcas en la piel que se pudieran lavar.
–A esto –dijo, mirándome de nuevo. Su voz era suave–. A todo.
Eché un vistazo alrededor para asegurarme de que nadie nos estuviera escuchando porque mi padre había dicho que nuestro mundo era un secreto. No creo que mamá lo entendiera, porque no sabía que estas cosas existían hasta que lo conoció a él.
–¿A las cosas de brujo?
–A las cosas de brujo –repitió, y no parecía contenta al decirlo.
–Pero es lo que se supone que debo hacer. Es quien se supone que debo ser. Algún día, seré muy importante y haré grandes cosas. Padre dijo…
–Sé lo que dijo –replicó cortante. Hizo una mueca antes de bajar la vista hacia la mesa, las manos juntas frente a ella–. Gordo, yo… Escúchame, ¿está bien? La vida… son las decisiones que tomamos. No las decisiones que se toman por nosotros. Tienes derecho a forjar tu propio camino. A ser quien quieras ser. Nadie debería decidir eso por ti.
No entendí.
–Pero se supone que debo ser el brujo del Alfa.
–No se supone que tengas que ser nada. No eres más que un niño. No pueden poner esto sobre tus hombros. No ahora. No cuando no puedes decidir por ti mismo. No tendrías que…
–Soy valiente –le dije y, de pronto, necesitaba que me creyera más que nada en el mundo. Esto era importante. Ella era importante–. Y haré el bien. Ayudaré a mucha gente. Padre lo dijo.
–Lo sé, bebé –respondió con lágrimas en los ojos–. Sé que lo eres. Y estoy muy orgullosa de ti. Pero no tienes que hacerlo. Necesito que me escuches, ¿sí? Esto no… no es lo que yo quería para ti. No pensé que llegaría a ser así.
–¿Así cómo?
Negó con la cabeza.
–Podemos… podemos ir a dónde quieras. Tú y yo. Podemos irnos de Green Creek, ¿de acuerdo? Irnos a cualquier parte del mundo. Lejos de esto. Lejos de la magia y los lobos, y las manadas. Lejos de todo esto. No tiene por qué ser así. Podríamos ser solo nosotros dos, Gordo. Solo nosotros dos. ¿Está bien?
Sentí frío.
–¿Por qué estás…?
De pronto, extendió una mano y aferró la mía sobre la mesa. Pero lo hizo con cuidado, como siempre, para no apartarme las mangas del abrigo. Estábamos en público.
Mi padre había dicho que la gente no entendería que alguien tan joven tuviera tatuajes. Harían preguntas que no merecían respuestas. Eran humanos, y los humanos eran débiles. Mamá era humana, pero a mí no me parecía que fuera débil. Se lo había dicho, y él no había respondido.
–Lo único que me importa es mantenerte a salvo.
–Lo haces –le aseguré, haciendo un esfuerzo para no apartar la mano. Casi me hacía doler–. Tú, y padre, y la manada.
–La manada –se rio, pero no sonó como si algo le hubiera parecido gracioso–. Eres un niño. No deberían pedirte esto. No deberían hacer nada de esto…
–Catherine –dijo una voz, ella cerró los ojos.
Mi padre estaba de pie junto a la mesa.
Posó la mano sobre el hombro de madre.
No hablamos al respecto después de eso.
Los escuché pelear mucho, tarde en la noche.
Yo me envolví en mis cobijas e intenté