TJ Klune

Ravensong. La canción del cuervo


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era el sol, pero le alcanzaba –continuó Abel–. Ella iluminaba a los lobos y ellos la llamaban. Pero el sol oía sus canciones mientras trataba de dormir, y se puso celoso. Quiso eliminar a los lobos del mundo con fuego. Pero antes de que pudiera hacerlo, la luna se alzó frente a él y lo cubrió por completo, dejando visible solamente un anillo de fuego rojo. Los lobos cambiaron a partir de eso. Se convirtieron en Alfas, Betas y Omegas. Y con esta transformación llegó la magia, marcada a fuego sobre la tierra.

      »Los lobos se transformaron en hombres con ojos rojos, naranjas y violetas. Al debilitarse, la luna vio el horror en el que se habían convertido, bestias con una sed de sangre que no podía ser saciada. Con sus últimas fuerzas, modeló la magia y la metió en un humano. Se convirtió en brujo, y los lobos se calmaron.

      –¿Los brujos han estado siempre con los lobos? –pregunté, fascinado.

      –Siempre –respondió Abel, pasando los dedos contra la corteza de un árbol viejo–. Son importantes para la manada. Son una especie de lazo. El brujo ayuda a mantener a raya a la bestia.

      Mi padre no había dicho una palabra desde que habíamos dejado la casa de los Bennett. Se lo veía distante, perdido. Me pregunté si había escuchado lo que Abel estaba diciendo. O si ya lo había escuchado innumerables veces.

      –¿Has oído eso, enano? –dijo Thomas, pasándome la mano por el pelo–. Evitarás que me coma a todo el pueblo. Sin presiones.

      Y, entonces, sus ojos anaranjados brillaron y me mostró los dientes. Me reí y corrí hacia adelante, y oí que me perseguía. Yo era el sol y él era la luna, siempre persiguiéndome.

      –No necesitamos a los lobos –comentó, más tarde, mi padre–. Ellos nos necesitan, sí, pero nosotros nunca los hemos necesitado. Usan nuestra magia como lazo. Mantiene junta a la manada. Sí, existen manadas sin brujos. Son la mayoría. Pero las que tienen brujos son las que tienen el poder. Existe una razón para eso. Debes recordarlo, Gordo. Siempre te necesitarán más a ti que tú a ellos.

      No lo puse en duda.

      ¿Por qué iba a hacerlo?

      Era mi padre.

      –Prometo que daré lo mejor de mí –afirmé–. Aprenderé todo lo que pueda y haré un buen trabajo para ti. Ya lo verás. Seré el mejor que haya existido –abrí los ojos como platos–. Pero no le digas a mi padre que he dicho eso.

      El lobo blanco estornudó.

      Me reí.

      Finalmente, me estiré y apoyé la mano sobre el hocico de Thomas y, por un momento, me pareció oír un susurro en mi mente.

       ManadaManadaManada.

      Y, luego, salió a correr con la luna.

      Mi padre vino después. No le pregunté dónde estaba mi madre. No me pareció importante. No en ese momento.

      –¿Quién es? –le pregunté. Señalé a un lobo café que rondaba cerca de Thomas. Tenía garras grandes y los ojos entrecerrados. Pero Thomas no lo vio, estaba concentrado en su compañera y le olfateaba la oreja. El lobo café saltó, mostrando los dientes. Pero Thomas era un Alfa en potencia. Atrapó al otro lobo por la garganta antes de que tocara el suelo. Le dobló la cabeza a la derecha y el lobo café cayó a un lado, haciendo un ruido desagradable.

      Me pregunté si Thomas lo habría lastimado.

      Pero no lo hizo. Se acercó y puso su hocico sobre la cabeza del lobo. Gimió, y el lobo café se levantó. Se persiguieron el uno al otro. La compañera de Thomas se sentó y los observó con atención.

      –Ah –explicó mi padre–. Será el segundo de Thomas cuando se convierta en el Alfa. Es hermano de Thomas en todo menos en sangre. Se llama Richard Collins, y espero grandes cosas de él.

      EL PRIMER AÑO / TE SABES LA LETRA

      El primer año nos dirigimos hacia el norte. El rastro estaba frío, pero no helado.

      Algunos días, me daban ganas de estrangular a los tres Bennett al oír a Carter y a Kelly gritarse, sumidos en la pena. Eran insensibles y crueles, y, en más de una ocasión, se mostraron las garras y corrió sangre.

      A veces, dormíamos en el todoterreno aparcado en un campo, con maquinaria agrícola oxidada y cubierta de maleza descansando a lo lejos, cual monolitos descomunales.

      En esas noches, los lobos se transformaban y corrían para quemar la energía casi maníaca que los embargaba después de haber pasado el día encerrados en un coche.

      Yo me sentaba en el campo, las piernas cruzadas, los ojos cerrados, e inhalaba y exhalaba, inhalaba y exhalaba.

      Si estábamos a buena distancia del pueblo, aullaban. No era como en Green Creek. Eran canciones de pena y dolor, de ira y furia.

      A veces eran tristes.

      Pero, la mayor parte del tiempo, ardían.

      Otras veces, nos quedábamos en un hotel de mala muerte lejos de las zonas más transitadas y compartíamos camas demasiado pequeñas. Carter roncaba. Kelly daba patadas dormido.

      Joe solía sentarse con la espalda contra la cabecera de la cama para mirar su teléfono.

      Una noche, un par de semanas después de que nos hubiéramos marchado, no podía dormir. Era plena noche y estaba agotado, pero mi mente no paraba, me latía rápido el corazón. Suspiré y me puse de espaldas en la cama. Kelly dormía junto a mí, hecho un ovillo y dándome la espalda mientras abrazaba una almohada.

      –No imaginé que sería así.

      Giré la cabeza. En la otra cama, Carter resopló en sueños. Los ojos de Joe me miraban, brillantes en la oscuridad.

      –¿Qué cosa? –suspiré, volviendo la vista al techo.

      –Esto –respondió Joe–. Ahora. Como estamos. No imaginé que sería así.

      –No sé de qué estás hablando.

      –¿Crees que…?

      –Lárgalo, Joe.

      Cielos, era tan joven, maldición.

      –Hice esto porque era lo correcto.

      –Por supuesto, chico.

      –Soy el Alfa.

      –Así es.

      –Tiene que pagar.

      –¿A quién estás tratando de convencer? ¿A mí o a ti?

      –Hice lo que tenía que hacer. Ellos… no lo entienden.

      –¿Y tú?

      No le gustó mucho eso.

      –Mató a mi padre –respondió, con ligero gruñido en la voz.

      Me daba pena. Esto no debería haber sucedido. Thomas y yo no éramos exactamente mejores amigos (no podíamos serlo, no después de todo lo que ocurrió), pero nunca hubiera deseado nada de esto. Estos muchachos no deberían haber tenido que ver cómo su Alfa caía bajo el ataque de Omegas salvajes. No era justo.

      –Lo sé.

      –Ox, no… no entiende.

      –No lo sabes.

      –Está enojado conmigo.

      Cielos.

      –Joe, su madre ha muerto. Su